Ciudadanos no podía hacer un partido entero con capitanes de equipos de debate o de lacrosse, con empollones y figurines. Juan Marín es el mejor ejemplo que tenemos de su prisa, su necesidad y su vista gruesa o gorda. Ciudadanos empezó por los ideólogos, los intelectuales de cabeza de caoba contra el nacionalismo catalán. Siguió con el cuerpo desnudo de Rivera, la nueva política en pelotas, entre Marilyn en una parada de bus y anuncio de pañal. Pero además de sus filósofos y ángeles anunciadores (ahora es Inés Arrimadas la aparición, una aparición más ateniense y botticelliana), un partido necesita militantes, cuadros, soldados. Claro que eso lleva su tiempo, el tiempo que Ciudadanos no tenía. Un partido necesita también hasta su vulgaridad. A lo mejor a Marín lo escogieron para no ser un partido tan cargante, con cierto repelús ario.
Juan Marín ayudaba en la pequeña joyería acovachada de su padre, en Sanlúcar de Barrameda, entre relojes de comunión y anillos de pobre, y que luego heredó. Le gustaba el voleibol, arbitraba, entrenaba, y hacía una especie de vida de mercero con domingos polideportivos, con ese espíritu esquinero tan de pueblo, de corrillos y peñistas. Pero buscaba corrillos más grandes. Estuvo en Alianza Popular (hay quien dice que lo apuntó su padre, joven, como el que lo apunta al Betis) o en el Partido Andalucista, y formó una asociación de empresarios como para escapar de su cueva de relicarios. Viéndose ya un poco líder de todos los que desenrollan toldos por la mañana, fundó Ciudadanos Independientes de Sanlúcar, un partido de éstos de ideología como turística, que terminó decepcionando a muchos de sus miembros cuando vieron que Marín sólo se dedicaba a hacerle rizos al PSOE sin pedir nada a cambio, sólo la silla de concejal, gruesa como la de un infante. Su relojería/cofrecito estaba ya cerrada por entonces, como se cierra el arcón de la ropa de niño que uno ya no se va a poner nunca.
Marín se dedicaba a hacerle rizos al PSOE sin pedir nada a cambio, sólo la silla de concejal
Marín se limitó a hacer de muleta al PSOE en el ayuntamiento sanluqueño, a entregar diplomas a cursillistas desmoralizados, a moverse entre la cata y el verbenismo municipal, y a cultivar una especie de indolencia de horizonte playero. Sanlúcar, muy guapeada de catavinos y langostinos casi barrocos, en realidad siempre está entre los municipios más pobres de España, cosa que no arregló Marín, arrobado en sus carguitos, en los amaneceres y en los caballitos galopando sobre la sal. Es precisamente la misma mirada de cuadro de vendimiadores que tiene el PSOE en Andalucía, de ahí que se llevaran entonces, y se hayan llevado luego, tan bien.
Ciudadanos empezaba ya la expansión nacional absorbiendo a rebotados y descontentos, alquilando partidos enteros como si fueran catering y montando sedes sólo con dos paredes y un ficus. No había otra manera tras esas prisas por redimir a la nación y a toda la política. Y Marín tenía ya ese partido suyo desideologizado, automatizado, un poco montable y desmontable como la propia feria del pueblo, más cierta experiencia en subirse a tarimas y la habilidad de darse la vuelta como una moneda para que, en un pueblo en el que no cambiaba nada, se percibiera una ilusión de movimiento. Sigue Marín con ese movimiento aparente que le da ese aire suyo tan característico de retrospectiva de cine mudo.
Ciudadanos empezaba ya la expansión nacional alquilando partidos enteros y Marín tenía ya ese partido suyo desideologizado, un poco montable y desmontable
El de Marín no era en Andalucía el único partido independiente de comerciantes con velador. Pero Vicente Castillo (por aquel entonces Subsecretario de Implantación de C’s y mano derecha del Secretario General Matías Alonso), tenía casa en Sanlúcar, y ya se había fijado en la versatilidad del partido de Marín, que hasta tenía ya la palabra Ciudadanos en su nombre, palabra – panacea- que ya hacía o ahorraba mucho. El turisteo en Sanlúcar de varios cargos orgánicos importantes de Ciudadanos creó una especie de hermandad de barbacoa (el Clan de la Manzanilla) que pareció resultar definitiva para que Marín terminara siendo el número uno del partido en Andalucía, sin saber nadie muy bien por qué.
Empezaron con ideólogos de cabellera de mármol y terminaban con encargados de McDonald’s por pueblos y autonomías. Marín nunca había manifestado interés especial por la regeneración, la nueva política ni esos ideales de civismo fundante de C’s. Marín era tan novedoso como la fiesta de la Virgen de agosto. Tampoco se ajusta él, especie de vendedor de paños, a ese perfil de meritocracia patricia que parece pregonar Ciudadanos. Pero el partido de moda lo llevó al Parlamento andaluz. Allí, aun sin entrar en el Gobierno, permitió la investidura de Susana y se dedicó a hacerle serenatas y ahuecarle los cojines de plumas. Hasta entorpecían las comisiones de investigación. Lo desconcertante era que esa docilidad no parecía tener contraprestación, aparte migajillas como una leve rebaja del IRPF. No veían mucho más que mejorar ni exigir en Andalucía. Cuando a Susana y a Rivera les interesó, fingieron la ruptura. Ahora, Marín vuelve a pedir todo lo que ya le dejó pasar a Susana, y a empezar otra vez.
Marín, de mano blanda y verbo embotado, hace en Andalucía exactamente lo mismo que en Sanlúcar: contemplar el reloj de sol de la política
Marín, de mano blanda y verbo embotado, hace exactamente lo mismo que en Sanlúcar: contemplar el reloj de sol de la política. Cómo Rivera consintió esto es un gran misterio. Y sigue siendo la mayor flaqueza en la credibilidad de su proyecto andaluz. C’s crecerá en Andalucía por la fuerza de Rivera y Arrimadas, esa fuerza de partido comando o partido teleserie. Pero puede que el complaciente y adormecido Marín termine pronto amortizado. De momento, los sabios, sin necesidad de ser demasiado cínicos ni arriesgados, apuestan por que será Marín quien seguirá sosteniendo a Susana. Su plan de vida no ha cambiado desde sus domingos sanluqueños con sol de camafeo y de piscina.
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