Susana llegó un día y vació la política de política, como un jarrón se vacía del agua de las flores, lo único vivo en realidad, para dejar sólo el crespón de la flor muerta. En vez de política teníamos, pues, a Susana, sustituyendo todo, ocupando todo, como un gran Buda con su pagoda. O sea, ya no hay espacio público sino sus brazos abarquillados, no hay debate sino lágrimas como joyones de Virgen rapera, no hay ciudadanía sino su maternidad de leche goteante, no hay lógica sino sentimentalidad, no hay argumento sino tópico.
Ni siquiera hay una Andalucía real, sino de cuento, como si Susana fuera una molinera o una Caperucita que lleva una cesta o un cántaro para los pobres, mientras la asaltan desde setos, a izquierda y derecha, ratoncitos, lobos o cazadores malvados. En realidad, ella es Andalucía misma. Pero no ya su alegoría, porque una alegoría implica simbolismo, atributos, entorchados, cierto ropaje plisado de trascendencia. No, Susana es sólo el álter ego infantil de Andalucía, como si fuera el fruiti andaluz, un gazpachuelo con patas y sombrero de ala ancha. La verdad es que Susana no es Andalucía, sino que más bien ella se ha zampado toda Andalucía, como el lobo, y los andaluces son sólo cabritillos dentro de su barriga. Eso ha hecho Susana, ya ven, con la política. Esta cosa infantil y calostrosa.
Susana es solo el álter ego infantil de Andalucía
Susana, la Fiera de Triana, con su familia currante, su padre fontanero (como si ser fontanero del ayuntamiento fuera ser deshollinador), su marido “tieso” o “desgraciaíto”, como una Sagrada Familia del miserabilismo andaluz, no ha sido en su vida otra cosa que PSOE, hasta llevar a la perfección, al Nirvana, el estilo del socialismo andaluz. Un socialismo que no es socialismo, sino una especie de rosario medievalista, una amargura y un rezo repetidos e interiorizados en una esperanza sin esperanza, hecha sólo de rutina, como la mañana del pastor. Un socialismo convertido además, para los socialistas, en forma de vida muy parecida a la del aciago señorito: vivir de las rentas sentimentales, pavonearse de ser pueblo igual que de apellido, y transmitir la pereza a la siguiente generación bamboleante de señoritos.
Ah, el señorito. No en la versión real (el caciquismo y el clientelismo que hacen posibles los ERE, sin ir más lejos), sino en esa versión como de Alfonso Guerra. El socialismo andaluz, siempre con el futuro moviéndose a la velocidad del horizonte y siempre con el remoto pasado culpable del doloroso presente, lleva utilizando eso desde el principio. Hasta Chaves, soso y como padrastro, agitaba muy apañadamente ese espantapájaros con peto de la derechona, ese señorito con el limpiabotas pegado en la suela como un saltamontes pisado, ese rico ridículo, vestido como de sultán para el pobre. Si hay algo más insultante para el pobre, para la balsa de pobres a la que consideran Andalucía entera, es además tratar al pobre como alguien al que distraen con un guiñol para pobres, con ogros y héroes con garrote.
El socialismo andaluz lleva utilizando desde el principio el pasado culpable del doloroso presente, con el futuro moviéndose a la velocidad del horizonte
Susana también usa ese infantilismo, pero lo sublima, porque el andaluz ya no es sólo un niño al que se le habla con cuentos y personajes de niño, sino ‘su’ niño, al que habla como madre. Del infantilismo teórico, Susana pasa al infantilismo carnal. Su personalismo y su gravidez universal conforman esa religión de diosa madre que es el susanismo. Chaves podía aspirar a rey viejo, pero nunca pudo soñar con el altar de Susana, esa religión de Jesusito de mi vida o de mayo florido, una religión como de Marisol. Apropiándose además de la identidad andaluza, que es el Cielo pintado de su ermita, lo de Susana es puro pujolismo andaluz, como he dicho alguna vez. Por eso Susana arenga contra el agravio, el insulto y el odio que recibe Andalucía por parte de sus enemigos eternos, a la vez que adula el carácter, la bondad, la sencillez del buen andaluz, del verdadero andaluz (su “gente”), en un discurso defensivo, orgulloso y aceitoso.
Sin embargo, el pujolismo al menos trajo prosperidad a Cataluña. En Andalucía, se ha suprimido esta necesidad. La misma Susana ha reconocido que le aburre la gestión, la gobernanza, un poco como le aburría la carrera de Derecho, que tardó diez años en sacarse. Lo que le gusta es otra cosa, la caza del adversario, ganar la partida como María Antonieta ganando a las cartas. Lo que nos lleva al rasgo de su personalidad del que viene todo lo demás: la supremacía del canibalismo político.
Susana ha reconocido que le aburre la gestión, la gobernanza y le gusta la caza del adversario, la supremacía del canibalismo político
“Susana sólo piensa en Susana, todo está al servicio de su ambición”, me dijo un socialista que la conoce bien. Él la caló cuando vio cómo dejaba tirados a sus compañeros para entrar en las listas del Ayuntamiento de Sevilla, hace mucho. Cualquiera de entonces, y de allí, conoce sus modos, sus pucherazos, su letalidad. Esa ristra de muertos que es Susana, ese collar de cabezas, como si fuera de cocos, que ha hecho con sus jefes y mentores. Desde el ámbito local hasta Griñán, que la dejó a cargo del castillo cuando lo acosaban los ERE, o Rubalcaba, con cuya piel de odre quería tapizar su camino a Madrid. Como con la de Sánchez, un mandado que se le rebotó, y con el que intentó aquella puñalada esquinera que le falló. Si no, podríamos tener ahora a Susana como carta de ajuste en España.
El socialismo perfecto superará los 40 años en Andalucía y al PSOE le servirá decir que defiende a los pobres que se dedica a fabricar
Susana, una religión pasivo-agresiva, un felipismo sin altura, un priísmo de poni heredado, un peronismo de castañuela; Susana, la antipolítica, la sustitución de la política por su presencia crucificada o luminosa. Es decir, la perfección de la política inútil, descubierta como mejor opción ganadora. Susana ganará otra vez, el socialismo perfecto superará los 40 años, porque ante la dolorosa verdad, el andaluz aún se revuelve votando a quien la niega. Volverá a ganar y a pactar con el confortable Marín, seguramente. Y se afianzará en su discurso de pastorcita con corderitos, en su trono de mondas y suspiros, y esto no acabará nunca. Más ante la incompetencia del PP. Y, sobre todo, de la verdad más dolorosa, más trágica, de Andalucía: que al PSOE le funcione decir que defiende a los pobres que se dedica a fabricar.
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