Miquel Buch, conseller de Interior de la Generalitat y uno de los hombres fuertes del nuevo espacio neoconvergente, ha salvado, de momento, la crisis de los lazos instigada por el president Quim Torra por su negativa a acatar la resolución de la Junta Electoral Central. Torra ha aguantado dos semanas el pulso con la JEC, exactamente hasta el momento en que la Junta apuntó directamente a los mossos d'Esquadra, encomendando a la policía autonómica la labor de hacer cumplir su dictamen retirando lazos y pancartas si el Govern persistía en la desobediencia. Sólo en ese momento se descolgó la pancarta del Palau de la Generalitat, aunque fuera para volver a colgar un nuevo lema, dos horas después, en favor de la libertad de expresión.
El propio Torra reconoció en la nota hecha pública ayer para justificar la retirada de las pancartas sancionadas por la JEC que “respeta la actuación de los Mossos en sus funciones de policía nacional de Cataluña, así como cuando actúan de policía judicial de la justicia española”. En ámbitos del Govern se ha insistido en las últimas horas en salvaguardar a los Mossos de una nueva prueba de estrés, después de la crisis de credibilidad sufrida por el cuerpo por los enfrentamientos con manifestantes independentistas en los últimos meses y, más recientemente, la declaración del mayor Trapero ante el Tribunal Supremo.
Pero la maniobra de Torra consigue, además, salvaguardar la imagen del conseller de Interior, que de este modo se ha evitado aparecer como el responsable de plegarse ante la Junta Electoral para obligar al Govern a cumplir su mandato. Una desobediencia que tanto desde JxCat como desde Esquerra han sostenido en público durante toda la semana, aunque en privado unos y otros cuestionaran un envite que la mayoría veía estéril.
Prueba de ello, los esfuerzos de los equipos de Torra y Elsa Artadi por evitar que su responsable asumiera en público la defensa del desafío a la JEC. Un forcejeo en el que ha salido ganando el president, que en ningún momento se ha referido en público a la polémica de los lazos, que sí tuvo que defender la consellera Artadi en la comparecencia posterior a la reunión del Govern.
Asalto final al PDeCat
Más allá de la maltrecha imagen de los Mossos, la salvaguarda de Buch puede tener una segunda lectura en clave interna de JxCat. El conseller, hombre de confianza de Jordi Turull y con fuerte ascendencia entre sectores del PDeCat -labrado como miembro de la ejecutiva del partido, pero también como presidente de la Asociación Catalana de Municipios- es una de las opciones de Carles Puigdemont para culminar el asalto al PDeCat y la disolución del partido en la Crida.
Cuando el verano de 2018 el PDeCat celebró la asamblea que se saldó con la defenestración de Marta Pascal, Miquel Buch fue uno de los dirigentes del partido más implicados en la maniobra. A las puertas del palacio de congresos, preguntado sobre como veía el cónclave, Buch se limitó a asegurar, sonriendo irónicamente "irá bien para nosotros". Dos años antes, Pascal se había impuesto inesperadamente como secretaria general del nuevo PDeCat a la candidatura liderada por Turull y auspiciada por la dirección del partido. El del ex conseller ahora procesado y su entorno nunca se lo perdonaron.
Ahora, Carles Puigdemont y su entorno de poder, en el que se encuentra el conseller de Interior, aspiran a completar el asalto al PDeCat para subsumir el partido, en el que Puigdemont nunca se ha encontrado cómodo, en la Crida. Nada se moverá hasta que se complete el ciclo electoral de generales, municipales y europeas. Pero si los resultados electorales respaldan la fuerte apuesta de Puigdemont, que ha cooptado todas las listas de JxCat con gente de su confianza, será el momento elegido para dar el siguiente paso.
Entonces, Buch es uno de los mejor situados para sustituir a David Bonvehí al frente del partido. Bonvehí está fuertemente cuestionado tras la fracasada negociación de las listas: los moderados del partido creen que se ha plegado a Puigdemont, y los puigdemontistas siguen viéndolo como un rival. Buch tiene resortes en la estructura local del partido y menos ganas de contemporizar con los moderados que otros consellers como Damià Calvet. Por eso era importante para Puigdemont, y por tanto para Torra, salvaguardarlo de la crisis de los lazos.
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