Los juicios son un todo. El cómputo total de los interrogatorios de los acusados, las pruebas testificales, periciales, documentales así como la fase de las conclusiones finales que sostienen acusaciones y defensas. El guion está escrito de antemano, aunque cada sesión es determinante para que al final de la vista oral el tribunal valore todas las pruebas y adquiera convicción de la misma.
Del resultado de este proceso saldrán los hechos probados de la sentencia y la calificación jurídica de los mismos. Como en todo ritual, y un juicio lo es, existe el arte de saber hacer las cosas excepcionalmente bien. En este caso, me refiero al arte de interrogar. Saber qué preguntar, cómo y cuándo; saber poner en aprietos a un testigo renuente a explicar aquello que sucedió; y, saber cortar a tiempo cuando ya se ha evidenciado la contradicción en sus palabras.
Desde hace un mes, se retransmite en directo por multitud de medios de comunicación de este país, entre ellos El Independiente, el juicio a los líderes del ‘procés’ que se celebra en el majestuoso Salón de Plenos del Tribunal Supremo. Es el juicio del siglo. Quizás, el más importante de nuestra democracia y para el futuro de nuestra democracia.
Y de todos los actores que están interviniendo en él sobresalen dos nombres: el del presidente del tribunal Manuel Marchena y el del fiscal de Sala, Javier Zaragoza.
Marchena con sus exquisitos modales dirige día a día con extrema pulcritud y acierto el juicio más importante para el futuro de nuestra democracia
Marchena porque, con sus exquisitos modales, dirige día a día con extrema pulcritud y acierto un escenario nada difícil de manejar. Reprueba a partes iguales a defensas y acusaciones cuando entiende que sus preguntas pretenden extraer opiniones de los comparecientes en vez de datos sobre los hechos objeto de enjuiciamiento.
El presidente de la Sala hace además cada jornada gala de una paciencia infinita con algunos letrados a los que de vez en cuando recuerda, con guante de seda, que en la sala de vistas manda él. Los ritmos siempre los marca el director de la orquesta. “No entre en debate conmigo. No se lo permito”, dijo el pasado miércoles al reputado penalista catalán Jordi Pina cuando pretendió establecer un diálogo dentro de la Sala de igual a igual.
Y a la izquierda del tribunal otro hombre sin el que este juicio no sería el mismo. Es el ex fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza, curtido en participar en mediáticas vistas como la de los atentados del 11-M o dos décadas atrás en el caso Nécora, siendo aún un joven fiscal Antidroga. Suyo es en gran medida el mérito de haber logrado que el jefe de la Comisaría General de Información de los Mossos d’Esquadra Manuel Castellví confesara este jueves en el Supremo que tres días antes del referéndum ilegal del 1-O se reunió en el Palau de la Generalitat con al ex president Carles Puigdemont, el ex vicepresidente Oriol Junqueras y el ex consejero de Interior Joaquim Forn y les pidió que desconvocaran la cita con las urnas porque se podía producir una “escalada de violencia”.
Castellví fue propuesto, entre otros, por la defensa de Junqueras al que dejó al borde de la rebelión cuando salió de la sala de vistas. El alto mando de los Mossos juró decir la verdad y Zaragoza le apretó para que la dijera. Mirada fija en él. Preguntas concretas y tono pausado pero rotundo. Sin prisa pero sin pausa. Su testimonio era de enorme relevancia y no dejaría escapar a la ‘presa’. El jefe de información de los Mossos pasó un mal rato y se le notaba. Sudaba, le temblaba la voz, no acababa las frases…pero su conciencia le obligó a decir la verdad. El fiscal mientras tanto se elevaba en su sillón, como si quisiera salirse de él, para preguntarle cara a cara.
El alto mando de los Mossos juró decir la verdad y Zaragoza le apretó para que la dijera. Mirada fija en él. Preguntas concretas y tono pausado pero rotundo
“¿Les dijeron (a Puigdemont, Junqueras y Forn) que ese referéndum no podía celebrarse?”; “¿le aconsejaron que lo desconvocaran?”, preguntó Zaragoza al testigo. “Efectivamente”, respondió categórico el comisario de información de la policía autonómica catalana. Mientras tanto el desánimo se extendía como la pólvora en la bancada de las defensas. No había forma de contrarrestar ese testimonio demoledor.
Y tras el arte de interrogar muchas veces está la virtud de decir la verdad. No porque la ley obligue a ello todos los testigos actúan como el alto mando de los Mossos. No en vano Marchena tuvo esta misma semana que advertir a la diseñadora gráfica de la web del referéndum ilegal, Teresa Guix, que no se puede ir como testigo a una sala de justicia y que la respuesta más repetida sea “no lo recuerdo”. “¿Hay alguna razón para su desmemoria?”, le preguntó sin tapujos el presidente del tribunal. Curiosamente, a partir de ahí, la testigo recuperó esos recuerdos anteriormente olvidados en su declaración. El lunes volverá a declarar Manuel Castellví en el Tribunal Supremo. Para desgracia de más de uno lo dicho por él “dicho está”.
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