Ada Colau se convirtió en 2015 en inesperada ganadora de las elecciones municipales en Barcelona gracias a la popularidad que le otorgó su papel de activista abanderada contra los desahucios en plena crisis económica en 2015. Un año antes de las elecciones todavía era la líder de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y estrella de La Sexta que aseguraba que no aprovecharía esta popularidad para hacer carrera política. Pero esa popularidad, y el enorme desgaste de un PSC en caída libre tras el tripartito y el inicio del proceso independentista con un candidato desconocido como Jaume Collboni le permitieron hacerse con la alcaldía por apenas 17.000, los que sacó a Xavier Trias.
Durante estos cuatro años ha seguido haciendo gala de sus mejores cualidades: el trato directo con los vecinos, la empatía con las cámaras de televisión y una excelente gestión de las redes sociales, que ha utilizado profusamente para evitar el contacto con la prensa. Y se ha apuntado un triunfo en su batalla contra el turismo con la limitación de los pisos turísticos en Barcelona, iniciando un envite con Airbnb que a la postre han imitado otras ciudades turísticas de España.
Pero también ha mostrado su cara más sectaria en la polémica sobre los manteros, protegidos por el Ayuntamiento hasta prácticamente dos meses antes de las elecciones, mientras castigaba al comercio con tasas y limitaciones a la ocupación del espacio público. Y ha puesto en pie de guerra al sector de la restauración por su polémica ordenanza de terrazas. Aunque sus dos grandes fracasos han sido, sin duda, la seguridad y la vivienda.
Llegó como líder de la PAH y Barcelona ha visto como se multiplicaban los desahucios, ahora a arrendatarios incapaces de pagar los precios disparados de la vivienda en la capital catalana. Sus rivales hablan sin tapujos de auténtico sectarismo a la hora de afrontar esta cuestiones, tanto de ella como del equipo conformado con Gerardo Pisarello. Su incapacidad para llegar a acuerdos con la oposición para aprobar los presupuestos municipales -solo ha aprobado unas cuentas en cuatro años por vía ordinaria- es el mejor ejemplo de ese sectarismo que todos los sectores económicos de la ciudad le afean.
Su ambigüedad en la cuestión independentista ha sido otro de los quebraderos de cabeza del mandado. Los comunes se presentaron hace cuatro años como la tercera vía real, y mantuvieron esa ambigüedad durante todo el proceso independentista. Pero el 1-O obligó a tomar partido, y Colau lo hizo por el independentismo: primero votando en el referéndum, y después expulsando al PSC de su gobierno por la aplicación del 155 y convirtiendo el Ayuntamiento en plataforma de expresión de las mujeres de los independentistas procesados.
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