Geometría variable o depender de Podemos. Pedro Sánchez se juega este domingo la fórmula con la que afrontará su segundo Gobierno, el primero emanado de las urnas. Desde el 28 de abril, el líder socialista se ha estado resistiendo a las presiones de Pablo Iglesias para conformar un Gobierno de coalición entre ambas fuerzas. El jefe del Ejecutivo confía en que la "fortaleza" del PSOE aumente este 26-M frente a un Podemos en descomposición que quede en posición subalterna en las principales plazas electorales.
Tras perder el 40% de sus escaños, el partido de Pablo Iglesias ha hecho oídos sordos a su debacle para salvar su liderazgo con una posible entrada en el Gobierno. En esa posibilidad se ha basado toda su campaña de estas autonómicas, europeas y municipales. Tan vital resulta para la cúpula de Podemos ocupar sillones en el Ejecutivo que Iglesias no ha dudado en insinuar que así lo pactó con Pedro Sánchez durante su reunión tras las elecciones generales. En Moncloa lo desmienten tajantemente. "La estrategia de campaña de Iglesias ha sido hablar del Gobierno de España, sólo es eso", aseguran fuentes del Gobierno que, no obstante, prefieren esperar hasta esta noche para valorar la solidez de las aspiraciones del líder de Podemos.
Con 123 escaños, Sánchez aspira a revalidar un Gobierno en minoría que en esta ocasión no tenga que depender de los independentistas. A expensas de que lo confirme un informe de los letrados, la suspensión de los cuatro diputados presos por su participación en el procès catalán puede tener consecuencias en la frontera de la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados. Si se mantiene esa suspensión y no renuncian a sus actas, la mayoría se rebajará de 176 a 174 votos, una cifra ya alcanzada por el PSOE con el nombramiento de la presidenta de la Cámara, Meritxell Batet. Su candidatura obtuvo el martes 175 apoyos: los de PSOE, Podemos, PNV, Coalición Canaria, el Partido Regionalista Cántabro y Compromís. Si la suspensión se mantiene, ésa sería la fórmula mágica para que Sánchez demostrara una 'nueva era' en su Gobierno sin hipotecas con los independentistas como las nacidas de la moción de censura. El resultado de las autonómicas hoy en Canarias resultará determinante para la viabilidad de esa posibilidad.
También lo serán las cifras alcanzadas en las principales plazas catalanas, donde la fortaleza de Esquerra Republicana de Cataluña podría arrastrar al PSOE a alianzas globales que tuvieran eco en la investidura y el Gobierno. Así lo ha intentado fomentar Pablo Iglesias, que ha defendido la constitución de tripartitos de izquierda entre las tres fuerzas políticas. Su tesis es que PSOE y Podemos suman 165 escaños y su unión facilitaría el apoyo -con voto afirmativo o a través de la abstención- de grupos parlamentarios como el de Compromís, ERC o EH-Bildu.
Frente a esa opción, el PSOE reclama a PP y Ciudadanos una abstención en la investidura como la que dieron los socialistas a Mariano Rajoy en la pasada legislatura. Sánchez intenta así abrir una vía que le permita alcanzar pactos a su izquierda y a su derecha, como ha demostrado con la composición de la Mesa del Congreso, donde puede obtener mayoría tanto con Podemos como con el partido de Albert Rivera. La primera votación en la Mesa ha reanudado la alianza de los partidos constitucionalistas a favor de suspender a los diputados presos frente al rechazo de Podemos.
A la espera de la participación que se registre en las votaciones de hoy, el PSOE aspira a mantener los gobiernos de Extremadura, Aragón y Castilla-La Mancha, así como a entrar en el Ejecutivo de Miguel Ángel Revilla en Cantabria y en los de Canarias y Navarra. Por primera vez en 24 años, los socialistas ven al alcance de su mano el Gobierno de la Comunidad de Madrid, joya de la corona del poder institucional del PP durante las últimas décadas. Las encuestas dan como vencedor de las elecciones a Ángel Gabilondo, que podría formar coalición con el partido de Íñigo Errejón y con la candidata de Podemos si logra rebasar el 5% de voto necesario para entrar en la Asamblea. No obstante, los sondeos también contemplan la posibilidad de que el PP mantenga la plaza con el apoyo de Ciudadanos y Vox.
Un contexto muy similar se produce en la Alcaldía de la capital, donde se da por segura la victoria de Manuela Carmena pero no que pueda gobernar si se produce una gran movilización del electorado de derechas. Esas situaciones, junto al resultado en el Ayuntamiento de Barcelona, resultarán determinantes para la relación entre el PSOE y Podemos en el Gobierno central. De momento, en Moncloa intentan enfriar las aspiraciones de Pablo Iglesias. Recuerdan que la suma de los 123 diputados del PSOE y los 42 de Unidas Podemos no son suficientes para hacer presidente a Pedro Sánchez y que, al necesitar más apoyos, el respaldo de Pablo Iglesias no resulta decisivo. Si Podemos no resulta imprescindible para el PSOE en plazas como Madrid, sus opciones de entrar en el Ejecutivo se debilitarían y Sánchez respiraría aliviado.
En Moncloa no quieren sentirse rehenes de Pablo Iglesias. Por mucho que el presidente se jacte de conocerlo bien y de haber aprendido a controlarlo, los ministros de Podemos serían una auténtica bomba de relojería para el objetivo de Sánchez de convertirse en el gran líder de la socialdemocracia europea. Sus discrepancias en materia internacional harían mella en esa proyección que se está labrando el presidente. Por ejemplo, las críticas de Unidas Podemos no tardaron en llegar sobre la posición del Gobierno respecto a la crisis en Venezuela. Un conflicto similar ocurre con la cuestión catalana, en la que el partido de Iglesias defiende la convocatoria de un referéndum pactado. Y un Ejecutivo de izquierdas también dificultaría el afianzamiento del PSOE como gran partido del centro político, el espacio donde se consiguen las grandes mayorías electorales. “Sólo hay investidura si nosotros estamos”, advirtió Iglesias al candidato socialista en su reunión de Moncloa a principios de mes. Pero esa afirmación tampoco es cierta. Ambos partidos están obligados a consultar un acuerdo de gobierno con su militancia, que tendría la última palabra.
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