Pablo Iglesias vuelve el 23 de marzo para cumplir su último servicio. Podemos cierra un ciclo y da por hecho el relevo de su líder supremo.
La única cuestión es cuándo se producirá, si antes o después de las elecciones generales. El anuncio de Irene Montero de que "pronto" habría una mujer en la Secretaría General del partido tiene poco de casual y anticipa los próximos pasos del partido. Y el que hace cuatro años se consagraba como un político 'estrella de rock' se convierte ahora en un lastre. Podemos, construido a su imagen y semejanza, amenaza con pagar las consecuencias del desgaste.
El agotamiento de la figura de Iglesias lleva meses haciéndose patentes en las encuestas de opinión, donde llegó a ser el líder peor valorado del panorama español. La impresión empieza ahora a trasladarse dentro de los muros de Podemos. La polémica del cartel fue la última muestra del rechazo al simbolismo personalista del dirigente. Una imagen del secretario general sirvió para anunciar un acto multitudinario a su regreso del permiso de paternidad, pero si hace unos años cualquier referencia a Iglesias era válida, en esta ocasión él mismo tuvo que admitir el error y el partido eliminó todo rastro de la polémica en sus canales.
Iglesias, que en otra época era un reclamo en toda regla y un seguro de éxito en cuanto a movilización, es víctima de un envejecimiento exprés sufrido en menos de cinco años. El partido dio la campanada con cinco eurodiputados en las elecciones europeas de mayo de 2014. Por entonces la formación se identificaba con el personaje de coleta y lengua afilada capaz de ir a las tertulias de pequeñas cadenas para cantarle las cuarenta a la derecha.
El magnetismo de Iglesias, la fuerza del discurso y lo rompedor de sus propuestas fueron los ingredientes que dieron a luz a Podemos, del que él era la cara más visible, seguido de Íñigo Errejón, Carolina Bescansa o Juan Carlos Monedero. Nadie de aquéllos quedan ya en primera línea, fagocitados por las dinámicas de una organización incapaz de superar el hiperliderazago que le vio nacer.
Pablo Iglesias entró en todos los salones españoles en octubre de 2014. Entre la curiosidad y la admiración, los españoles le recibían con expectación para conocer a quien, por entonces, decía no ser ni de izquierdas ni de derechas. Aquel profesor universitario fulminaba los récords de audiencia por todas las cadenas que pasaba. En octubre de 2014 batió todos los récords de la cadena La Sexta, cuando fue entrevistado por el programa Salvados en Ecuador consiguiendo 5.895.450 de espectadores y el 28% de share. En febrero de 2015, unos meses antes de las elecciones autonómicas y municipales, Iglesias fue entrevistado por Pedro Piqueras en los Informativos Telecinco. Con 4.269.000 telespectadores, el espacio consiguió su mejor resultado histórico desde la entrevista al ex presidente José María Aznar en 2014 tras el 11M.
Iglesias se presentaba como la voz cantante de un grupo de "gente normal" organizado en torno a un proyecto llamado Podemos. Para el resto de los mortales, la persona y la organización parecía la misma cosa. Por entonces, su mano derecha era Íñigo Errejón, el que organizó todas las campañas que dieron el éxito inicial al partido. Pero algo se rompió en 2016 y el que se proclamaba estandarte de "la gente" dio su primera gran muestra de la concepción autoritaria que tenía de aquel artefacto político.
Las elecciones generales de 2015 abrieron un escenario inédito en democracia: la fragmentación del voto y el nacimiento de dos nuevos partidos abrieron la puerta a desalojar a Mariano Rajoy de La Moncloa. Pero el líder de Podemos -alentado por las buenas expectativas electorales- impuso la entrada en el Gobierno con el ministerio de Interior y la Vicepresidencia, entre otras carteras, para investir a Pedro Sánchez. Aquella imposición de exigencias imposibles dividió el partido de arriba a abajo; su número dos, más posibilista, había abogado por darle la investidura al PSOE y arrancar acuerdos a lo largo de la legislatura.
La respuesta de Iglesias fue destituir de manera fulminante al secretario de Organización, Sergio Pascual, persona muy próxima a Errejón. Un mes después del despido, ya con Pablo Echenique como sustituto, lanzó una pregunta trampa a sus bases a través de una consulta. "¿Quiere un gobierno basado en el pacto de Rivera y Sánchez?", era la cuestión, que no hacía alusión alguna a la posibilidad de una abstención que echara a Rajoy del Gobierno. El 88% de los inscritos respaldaron en la votación a su secretario general, que interpretó los resultados como una muestra de fuerza en la organización.
La repetición electoral, tras el pacto de los botellines con Izquierda Unida, les hizo perder un millón de votos y permitió la alianza de Gobierno de PP y Ciudadanos que sería ratificada en octubre de 2016 con la investidura de Rajoy. La olla a presión estaba a punto de estallar en Podemos. Iglesias se enfrentaba por primera vez a voces críticas que se alzaban dentro de la organización. La primera batalla fue en Madrid. Rita Maestre y Tania Sánchez, consideradas errejonistas, encabezaron una candidatura para llegar a la dirección madrileña. El líder de Podemos desdeñó ipso facto esta opción. "Estoy seguro de que habrá candidaturas mejores", dijo entonces. Con esa frase comenzó a desmoronarse la imagen de Iglesias, que hasta entonces no había sido cuestionada dentro del partido.
Ramón Espinar se presentó entonces como el candidato del llamado pablismo, y el aparato del partido se volcó en su victoria, que se consumó en las primarias. Pero el líder máximo de la formación no perdonaría el órdago. A partir de entonces, cualquier crítica o desafío interno sería respondido con la expulsión. Por entonces fueron apartados de sus puestos José Manuel López como portavoz de Podemos en la Asamblea de Madrid y se suprimieron facciones críticas. En vísperas del Día de Navidad, el núcleo duro de Iglesias lanzó la campaña de "Iñigo así no" contra Errejón.
La lógica del enemigo interno se impuso en la dirección y el que fuera número dos era el principal enemigo a batir. Vistalegre 2 fue al escenificación de la pugna. La derrota de Errejón, que no había disputado el liderazgo a Iglesias, sino el rumbo político de proyecto, supuso una cascada de purgas a lo ancho y alto de la formación. El que dos años antes se alzó como voz del movimiento 15M se demostró incapaz de mantener la pluralidad ideológica que defendía en sus inicios.
Los cuadros discrepantes fueron saliendo del partido, y el secretario general conformó los órganos de decisión sólo con personas de confianza. La lealtad al líder fueron el criterio de promoción en Podemos a partir de 2016 y la cúpula organizativa se fue estrechando cada vez más, pasando de ser una organización social a una empresa familiar. Los golpes de mano de Iglesias llevaron incluso a los considerados pablistas a rebelarse. Carolina Bescansa, purgada por cuestionar la estrategia catalana, decenas de incendios territoriales por el intento de la dirección de imponer direcciones afines o expulsión de dirigentes de primera línea para apear la contestación interna. Todas las salidas de críticos iban supliéndose con cargos afines al líder: un círculo pequeño que ha ido copando cada vez más poder en la organización. El último caso de rebelión fue el del propio Espinar, fiel seguidor de la corriente oficialista.
El pasado enero, Iglesias interrumpió su permiso de paternidad para hacer un anuncio: Errejón estaba de facto fuera del partido tras el lanzamiento de Más Madrid, y Podemos competiría con él en las urnas aunque supusiera un suicidio electoral. Un decretazo que llegó sin consulta a sus bases y que ni siquiera fue consultado con Espinar, que terminó dimitiendo como líder madrileño. El efecto Iglesias, hace tres años visto como un revulsivo del tablero político y nexo para muchas corrientes, ha perdido la frescura con que nació y se enfrenta ahora al descalabro en soledad: después del fin del 'errejonismo' y la salida forzada de los 'anticapis', ahora las propias filas pablistas dan un paso atrás a la espera de su inminente relevo.
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