Política

Cuando los mediocres llegan al poder

Cuando los mediocres llegan al poder. | iStock

Algo de consuelo hay en que la pregunta de por qué no tenemos mejores políticos no sea un dilema local. El filósofo canadiense Alain Denault analiza esta premisa en Mediocracia. Cuando los mediocres llegan al poder (Taurus, 2019), que en unas semanas llegará a las librerías españolas.

Si la meritocracia es el gobierno de los mejores, la mediocracia sería el gobierno de los mediocres. Alerta Deneault, filósofo que enseña Pensamiento Crítico en Montreal, de que "los mediocres han tomado el poder". Según él, la razón principal es que el sistema no favorece que sobresalgan los mejores ni los más brillantes, sino aquellos que no molestan demasiado al statu quo. El problema dice que es común en Occidente.

En los políticos actuales está la naturaleza de lo mediocre", afirma el filósofo Alain Denault, autor de Mediocracia

"La mediocracia designa un régimen en el que el promedio se convierte en la norma imperiosa que debe encarnar", apunta Deneault en conversación con El Independiente. "En los políticos actuales está la naturaleza de lo mediocre.  Pero ser mediocre no es equivalente a ser incompetente. Sino en ser del montón, no destacar. Lo que desaparece es la mente crítica. La política y las ideas han ido desapareciendo en favor de lo que los manuales de gestión llaman resolución de problemas y lo que se busca es una solución inmediata a un problema inmediato, que excluye cualquier pensamiento a largo plazo".

Qué falla

Cabe preguntarse si la añoranza de un tiempo pasado y unos líderes de otras épocas está basado en una percepción realista de la situación o una nostalgia falaz de que cualquier tiempo pasado fue mejor. ¿Eran realmente mejores los políticos de la España de antes? La degradación de la política puede ser subjetiva o no, pero las encuestas demuestran que su deterioro es al menos una realidad en la percepción de la ciudadanía. Sean o no más mediocres, los votantes los perciben como tal. La política se ha convertido en los últimos años en uno de los principales problemas para los españoles, según el CIS.

El sociólogo Xavier Coller, que ha analizado los currículos de los políticos españoles, duda de que el problema sea una falta de formación. De hecho, los políticos españoles están más formados que la media europea. Según sus datos, el porcentaje de parlamentarios con titulación universitaria asciende al 90% en las autonomías (Canarias, Navarra y Galicia las que más) y es del 93% en el Congreso de los Diputados; muy superior a la proporción de españoles con título universitario (alrededor del 25%).

"Se da una paradoja de que esta percepción de que tenemos políticos malos sucede cuando tenemos la clase política mejor formada de la Historia del país", afirma Coller, catedrático de Sociología de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.

"El primer ministro sueco es soldador", comenta el politólogo  Víctor Lapuente, profesor de Ciencia Política en la universidad de Gotemburgo, que sostiene que el nivel de formación no tiene necesariamente que ver con la mediocridad o no de nuestros políticos. "En todo caso las habilidades para ser político no tienen que ser las mismas que para el ámbito académico".

Tenemos una élite política muy formada pero muy desprestigiada. ¿Qué falla? ¿Fallan las percepciones de los españoles? ¿Fallan las universidades al expedir títulos a quienes no se lo merecen? ¿Fallan los partidos al elegir las personas que los representan? “Quizá un amalgama de todo ello”, apunta Coller.

Se da la paradoja de que esta percepción de que tenemos políticos malos sucede cuando tenemos la clase política mejor formada de la Historia del país

Los políticos de la a menudo venerada generación de la Transición, sin embargo, tenían carreras profesionales más dilatadas. "Es importante ganar profundidad histórica", afirma Jaime Nubiola, profesor de Filosofía en la Universidad de Navarra, que tenía 23 años cuando murió Franco. "Una primera promoción de políticos en la democracia eran profesionales de todo el espectro político. Eran profesores, abogados, etc. No habían tenido una actividad política pero dan un paso adelante para ayudar a construir la democracia".

“Cuando España tuvo que reinventarse después de la dictadura la mayoría de los políticos que llegaron ya habían demostrado quiénes eran en la sociedad”, coincide Lluís Pastor, profesor de Comunicación Política de la UOC. “Y eso pasaba desde la Alianza Popular de Fraga al Partido Comunista de Carrillo. Todos ellos tenían un desarrollo profesional que hacía que conocieran la sociedad que iban a gobernar".

En esta diferencia coinciden todos los expertos al comparar la España de hace 40 años y la situación actual. Los políticos actuales apenas tienen desarrollo fuera de la política, no han desarrollado su valor social a través de otra profesión. Como el conjunto de la población está mejor formada, además, la titulitis impresiona menos.

De Castelar a Rufián

"Las instituciones públicas son el reflejo de la sociedad en la que vivimos", afirma Giselle Garcia Hipola, doctora en Ciencias Políticas y profesora de la Universidad de Granada de Sistemas Electorales, partidaria de buscar más allá de la propia política la pérdida de calidad del discurso político. Va al contexto: "Hace 30 años tener una carrera universitaria presuponía unos conocimientos y un status. Hoy no es así", recuerda. "Aunque los estudios de élites muestran que cada vez los políticos tienen más títulos y están mucho mejor formados objetivamente que la gente que accedía a cargos en las administraciones públicas hace 30 ó 40 años, el discurso político es más coloquial y podría considerarse poco digno de una institución pública. Esto en parte responde a la inmediatez que exigen los nuevos canales de comunicación. Los políticos quieren llegar a todos los públicos y en consecuencia puede percibirse que se está desprestigiando".

"Si comparamos la oratoria de nuestros políticos con la de otras épocas y otros países, hay margen de mejora", apunta Coller. "Vemos que tenemos la élite mejor formada pero su preparación no se percibe generalmente como satisfactoria por el ciudadano".
Lo mucho que ha cambiado la manera de comunicarnos en un mundo conectado a internet hace muy difícil para sociólogos y politólogos comparar objetivamente la clase política de la sociedad actual con la de hace 30 años.

Se ha banalizado tanto el discurso para que quepa en un tuit que la duda, por expresarlo de un modo acorde con la simpleza los tiempos, es si son tontos o se lo hacen

Se ha banalizado tanto el discurso para que quepa en un tuit que la duda, por expresarlo de un modo nada científico acorde con la simpleza los tiempos actuales, es si son tontos o se lo hacen. "Eso es", resume García Hipola, que cuando plantea este dilema a sus alumnos universitarios de la facultad de Políticas lo hace con el ejemplo del diputado de Esquerra Gabriel Rufián."Los políticos tienen que entrar en decir las cosas sencillas en 20 segundos porque es lo que entra en el telediario y saben que así van a tener mucho más impacto". ¿Banaliza la política para hacerse un hueco en el debate público o está en el debate público porque es banal? "Se ha ido simplificando tanto la política que pierde la carga de servicio público y de representación. Pero estamos en la democracia de las audiencias y los políticos van donde están estas", responde.

Si comparamos los discursos de Emilio Castelar con los de Gabriel Rufián, o incluso los de Felipe González, obviamente nos parecerá que la nueva política es mucho más mediocre, cuanto menos, en su oratoria. La pregunta que habría que hacerse entonces es si hablar como Castelar ayudaría hoy en día o no a ganar más elecciones que tuitear como Rufián. "También como sociedad nos tenemos que mirar en el espejo antes de echar toda la culpa a los políticos", afirma la politóloga.

Los partidos como agencias de colocación

Otro problema en el que coinciden expertos de diferentes disciplinas es tener un grueso de la clase política que no tiene un perfil profesional más allá del cobijo de los partidos. “Esto hace que inevitablemente sean más miopes para interpretar la sociedad”, afirma Pastor.

Para Lapuente, el problema fundamental que aleja la meritocracia de la política en España es claro: "Los partidos son más percibidos como agencias de colocación que como plataformas para agregar intereses ideológicos", explica Lapuente, coautor de Organizando el Leviatán (Ediciones Deusto), un reciente libro en el que defiende que es fundamental separar las trayectorias de políticos y burócratas para que funcione el sistema de forma democrática.

"Un problema son las juventudes de los diversos partidos", coincide Nubiola. "Buena parte de los políticos actuales han pasado toda su vida en los partidos. Necesitan títulos para aparentar que son alguien porque no han hecho otra cosa y ahí es donde la titulitis cobra sentido". Y añade el filósofo: "El otro problema son las listas cerradas. Van en contra de los méritos personales, porque un político está ahí porque le hayan votado a él sino porque han votado al partido".

La pregunta que habría que hacerse entonces es si hablar como Castelar ayudaría hoy en día o no a ganar más elecciones que tuitear como Rufián

"En otros países europeos ser parlamentario es más prestigioso, es la aspiración del político en sí misma", añade Lapuente. "Sin embargo, en España es un medio porque te abre la puerta para optar luego a muchos cargos discrecionales. En otros países no hay tantos cargos a dedo como en España. Esa arbitrariedad alimenta que se produzcan esas luchas de poder en los partidos que no son ideológicas, sino personalistas".

Lapuente pone como ejemplo la expresión "tatcherista" que se usa en Reino Unido desde los años 80 para referirse a aquellos que siguen las ideas de Margaret Tatcher. "En España, sin embargo, ser susanista o sanchista, por poner un ejemplo, no se identifica con apoyar la ideología de Pedro Sánchez o Susana Díaz, sino por apoyar al político que crees que te puede colocar", afirma. Y no es un asunto que ataña solo al partido socialista. Lo mismo se repite con los sorayos, aguirristas y aznaristas.

La mejor prueba de que resulta difícil hacerse un hueco en política si no se viene de las juventudes o nuevas generaciones es que los principales líderes de los partidos tradicionales Pablo Casado y Teodoro García Egea, también el nuevo presidente de Andalucía Juan Manuel Moreno (PP), así como Pedro Sánchez y Susana Díaz (PSOE), hicieron carrera básicamente en las juventudes de sus partidos. Los partidos que más representantes tienen que tuvieron una ocupación profesional antes de dedicarse a la política son los nuevos, tanto Ciudadanos como Podemos.

El partido en España es un paraguas vital que garantiza favores, una cúpula que te protege por criterios que nada tienen que ver con el mérito"

Pertenecer a la estructura de los partidos, no solo ofrece favores en la política, también en las empresas privadas y los medios de comunicación. "Ser afín a un partido hace años que garantiza hasta un hueco en televisiones", afirma Puente. "Y eso pasa tanto en Cataluña, como en Andalucía, como en Madrid. El partido en España es un paraguas vital que garantiza favores. Es una cúpula que te protege por criterios que nada tienen que ver con el mérito sino con la afinidad. Esto explica en parte por qué los políticos se toman a chirigota los máster y la formación. Los currículum son simulacros de una vida real que no han tenido que el propio partido te ayuda a crear.".

La crisis de la política es por tanto la crisis de los partidos. "Su función clásica es reclutar a las élites políticas", recuerda la politóloga García Hipola. "Pero ahora los partidos tradicionales están muy desorientados porque responden a modelos obsoletos de hace 40 años. Antes la gente se afiliaba a un partido porque se identificaba con él a largo plazo. Ahora la gente cambia su candidato de una elección a otra y los partidos no entienden al electorado volátil ni saben cómo adaptarse a él".

También, por supuesto, gran parte del deterioro viene de la corrupción. "Cualquier país soporta el índice de corrupción política que es capaz de soportar", apunta García Hipola. "Nos da envidia un país en el que dimite un ministro copiar una tesis doctoral, pero es que en esa sociedad copiar es intolerable. Todos tenemos responsabilidad en el descrédito de las instituciones".

La política low cost

Otra de las razones que apuntan los expertos para la falta de meritocracia en la política es lo que llaman la selección adversa. Ante la falta de incentivos, la gente mejor preparada y con más posibilidades de tener una carrera exitosa no opta por la política. En parte, pero no solo, por su desprestigio social. Y la corrupción también tiene mucho que ver con esto.

También faltan otros incentivos para atraer a los mejores. “La dotación de la política española es low cost", afirma Coller. "Es de bajo coste en términos de reconocimiento en sentido genérico, tanto económico como social. Si  comparamos la política en España con los países del entorno tiene mucha menos dotación, tanto en el sueldo de los políticos como en la dotación de recursos de las oficinas de apoyo a los parlamentarios".

Cuando la política está rodeada de una épica como la de la construcción de la democracia, como pasaba en la Transición, le añade un atractivo"

Los políticos españoles no están bien pagados, pero tampoco lo estaban en otra época en la que sí atraían a profesionales más prestigiosos de otros ámbitos. "Los incentivos no solo son económicos", recuerda Coller. "Cuando la política está rodeada de una épica como la de la construcción de la democracia, como pasaba en la Transición, le añade un atractivo que hace que algunas personas que tendrían acomodo en una posición social o económica mayor acaben en política. También hay épica en la creación de un partido nuevo e ilusionante que ha atraído a partidos nuevos a profesionales de otros ámbitos". Y alerta: "Pero cuando esa épica se rutiniza desaparece el incentivo inicial y hay más dificultades en encontrar gente dispuesta a hacer el sacrificio de dedicarse a la política".

La mediocridad, sin embargo, no es patrimonio exclusivo de la política. "Hay mucha falta de meritocracia también en las empresas probadas", afirma Ceferi Soler, profesor del Departamento de Dirección de Personas de Esade. "El nepotismo están en todo tipo de organizaciones, siempre hay jefes que tienen caprichos y enchufan a alguien que no está preparado.  En algunas empresas hay más meritocracia que en la política. Pero no hay que mitificar la empresa".

¿Tenemos remedio?

"Lo que realmente urge es acabar con los cientos de cargos que se reparten los partidos políticos", propone Lapuente como uno de los remedios posibles a que la ciudadanía recupere la confianza en los políticos.  Contra la mediocridad en los cargos públicos propone "terminar con la politización de las administraciones minimizando la posibilidad de que los partidos sean agencias de colocación en los ministerios y las empresas públicas. Esto ayudaría a asegurarnos de que quien se mete en un partido lo haces porque le interesa la política y el servicio público, no porque crea que le garantiza tener un futuro prometedor si se afilia con 18 años". Y añade: "Así los jóvenes militantes dedicarían más esfuerzos a estudiar o trabajar, más que a hacer contactos".

También Nubiola coincide en que el número de cargos y puestos que se adjudican a dedo alimenta inevitablemente un régimen clientelar. Como solución él también propone exigir formación obligatoria para los cargos públicos: "Habría que dar clases a los políticos una vez que llegan al cargo. Una vez que se eligen habrá que formarlos en cuestiones técnicas. Que aprendan leyes, administración pública... Y al que no apruebe no se le pueda reelegir".

"Lo que realmente urgente es acabar con los cientos de cargos que se reparten los partidos políticos", propone Lapuente

El filósofo reconoce que no es aplicable en la práctica, pero reabre el debate de la formación: "Sería mejor que llegaran al cargo aprendidos, pero la gente que más sabe a veces es aburrida. Y en la espectacularización de la democracia la gente no vota a los aburridos. Ahora la gente vota, en el mejor de los casos, a los que parecen buenas personas. Pues habrá que formarlos".

“La solución es hacer una escuela de administración pública de prestigio”, coincide Soler que cita como ejemplo la prestigiosa SciencesPo francesa. “No es una garantía pero es una ayuda. Igual que España es una referencia en las escuelas de negocio para las empresas, se debería hacer algo equivalente para la administración. Pero con una democracia de 40 años es normal que España sea un país inmaduro en cultura democrática. Tenemos que darnos tiempo e invertir más en formación. Tanto de los políticos como de los ciudadanos, para que exijan más y mejor de sus líderes”.

Nubiola, además de la educación como antídoto de la mediocridad, propone un remedio más inmediato: ventilar los partidos con listas abiertas en las elecciones. "Así la gente podría votar a la gente más válida o, simplemente, a la que más les gusta. Y tendrían que esforzarse en ganar la confianza de la gente, no solo la del partido".

García Hipola, sin embargo, apela al realismo de la aritmética parlamentaria para descartar que una reforma de ese tipo pueda suceder en el corto plazo: "Desbloquear las listas requeriría una reforma constitucional que precisa dos tercios de la Cámara. ¿Estamos en condiciones de una reforma y dispuestos a asumir sus consecuencias? No creo que sea una prioridad para los partidos. Solo sale a la palestra en elecciones, pero no lo van a poner encima de la mesa.".

Si la política pierde peso en la toma de decisiones, la percepción de que entrando en ella se puedan cambiar las cosas también decae".

El deterioro de la imagen de la política aleja el talento. Y sin talento se nutre la mediocridad que desprestigia la política. Y así podríamos entrar en un bucle infinito. Entre tanto, muchos profesionales que podían ayudar a mejorar el país no dan un paso adelante porque no ven que las instituciones  resulten atractivas. "Es un problema más grave de lo que parece y no se entiende sin el desgaste de la crisis capitalista que ha marcado el desprestigio de la política", apunta Pastor. "Si la política pierde peso en la toma de decisiones, la percepción de que entrando en ella se puedan cambiar las cosas también decae".

Volviendo al libro de Denault sobre la Mediocracia, el filósofo francés también insiste en que "el problema es profundo y empieza en la educación. Para resistir la mediocracia la única salida es el pensamiento crítico". Sin embargo, muy al contrario, "ante la mediocridad lo que estamos viendo es el surgimiento de populismos como reacción a un entorno en el que las diferencias entre unos discursos y otros son mínimas". Y concluye: "La de la mediocridad es una epidemia global".  Como consuelo es mediocre, pero algo es algo.

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