El Rey acudirá a los actos conmemorativos de los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils entre fuertes medidas de seguridad, haciendo frente al rechazo a su presencia por parte del máximo representante del Estado en Cataluña, el presidente de la Generalitat, Quim Torra, y poniendo cara de póquer ante la frialdad de la alcaldesa de la ciudad y organizadora del evento, Ada Colau.
Los independentistas más radicales, la CUP, la ANC, Òmnium e incluso los CDR han decidido organizar sus propias marchas para no coincidir con el monarca y así poder insultarle a gusto. Como bien explicaba Agustín Monzón en su artículo publicado el miércoles, la prensa digital soberanista (bien nutrida de fondos por parte de la Generalitat) ha empleado los días previos al 17-A para machacar a Felipe VI utilizando todo tipo de recursos, incluidas citas del periodista Jaime Peñafiel. Había que echar leña al fuego republicano que, en Cataluña, no sólo alimenta el independentismo (el PDeCAT se ha hecho más antimonarquico que ERC), sino la sucursal catalana de Podemos y el movimiento de apoyo a Colau.
Pese a los riesgos, Felipe VI hace bien en acudir a Barcelona. Como máxima institución del Estado debe estar presente en un acto de recuerdo y homenaje a las víctimas de un atentado que no atacó en La Rambla por ser catalana sino por ser uno de los lugares más transitados de una ciudad que representa unos valores, una cultura y una civilización a la que se pretende destruir.
La pretensión de la alcaldesa de Barcelona de arrinconar a las instituciones (empezando por el Rey) para "dar todo el protagonismo a las víctimas" oculta su acomplejada y oportunista gestión: institución cuando conviene y cuando no, antisistema. Pero tanto Felipe VI como el gobierno deben tener un protagonismo especial no por una cuestión de imagen, sino de responsabilidad. Su presencia significa un compromiso en la lucha contra el terrorismo y en favor de las víctimas. Colau lo que quiere es evitarse los problemas que ya hubo el año pasado y que se produjeron cuando ya era alcaldesa de Barcelona.
Felipe VI no sólo representa para el independentismo el continuador de la dinastía que arruinó su sueño hace dos siglos, sino que condenó sin paliativos el intento de golpe de Puigdemont
Al gobierno y a los cerebros grises que asesoran al Rey lo que debería preocuparles no es que un grupo minoritario insulte a Felipe VI, sino lo que piensa la mayoría de los catalanes sobre la monarquía.
El último barómetro del Centre de Estudis d'Opinió (El CIS catalán, dependiente de la Generalitat) la popularidad de la corona se encuentra en mínimos: registra un 1,82 sobre 10. Un suspenso sin paliativos.
El CIS lleva cuatro años sin consultar sobre la aceptación de la monarquía, pero la última vez que lo hizo, en abril de 2014, ésta se situaba en un 3,72 (mínimo histórico). Es verdad que entonces todavía no se había producido la abdicación de Juan Carlos I y que Felipe VI ha revalorizado a la institución monárquica según las encuestas publicadas por varios medios (la última, realizada por GAD3 para el diario ABC). Pero obviar que existe un problema es la mejor forma de no solucionarlo.
Y el Rey en Cataluña tiene un gran problema por varias razones. En primer lugar, porque el imaginario nacionalista ha hecho de la Guerra de Sucesión de 1714 el punto de partida de una supuesta lucha por la independencia y fue un Borbón, Felipe V, el que, según ese guión inventado pero repetido una y mil veces, acabó con ese intento de crear una Cataluña separada de España y democrática (se supone que el archiduque Carlos hubiera ejercido como rey demócrata).
Hemos visto esta misma semana como Quim Torra reivindicaba ese espíritu republicano en la localidad de Talamanca. El nacionalismo no puede vivir sin referentes históricos y un tanto románticos, olvidando que no hubo ningún movimiento nacionalista hasta finales del siglo XIX (ni siquiera el carlismo era nacionalista, sino defensor de unos fueros cuyo garante era precisamente un rey).
La república frente a la monarquía tiene en España otras connotaciones que entroncan con el golpe militar de Franco y la guerra civil. Por eso, entre otras cosas, la causa independentista/republicana tiene tantos adeptos en las cancillerías y en la prensa extranjera.
Pero, además, en el caso de Felipe VI a todas esas razones se une su discurso del 3 de octubre de 2017, donde condenó con toda rotundidad el golpe institucional que se intentó desde la Generalitat por parte de Carles Puigdemont. Eso no se lo perdonan los independentistas. Para ellos, el rey debería haber permanecido al margen de ese reto a la legalidad constitucional. O bien, tendría que haber abogado por una solución dialogada, pactada, entre los golpistas y el gobierno.
El Rey, por tanto, no será bien recibido por una parte de la ciudadanía de Barcelona, la más ruidosa, la que tiene el poder y los medios a su disposición. Pero no olvidemos que hay otra Barcelona y otra Cataluña que piensa distinto. Una Barcelona en la que ganó Ciudadanos en las últimas elecciones generales y una Cataluña dividida en dos, pero en la que hay más personas que quieren permanecer en España que las quieren romper con ella.
¿Por qué al menos esos catalanes no se ven representados en su rey según las encuestas oficiales de la Generalitat? ¿Hay una manipulación burda y descarada en los sondeos o existe un problema de identificación entre el rey y los valores democráticos?
Eso es lo que debería de preocupar a los que quieren preservar la institución monárquica. Pero, para que eso se así, deberían abrir de par en par las ventanas de la Zarzuela y preocuparse menos de los cotilleos cortesanos sobre los conflictos familiares.
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