Ya lo advertíamos ayer, que en la Pradera de San Isidro, con la primavera haciendo reales tapices con Madrid, los candidatos iban a formar la verbena del mantón enjarrado, la chaquetilla braguero y los claveles apañuelados. San Isidro, un vago con enchufe que conseguía que mandaran a los bueyes / ángeles a arar con las alas como soldados cavando con sus cascos, ilumina hasta a la izquierda. Bueno, o lo que sea ya Carmena en la izquierda, Bruja Avería, suegra de malcasados o madrastra con magdalena y estricnina. “Al santo le voy a pedir que sea para Madrid todo lo mejor. De eso se deduce que el santo me va a decir ‘Manuela, quédate’. Estoy casi segura de que el santo me va a decir que continúe”.

Manuela no sólo pide cosas a los santos como aquellas chicas casaderas, sino que tiene con él diálogos de kiosquero. La transversalidad a lo mejor era esto, la revolución de las sonrisas y hablar con los santos rubios de fama y gordos de sombra. Junto a Carmena, Errejón con gorra parecía un chico que reparte periódicos o recoge las perdices abatidas o da patadas a las piedras, como un mozalbete de Delibes.

Vox se disfraza de escaparate de la calle Mayor sin ser capaces todavía de distinguir la política del toro de felpa

Madrid bien vale agacharse ante un santo, incluso ante el santo que menos se agachaba, un santo antiobrero. Pero el cisma personalista, intergeneracional y ecléctico que representan Carmena y Errejón tiene ideologías y religiones variables y meteorológicas. Un día se le quita importancia a los fondos buitre y otro se le reza al santo patrón porque en Madrid hace un calor nazareno. Con todo el atrezo chulapo de Conchita Velasco y José Sacristán se presentaron por su parte Rocío Monasterio y Ortega Smith, que luego se quedaron en un intento de chotis como el de dos guiris. Vox es muy así. Me refiero a que éstos se tunean de chulapos de chato y botica y luego hacen el ridículo, Abascal se viste de conquistador de billete de mil pesetas sin saber ni poder conquistar nada, y en general Vox se disfraza de escaparate de la calle Mayor sin ser capaces todavía de distinguir la política del toro de felpa. Vox es todo refajos y desplantes, como una Doña Rogelia enfadada. Y creo que Doña Rogelia haría mejor política.

En la Pradera, palomar del madrileñismo y también de la política en estos días, no todo iba a ser fiesta. También hay sitio para la mala leche. A Rivera, Aguado y Villacís, que iban sin liturgia de cine de barrio, apenas un clavel como una margarita arrancada, los escrachearon unos como vecindones zarzueleros de la izquierda del desahucio o de la izquierda desahuciada. Casado y Díaz Ayuso no daban para rezos ni para escándalos, pero iban a la Pradera a sudar esa tirantez hacia el centro que sufre el PP, que Casado relativiza (el PP nunca se ha movido, asegura ante el pasmo de toda España) y que Ayuso se dedica a desbaratar con pizpireto bocachanclismo de pijadas y desbarres.

Iceta en el Senado era esa esperanza, ese pajarillo tras la reja en el que los presos veían la libertad, el indulto y la redención

Pepu es el que menos se ve o se nota. Ya decía yo ayer que lo veía de político igual que de chulapo, es decir que no lo veía. Sánchez intenta darle a Pepu sitio, visibilidad, pero todos sabemos que ahora el PSOE es Iceta, incluso más que Sánchez. Pepu parece sólo un sobrino enchufado, mientras Iceta es la tesis y el futuro del PSOE en el problema catalán. Iceta no habría ido a la Pradera a contaminarse su catalanismo con el organillo de Madrid como con el organillo italiano de Verdi, claro. Pero hubiera estado bien ver cómo robaba plano. A Pepu no se le ve detrás de Sánchez, por mucho que éste lo pasee por Madrid y le presente a sus panaderos, y a Sánchez no se le ve detrás de Iceta, de todo lo que ocupa y significa Iceta, por mucho que Iceta sólo parezca un secundario a lo Carlos Areces, entre la ternura y el enajenamiento. Como cuenta hoy Iva Anguera de Sojo, los presos están rabiosos con el veto de ERC y JxCat a Iceta. O sea, que Iceta en el Senado era esa esperanza, ese pajarillo tras la reja en el que ellos veían la libertad, el indulto y la redención.

En la Pradera había que poner culo de jarrón, había que rezar al santo o al pueblo y había que posar para el ambiente de linchamiento de la política nacional. Los listos actuaron, los torpes se tropezaron, los invisibles se olvidaron y los ausentes parecían estar por allí sin estar, como los ángeles con pezuña de buey de San Isidro. Pronto los políticos volverán de esta verbena como de una vendimia. Entonces quedará la suya propia, también con baile y con milagro dominguero de las aguas y de la pereza.