Meritxell Batet deja la "carpeta catalana" del Gobierno, que Pedro Sánchez le encomendó tras la moción de censura a Mariano Rajoy desde el Ministerio de Política Territorial y Función Pública para asumir un papel no menos complejo: la presidencia del Congreso de los Diputados, cuya primera misión será, precisamente, qué hacer con los dirigentes independentistas procesados por el 1-O y elegidos en los comicios del pasado 28 de abril.
Preguntada sobre sus ganas de volver al Gobierno durante la campaña, Batet no ocultaba sentirse algo abrumada por la responsabilidad asumida. "No es que no tenga ganas de seguir en el Gobierno, es un grandísimo honor, y cuando quieres hacer cosas es una gran oportunidad pero la responsabilidad también es enorme" reconocía. Una responsabilidad que tuvo en el diálogo con los partidos independentistas su frente más complejo. Batet asumió esa interlocución bajo la tutela de la vicepresidenta Carmen Calvo, que a la postre fue quien llevó la batuta del diálogo con Elsa Artadi (JxCat) y Pere Aragonés (ERC).
El recorrido de Batet hasta llegar al Gobierno de Pedro Sánchez es el de una socialista catalana forjada en la política nacional, siguiendo la estela fijada en su día por Carme Chacón. Licenciada en Derecho tras abandonar el baile clásico -su gran pasión- por una lesión en el tobillo, Batet entró en el PSC de la mano de Narcís Serra, rompiendo la tradición no escrita del paso previo por la política municipal que han seguido todos los dirigentes del socialismo catalán que se precien. Como su jefa de gabinete aprendió de primera mano los entresijos del poder en la sede de la calle Nicaragua, donde vivió el relevo de Serra al tándem Pascual Maragall-José Montilla que comandó la época dorada del PSC.
Después llegó el salto al Congreso, el año de la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero, bien fundamentada en el socialismo catalán. Esa primera etapa fue de adaptación, y su posterior matrimonio con José María Lasalle, entonces joven promesa del PP de Mariano Rajoy, la relegó al ostracismo en el Grupo Socialista. En las primarias que llevaron a Pedro Sánchez a la Secretaría General del PSOE optó por Eduardo Madina, pero Sánchez la recuperó después por su fama de conciliadora para tender puentes en el seno del socialismo español.
Se convirtió en una de las fijas en el entorno de Sánchez, que la aupó al número dos de su candidatura por Madrid. Formó también parte del equipo negociador para intentar una investidura con Ciudadanos que resultó fallida, y permaneció fiel a Sánchez cuando los barones del PSOE lo defenestraron. Tras la expulsión de Sánchez se negó a dimitir y rompió la disciplina de voto -con el resto de diputados del PSC- para votar en contra de la investidura de Mariano Rajoy. No era la primera vez que rompía la disciplina de voto, ya lo hizo en 2013 para defender el derecho a decidir, algo que sus rivales independentistas le recordaron incesantemente en la pasada campaña electoral.
Después de eso, sin embargo, fue de las pocas en el entorno de Sánchez que le recomendó no volver a presentarse a las primarias para no crear más fractura en el partido. Sánchez no le hizo caso, pero tampoco la expulsó de su círculo de colaboradores, aunque perdió enteros en el ránking de confianza del presidente. Profesora de Derecho Constitucional, tarea que compatibilizó con el escaño en el Congreso hasta que entró a formar parte del Gobierno, es una firme defensora de la necesidad de una reforma constitucional. Igual que Miquel Iceta, cuyo veto al Senado catapultó a Batet a la presidencia del Congreso, junto a la candidatura de Manuel Cruz en el Senado.
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