Es el terreno más peligroso del mundo. La Isla Sentinel del Norte, oficialmente, es territorio indio, pero el Estado no la controla. De hecho prohíbe terminantemente acercarse a menos de 5,6 kilómetros de sus costas. Quien lo haga se arriesga a lo mismo que esta semana le ha sucedido al predicador norteamericano John Allen Chau: ser recibido a flechazos y asesinado por la tribu de los sentineleses mientras gritaba "Jesús os ama". Su cuerpo jamás se recuperará.
En 2006, las autoridades de la India convirtieron Sentinel del Norte en "zona de exclusión" tras la muerte de dos pescadores que se acercaron demasiado a la isla, situada en el Golfo de Bengala, dentro del archipiélago de las Islas Andamán y Nicobar, un destino turístico cada vez más en boga. No fueron los primeros en perder la vida en estas, aparentemente, paradisíacas playas. Los sentineleses rechazan todo tipo de contacto externo. Expertos creen que viven en este pequeño islote desde hace más de 55.000 años y se sabe que jamás han sido colonizados ni contactados prolongadamente por la civilización. Así desean permanecer.
La tribu no se ha mezclado jamás con otros grupos y desciende directamente del primer gran éxodo africano, hace 60.000 años
Los sentineleses viven de la caza y de la pesca. No conocen la agricultura, son capaces de utilizar el fuego pero no de hacerlo y no muestran una jerarquía social definida. Son extremadamente agresivos con los visitantes: atacan con flechas y hachas a cualquier extraño. No sólo occidentales, puesto que tampoco se relacionan de ninguna forma con tribus de islas cercanas ni tienen un idioma común. Su aislamiento es así de extremo.
Según estudios realizados por la universidad de Oslo a principios del siglo XXI, se cataloga a los sentineleses como un pueblo asiático pese a que sus características físicas y genéticas son casi idénticas a las de los pueblos africanos de hace 60.000 años. Forman parte de uno de los primeros éxodos masivos que recorrieron las costas persas e indias, sin que queden restos arquelógicos del épico viaje. Parte de esa migración continuó por el continente hacia Japón y otra se adentró en el océano hacia Australia. Un centenar de expedicionarios dio por finalizada su travesía en este pequeño islote de poco más de 40 kilómetros cuadrados, del que nunca han vuelto a salir.
Rechazo y enfermedades
Los intentos de contacto se han documentado desde, por lo menos, 1771. Uno de los más relevantes se produjo en 1867 cuando un barco mercante indio, el Nineveh, quedó atrapado en el arrecife de coral que rodea a la isla y la hace difícilmente accesible. Su tripulación llegó a la costa en botes de emergencia y fue hallada muerta meses después por un barco de rescate de la Royal Navy.
Trece años más tarde, otra expedición británica se adentró en la isla. En esta ocasión los nativos se escondieron de ellos, aunque el grupo de exploración acabó capturando a una pareja de ancianos y a cuatro niños que trasladaron a Port Blair para su estudio. Todos enfermaron a los pocos días, los adultos murieron y los menores fueron devueltos a la isla, cargados de regalos. Se desconocen las consecuencias exactas que esto tuvo para la población nativa, pero los antropólogos de la región han mencionado habitualmente este capítulo como posible explicación a su actitud hostil hacia los extraños.
Las autoridades de la India entienden que los sentineleses son, de algún modo, conscientes del mundo que les rodea. Ven enormes cargueros a lo lejos y aviones que sobrevuelan su isla. Una de las fotos más míticas de este grupo humano, la que ilustra este artículo, corresponde a un nativo que ataca con flechas a una avioneta de reconocimiento que sobrevoló la isla en 2004 para comprobar si la tribu había sobrevivido al Gran Tsunami. Y sí, lo habían hecho. India, como la mayoría de gobiernos de países sudamericanos en los que sobreviven grupos no contactados, ha decidido respetar esa voluntad y no interferir de ninguna manera en el día a día de los sentineleses.
Trilokinath Pandit: 24 años de trabajo y un solo día de éxito
No siempre fue así. De hecho, durante unos 30 años el Gobierno condujo expediciones de contacto limitado que acabaron cosechando cierto éxito. Al frente de ellas estaba el único hombre que, en toda la Historia, ha mantenido un contacto más o menos habitual con los sentineleses y ha logrado sobrevivir para contarlo. Se trata de Trilokinath Pandit, el antropólogo al que el Ejecutivo encargó esta tarea en los 60. Hoy, con 83 años, vive en su hogar de Nueva Delhi sobrepasado por el caos de la ciudad y envuelto en fotos y recuerdos de sus inolvidables contactos con los hombres de la tribu. No está seguro de que fueran buena idea.
Los sentineleses apreciaban los cocos que les regalaba la expedición porque no crecen en la isla
Pandit llegó a la Isla Sentinel del Norte por primera vez en 1967. Y como en 1880, los nativos reaccionaron escondiéndose en la jungla, que cubre la práctica totalidad de la isla. Tal y como recordaba el antropólogo en un artículo publicado por The Independent hace 25 años, lo intentaron de nuevo en 1970 y 1973. Fueron recibidos con flechas y lograron escapar por los pelos. En 1974, al volver a la isla, lo hicieron cargados de cocos e incluso de un cerdo vivo, que dejaron en la costa. Así reflejó Pandit en sus diarios la reacción de los aborígenes a los regalos: "Nos daban la espalda y se sentaban en cuclillas como para defecar. Pretendían insultarnos y decir que no éramos bienvenidos". En otros vídeos captados desde barcos se les puede ver en una actitud similar: llevándose las manos a los genitales.
Pese a esto, los antropólogos tomaban nota de lo que los sentineleses recibían con agrado y de lo que no. Concluyeron que su obsequio preferido eran los cocos, que no crecen en la isla. E intensificaron sus visitas, que eran recibidas cada vez con menos hostilidad. Fue una labor que llevó décadas hasta que se pudo culminar en 1991. El 4 de enero de aquel año, Pandit y sus compañeros se acercaron a la isla y, por primera vez, fueron recibidos por un grupo de 28 hombres, mujeres y niños desarmados.
La comunicación verbal fue imposible, pero el grupo intercambió cocos, gestos y algunas sonrisas. De aquel encuentro surgieron los principales datos que se tienen sobre su cultura. Por ejemplo, que sus canciones sólo reproducen dos notas y que sólo son capaces de contar hasta dos. Además, Pandit llegó a la conclusión -contra lo que se creía- de que los sentineleses no son caníbales, aunque sí guardan tradiciones como fabricar collares con las dentaduras de miembros fallecidos de la tribu.
No obstante, el éxito no fue prolongado. Tras ese pequeño impás, en el que ambos grupos se mezclaron en la orilla de la playa, los sentineleses recuperaron su actitud hostil. Más que nunca. De hecho, en los años anteriores, sólo el grupo dirigido por Pandit había gozado de cierta manga ancha.
El barco abandonado que les llevó a la Edad de Hierro
Uno de los capítulos más curiosos de la historia de la Isla Sentinel del Norte se produjo, precisamente, durante esta época de aparente aperturismo. Era agosto de 1981 y el barco MV Primrose, por alguna razón, se acercó demasiado a la isla y quedó atrapado en la barrera de coral que la protege. El capitán de la nave sabía de la peligrosidad del terreno en que se encontraban y ordenó a la tripulación que permaneciera en el barco. Al cabo de unos días, vieron como los nativos les amenazaban con arcos desde la costa y comenzaban a construir pequeñas canoas con las que se acercaron al casco. No llegaron a encontrar el modo de trepar y asaltarlo y sus flechas pudieron hacer poco contra el acero.
Los tripulantes fueron rescatados en helicóptero, pero lo más sorprendente lo documentaron Pandit y su equipo en sus visitas posteriores: las armas con las que les atacaban ya no tenían puntas de madera sino de hierro. El barco abandonado -sigue allí a día de hoy, visible desde Google Maps- les había transportado súbitamente a la Edad de Hierro.
"El aislamiento permanente no es práctico. Están rodeados de 200.000 personas que viven en estas islas. El Gobierno debe asegurarse de que no se les daña, y de que no mueran de enfermedades traídas de fuera", declaraba Pandit a The Independent en 1993. Hacía dos años que había logrado el contacto exitoso, pero ahora los isleños volvían a atacar sus expediciones. Tres años después, India decidió suspenderlas para siempre.
En un reportaje publicado en 2017 por el New York Times, el antropólogo recordaba la época con cierto disgusto. Los sentineleses no son la única tribu no contactada que sobrevivía en la zona hasta mediados del siglo XIX. Otras como los Onge o los Jarawa también lo hacían, pero ya no. Pandit trabajó con ellas, les llevó regalos y en parte las mostró al mundo. Ahora se arrepiente.
"Les hemos expuesto a una forma de vida moderna que no pueden mantener. Han aprendido a comer arroz y azúcar. Hemos convertido a gente libre en mendigos", sostenía en aquella entrevista. Y es cierto, especialmente en el caso de los Jarawa, víctimas incluso del turismo y los safaris humanos. Muchos de sus miembros han muerto por el contacto con enfermedades comunes, pero desconocidas para su sistema inmunológico, exactamente igual que sucedió en América tras el descubrimiento de 1492. Algunas de las mujeres jarawas han sido esclavizadas como prostitutas, y a otras se las ve cerca de las carreteras bailando a la orden de los turistas que las graban a cambio de un poco de arroz o dulces.
Los sentineleses son ajenos al trágico destino que ha golpeado a sus vecinos tribales, pero se defienden de forma subconsciente. De las tribus no contactadas, son la única que sobrevive en una isla, lo que les proporciona una defensa natural y efectiva. Pero Trilokinath Pandit, el único hombre que se acercó a conocerles, no era optimista hace un año. "Con el paso del tiempo, estas comunidades desaparecerán. Sus culturas se perderán", decía a la periodista del NYT. Un año después, el irresponsable predicador norteamericano que perdió su vida en la isla ha demostrado que, muy probablemente, Pandit está en lo cierto.
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