Cuando un partido sufre un descalabro electoral lo habitual es que sus dirigentes construyan un discurso que trate de dar una explicación razonable al fracaso que les evite asumir sus propias responsabilidades. A veces dimiten, pero sólo en raras ocasiones.
Susana Díaz forma parte del primer grupo. El PSOE de Andalucía ha obtenido los peores resultados de su historia, obteniendo 400.000 votos menos que los comicios de 2015, lo que ha supuesto la pérdida de 14 escaños. Pero no sólo ha sido eso: el castigo de los electores hace prácticamente imposible que el PSOE siga gobernando, dado que la izquierda no ha sumado escaños suficientes como para conformar una mayoría.
Siguiendo la estela de Pablo Iglesias, que se precipitó en plena noche electoral a llamar a la movilización de masas para "frenar al fascismo", la todavía presidenta de la Junta exhortó al resto de los partidos, especialmente a Ciudadanos, a crear un "cordón sanitario" en torno a Vox. Un mensaje que luego repitió el secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos , desde Ferraz.
En lugar de analizar por qué Vox ha tenido ese espectacular resultado (12 escaños y 400.000 votos), la izquierda ha puesto el foco en el supuesto peligro para la democracia que representa un partido irrelevante hasta hace unas semanas. Dudo que la estrategia del miedo le de rentabilidad al PSOE o a Podemos, aunque sí pueda servirles para lanzar una cortina de humo sobre los errores de bulto que han llevado a los sorprendentes resultados del 2-D.
Los dos elementos que han coadyuvado al triunfo de la derecha en las elecciones del domingo son la crisis de Cataluña y la inmigración. El PSOE ha decepcionado a una parte de sus votantes, que se han desmovilizado e incluso algunos han votado a Vox.
El ascenso del populismo de derechas está relacionado con la debilidad del gobierno socialista frente al independentismo catalán y la demagogia en la política migratoria
Pedro Sánchez prometió en 2016 que no sería presidente "a cualquier precio" y descartó pactar con los que "quieren romper España". Pero la moción de censura del pasado mes de mayo ha supuesto una rectificación completa de esas líneas rojas que conectaban a la perfección con la sensibilidad del núcleo central de sus votantes, sobre todo en regiones como Andalucía. Aceptar el voto de los separatistas en la moción de censura e iniciar una política de diálogo con ellos ha tenido un elevado coste. Pero el PSOE de Andalucía -que sabe esto mejor que nadie-, en lugar de apuntar a esa falta de coherencia con los principios nucleares de la izquierda ha preferido encender las alarmas con Vox como si el teniente general Queipo de Llano hubiera vuelto a entrar en Sevilla.
Si el PSOE no rectifica su política de acercamiento a los independentistas, va a sufrir electoralmente en toda España y tenemos en puertas unas decisivas elecciones municipales, autonómicas y europeas. Lo que se había planificado en Moncloa como el primer peldaño a un triunfo que permitiera un "cambio de ciclo" en España se ha transformado en el primer episodio de una pesadilla que puede concluir en debacle, si no se produce una rectificación en profundidad en las políticas de Estado por parte del gobierno.
El equipo de Díaz sabía que esto podía pasar, pero advertirlo hubiera supuesto abrir una nueva guerra con Pedro Sánchez, una de cuyas apuestas centrales durante esta legislatura consiste en lo que sus ministros llaman "desinflamar" la situación política en Cataluña. La todavía presidenta andaluza no ha querido que el presidente del gobierno apareciera mucho en su tierra y no sólo porque las heridas de las primarias aún no han cicatrizado, sino, sobre todo, porque Sánchez representa una política de apaciguamiento que no entienden la mayoría de los andaluces de izquierdas.
Si Díaz quiere que el gobierno del cambio no dependa de Vox lo tiene fácil: basta con que el PSOE se abstenga en la investidura del nuevo presidente
Respecto a la política migratoria ha sucedido algo parecido. El gesto del Aquarius tuvo su traslación inmediata a Andalucía, donde la llegada de pateras se ha multiplicado desde entonces, confirmando que el efecto llamada existe y ha provocado situaciones lamentables en la costa gaditana. Que Vox haya tenido sus mayores éxitos en las zonas donde hay más inmigrantes (en Almería, pero también en Cádiz), no es casual, sino la manifestación de la preocupación de una parte de la población que sufre directamente las consecuencias de unas políticas marcadas por la demagogia.
La mejor forma de restarle poder a Vox -si es eso lo que le preocupa a Díaz- es que el PSOE defienda con mayor contundencia la unidad de España y deje de coquetear con los que quieren romperla. Si la presidenta de la Junta quiere de verdad que el nuevo gobierno que se forme en Andalucía no dependa de los votos de Vox, lo tiene fácil: si el PSOE se abstiene en la investidura, PP y Ciudadanos no necesitarían el apoyo del partido populista.
Pero reclamar esa altura de miras, esa generosidad, es pedir peras al olmo. Susana Díaz hará todo lo posible para boicotear la alternativa, el cambio, por el que han votado la mayoría de los andaluces. No sólo porque quiera permanecer en el Palacio de San Telmo, algo comprensible, sino porque el esquema de poder en Andalucía, perfeccionado durante 36 años, ha creado una masa ingente de altos cargos, funcionarios y asesores que no se resignan a perder las prebendas de las que han disfrutado, y que han llevado a escándalos de corrupción como la malversación de fondos públicos en los ERE.
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