De asaltar el cielo a las trincheras. De acariciar el Gobierno a renunciar a cualquier posibilidad de influencia. Podemos se certifica este domingo como un partido residual, como fue Izquierda Unida en otro tiempo; capaz de ladrar al bipartidismo pero con capacidad de acción limitada. El partido de Pablo Iglesias ha perdido todos sus bastiones. Los ayuntamientos del cambio forman ya parte de la hemeroteca: Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, A Coruña, Ferrol, Valencia o Santiago de Compostela son escenarios del fracaso histórico de Podemos, que tampoco ha conseguido relevancia en la formación de gobiernos y que ha perdido una importante parte de sus apoyos a nivel europeo. Sólo el Ayuntamiento de Cádiz ha logrado resistir el envite, y lo ha hecho renunciando a la marca morada. Kichi, de Adelante Andalucía, roza la mayoría absoluta y fue el único dirigente que celebró los resultados este domingo. Lejos de cualquier celebración y más lejos aún de crítica alguna, el núcleo duro de Podemos replegó las velas y ni siquiera compareció a explicar la derrota. El silencio como respuesta se consolida también un clásico del partido.
Pablo Iglesias apareció en la papeleta de las europeas de 2014, cuando Podemos entró por primera vez en las instituciones. A base de tertulias y apariciones en medios, el dirigente emergió como una estrella del rock de la política que dio popularidad y liderazgo a su partido. Pero la fama envejece mal, y el mesianismo de Iglesias se tornó en personalismo, y el personalismo derivó en el cesarismo que se ha impuesto en la organización. Podemos nació con las teorías populistas de Iñigo Errejón y su ánimo de superar los límites de la izquierda clásica. Este domingo, el partido vuelve a la posición histórica de la izquierda más preocupado por mantener posiciones y cargos a nivel interno que ocupar plazas en instituciones de representación.
La deriva de Podemos iniciada hace dos años, tras Vistalegre 2, se ha dejado sentir en su hoja de ruta política. La expulsión de una importante parte del partido que reivindicaba nuevos referentes llevó a que el aparato fuera controlado por cuadros provenientes del Partido Comunista e Izquierda Unida. La batalla de 2017 entre Iglesias e Iñigo Errejón abrió una brecha en Podemos que a día de hoy no han conseguido superar. Las lógicas del adversario interno infectaron la organización de arriba a abajo y la formación se ha instalado en una posición defensiva hacia fuera y hacia dentro, donde cualquier sospecha de crítica era pagada con la purga o la defenestración. Carolina Bescansa, Óscar Guardingo, Ramón Espinar, Luis Alegre dan prueba de una dinámica que ha terminado por minar la organización en los territorios.
La falta de implantación a nivel municipal también ha jugado en su contra, y el partido ha perdido representación en todas las comunidades autónomas: en Asturias pasa de 9 a 4; en Cantabria pierde los tres escaños que tenía; en Navarra pasa de 7 a dos; en Aragón de 14 a 5, en Castilla y León pasa de 10 a uno; en La Rioja su presencia se reduce a la mitad, de 4 a 2; en Extremadura pasa de 6 a 4; en Castilla La Mancha pasa de tres diputados a quedar sin representación; en Murcia se queda con 2 de los 6 diputados que obtuvo en 2015; Baleares es los lugares donde mejor resiste, y pierde 4 representantes, pasando de 10 a 6, mientras que en Canarias pasa de 7 a 3.
La crisis en racimo que ya advirtió Bescansa hace meses ha tenido su origen principal en Madrid. Es en la capital donde Iglesias e Irene Montero jugaron a restringir cada vez más el poder de decisión. El tándem Iglesias-Montero es quien mueve los hilos del partido, con frecuentes reuniones en el chalet familiar de Galapagar y con un círculo cada vez más reducido tras las salidas forzadas de los que en otro tiempo fueron fieles. El núcleo duro de Podemos, un grupo de amigos de la pareja de líderes, tampoco es territorio de paz. Las pugnas internas y las luchas de poder continúan entre los más próximos a Iglesias, ansiosos de atención por parte del líder.
La debacle de Podemos ha tenido su epicentro en Madrid, donde las pugnas por el liderazgo de la izquierda han vuelto a pasar factura. El intento de Iglesias por controlar férreamente el partido desató los frentes en la capital, donde la alcaldesa, Manuela Carmena, trató en todo momento de preservar su independencia frente a cualquier partido. Ante la negativa de Carmena de aceptar imposiciones del líder de Podemos, éste ordenó convocar unas primarias en Podemos para obligar a la regidora a configurar sus listas. Pero no contaba con la oposición frontal de Carmena, que el pasado enero sorprendió con el lanzamiento de Más Madrid junto a Iñigo Errejón.
Aquel golpe aún retumba en la organización y supuso con la ruptura de un grupo encabezado por Ramón Espinar, hasta entonces fiel a Iglesias y Montero. Iglesias, con ganas de revancha, presentó una candidatura de Podemos a la Comunidad de Madrid que ha alcanzado poco más del 5% y 7 diputados frente a los 20 de Más Madrid de Errejón. Iglesias, que no perdonó a Carmena su alianza con Errejón, pidió en los últimos días el voto para el candidato de IU a la Alcaldía, Carlos Sánchez Mato, que quedó fuera del ayuntamiento al no alcanzar la barrera del 5%. Las críticas no tardaron en arreciar hacia lo que se consideró dentro de Podemos como una "irresponsabilidad". Las fuerzas del cambio que en 2015 celebraron el hito pierden ahora un ayuntamiento clave por la mínima y a consecuencia de la división de la izquierda.
Ada Colau tampoco consiguió revalidar la alcaldía de Barcelona, la única en la que Iglesias se había implicado activamente en campaña. El candidato de Podemos acudió varias veces a la Ciudad Condal para apoyar a la regidora, pero no está claro que la marca Iglesias juegue a favor de los candidatos. En el Ayuntamiento de Cádiz, el único donde se ha revalidado la alcaldía, Kichi ha vencido después de haberse adherido a la marca de Adelante Andalucía, haberse enfrentado abiertamente al núcleo duro de Podemos y haber desafiado a Iglesias y Montero tras la compra de su chalet. Incluso llegó a escribir una carta abierta a Juan Carlos Monedero, fundador de Podemos que ejerce de portavoz extraoficial; y preservar esta independencia frente a la estrategia estatal del partido podría haber jugado a su favor.
Destruida la red de alianzas que tejieron en 2015, Podemos también pierde las alcaldías de Ferrol, Santiago o A Coruña, la de Zaragoza o la de Valencia tras la ruptura con Las Mareas, Compromís y las marcas blancas como Zaragoza en Comú. El poder territorial del partido queda bajo mínimos, con una situación solo equiparable a 2014, cuando aún no habían entrado a las instituciones. El efecto de esta debacle electoral es inmediato: Iglesias se queda sin baza para negociar con Pedro Sánchez una posible entrada en el Gobierno socialista, la única opción en la que los líderes de Podemos podrían salvar los muebles para justificar la caída. Sin peso a nivel autonómico y sin plazas que ofrecer de contrapartida, a Pablo Iglesias se le complica su permanencia en el trono de Podemos. Aunque, según apuntan algunos en el partido, la sucesión ya se forja desde hace meses. Irene Montero, que quiere evitar verse salpicada por las derrotas, ya se perfila como recambio en la Secretaría General y seguro del continuismo en Podemos.
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