El tenso y fragmentado escenario que dejó la doble cita en las urnas no hizo sino crispar una atmósfera ya enrarecida por las campañas electorales de infarto de los últimos meses. Y se saldó con un presidente en funciones que aspira a una complicada investidura, preferentemente en solitario; un Pablo Casado que ha conseguido maquillar parcialmente una debacle histórica en unas generales; un Albert Rivera que ha dejado, al menos temporalmente, su carácter centrista para aspirar a ser el líder de toda la derecha; y un actor de tres letras al que nadie quiere pero que la mayoría necesitan.
Y el afán por conquistar sus respectivos trofeos electorales ha llevado a Albert Rivera y a Pedro Sánchez a perseguir, casi sin quererlo, un objetivo común: tener a Emmanuel Macron como principal valedor.
Pero, ¿qué les lleva a ambos a protagonizar una guerra fría por conseguir la atención del presidente francés ajeno, a priori, a lo que acontezca en la política española? El líder de Ciudadanos busca reforzar esa alianza para seguir ofreciendo a Europa esa imagen centrista y liberal que encarnaba la formación cuando dio el salto a la política nacional, maquillando de cara a sus socios europeos los entendimientos -si no pactos- y reuniones secretas con la extrema derecha en el contexto municipal. Mientras, el Presidente del Gobierno confía en Macron, con quien mantiene una relación sin fisuras, para desgastar políticamente a Albert Rivera y se abstenga finalmente en una investidura prevista para la segunda semana de julio, haciendo amarre de los deseos manifiestos de buena parte de la corriente liberal europeísta.
La buena sintonía entre Rivera y Macron comenzó en 2017, cuando el segundo se lanzaba a la carrera de las presidenciales. Contra todo pronóstico, consiguió dar la campanada en la política francesa ganando la presidencia a la ultraconservadora Marine Le Pen con una plataforma política, En Marche, de reciente creación que se había fraguado por oposición a la extrema derecha. Y la recién elegida máxima autoridad de Francia vio en Rivera y su inserción en los liberales del ALDE el puente perfecto para lanzarse a reestructurar la Eurocámara, una de sus promesas electorales estrella.
Pero las coincidencias programáticas no fueron suficientes para salvar una relación que se fue deteriorando, pese a los intentos de salvar la "excelente disposición a colaborar en el seno del grupo europeo" defendida hasta la saciedad esta semana por el grupo naranja, conforme avanzaban los pactos territoriales, los gobiernos a la derecha y el secretismo con Vox.
Ya lo alertaron incluso antes de las municipales dirigentes y militancia de Ciudadanos, entre ellos el recién elegido vicepresidente económico de Renovar Europa -como se denomina ahora el ALDE- Luis Garicano: convertirse en la llave de apertura de la extrema derecha en las instituciones provocaría "un cisma interno" y sería imposible justificar ante los liberales en Europa los pactos "con populistas en España, que es precisamente lo que Macron pretende combatir", declaraban fuentes naranjas a El Independiente. De ahí la imperiosa necesidad de blanquear las reuniones con los de Abascal, a los que sí permite si no gobernar votar sus alianzas con su "socio preferente", ahora el PP.
Y la primera advertencia desde Europa llegó con el pacto en Andalucía, que se fraguó pese a contar con la oposición de parte del partido, entre ellos Manuel Valls, que veían en ese acuerdo un preludio de la deriva que podía tomar el partido. "No hay que pactar con Vox, hay que derrotarlos", declaraba la entonces ministra de Asuntos Europeos, Nathalie Loiseau.
Pese a conseguir reconducir la situación, el desencuentro entre Ciudadanos y En Marche alcanzaba cotas máximas este mes de junio. Valls, el que fuera altavoz de la política francesa en España, no podía esconder su "gran preocupación" por el camino de no retorno que estaba tomando el partido. Y la nueva secretaria de Estado de Asuntos Europeos de Macron, Amélie de Montchalin, hacía saltar por los aires los resquicios de esa buena relación con una amenaza manifiesta: una alianza con Vox supondría la expulsión de Ciudadanos del grupo de la Eurocámara.
Aunque internamente mellada, la relación entre Macron y Rivera continúa adelante. A Ciudadanos no le conviene perder su gran apoyo europeo, más con los demoledores resultados en las europeas -tan solo siete eurodiputados-; y a En Marche no le conviene rebeliones internas que le desvíen de su principal objetivo: frenar a Manfred Weber, el candidato de Angela Merkel, en su carrera hacia la presidencia de la Comisión Europea.
Así, en un intento de rebajar a insidias los rumores de desavenencias con Francia, Rivera consiguió justo el efecto contrario. "Macron y el Gobierno francés, y hablamos con el Elíseo directamente, apoyan nuestros pactos. Nos han felicitado incluso en Andalucía", aseguraba. Falso. París desmentía y afeaba a Rivera utilizar a Macron como arma en la batalla política que le resta a librar en España. Y a Ciudadanos no le quedó más remedio que puntualizar que había sido el partido, encarnado en el secretario general, Stanislav Guerini, quien había trasladado ese "apoyo" a los liberales españoles.
El eje Macron-Sánchez
La cercanía expresa entre Emmanuel Macron y Pedro Sánchez contrasta enormemente con el cordón sanitario de Rivera al líder socialista en España. El mandatario mantiene a Sánchez bajo el paraguas francés como aliado fundamental de su proyecto por renovar las instituciones europeas, donde el PSOE se coloca como principal fuerza de la socialdemocracia del Viejo Continente; y el Ejecutivo español, a su vez, aprovecha la buena relación para abrir todo lo posible la grieta que le separa de Rivera y criticar a los naranjas por sus acuerdos con Vox.
De hecho, los socialistas han hecho de cada rifirrafe entre Rivera y Macron un discurso para añadir presión no solo para no ceder poder territorial al bloque de la derecha, sino para lograr esa ansiada investidura en la que Ciudadanos, una vez más, tiene la llave que les permitiría entrar en Moncloa sin Podemos ni independentistas. "La diplomacia francesa desmonta las falacias con la que Rivera intenta blanquear su acercamiento a Vox. Ni Macron ni nadie en Europa puede entender que un partido que se dice liberal empodere a la extrema derecha en España", declaraba José Luis Ábalos tras el escándalo del jueves.
Macron, cuestionado en Francia
La pelea por ganarse el favor francés ha acabado provocando que Emmanuel Macron tenga más tirón e influencia en la política española que en la de Francia, donde la crisis de los 'chalecos amarillos' y otros escándalos que han asediado al círculo del Ejecutivo ponen en serias dudas su continuidad en el Palacio del Elíseo.
El presidente más joven de la historia de Francia inauguró 2019 con una caída en picado de su popularidad después de haber intentado, sin éxito, salvar los numerosos escándalos a los que ha estado sometido durante la legislatura. Trató de sacudirse, sin éxito, la etiqueta de arrogante y de 'presidente de los ricos' después de protagonizar polémicas declaraciones como que "las ayudas sociales nos cuestan una pasta gansa"; le lastró el caso Benalla, en el que un colaborador de Macron agredió a varios manifestantes en las protestas del 1 de mayo en París; y le perjudicó también la salida de ministros estrella, las trabas para llevar a cabo su programa reformista y, por supuesto, el atentado de Estrasburgo.
Pero la crisis más importante a la que tuvo que enfrentarse -y que sigue latente- fue la de los chalecos amarillos. Lo que al principio comenzó como una protesta en la Francia rural contra el alza de los carburantes, pronto se convirtió en el símbolo del hartazgo de los ciudadanos por el bajo poder adquisitivo, que llegó a reunir a casi 300.000 manifestantes contra las políticas de Macron y de cuyas movilizaciones se desprendieron episodios de violencia encarnizada y de abusos policiales que no hicieron sino defenestrar al Gobierno francés al frente de la crisis.
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