El último barómetro del CIS sobre pactos postelectorales azuza aún más el debate abierto en la dirección de Ciudadanos sobre la posibilidad de levantar el veto a Pedro Sánchez -un cordón sanitario que se erigió con el voto unánime de la Ejecutiva antes de las generales- y cuyas disidencias ha costado la salida del partido de pesos pesados como el ex portavoz económico, Toni Roldán, o el eurodiputado Javier Nart (que abandonó únicamente la Ejecutiva por las desavenencias con Rivera).
Y es que según se desprende del sondeo de Tezanos, dos de cada tres electores que apostaron por Albert Rivera el pasado 28-A aceptarían un pacto de Gobierno con el PSOE para que Pedro Sánchez fuese investido el próximo 23 de julio. Por contra, la alternativa del bloque de la derecha, Abascal incluido, -la hoja de ruta marcada por los naranjas desde la misma noche electoral con el concurso externo de Vox- convence tan solo a un 11,8% de los votantes naranjas.
La voluntad de los electores entraría a contradecir la premisa mantenida por el partido -por el momento inamovible- de no haber ningún tipo de opción a un pacto entre el partido de Rivera y el de Sánchez, apostando este por la vía minoritaria, según el CIS, del bloque de derechas. Incluso el 7% de los votantes que tuvo Ciudadanos en las generales prefiere un gobierno socialista en solitario "con apoyos puntuales de otros partidos".
El líder de Ciudadanos cerró incluso la puerta a reunirse nuevamente con Pedro Sánchez al asegurar que "no hay nada que hablar" con el Presidente en funciones porque ellos van "a liderar la oposición".
La evidente brecha entre ambos candidatos se hizo efectiva el pasado mes de febrero, cuando la Ejecutiva de Ciudadanos votó a favor de levantar un veto expreso a Pedro Sánchez de cara a posibles pactos postelectorales esgrimiendo sus concesiones al independentismo como motivo fundamental de la ruptura y llegando a calificarle de "peligro número uno para España". De la noche electoral se desprendió un dato determinante: que juntos, PSOE y Cs, lograrían mayoría absoluta. Pero el 'no' naranja a entrar en un Ejecutivo socialista ya estaba encima de la mesa, un veto que también se extendía a la posibilidad de abstenerse para permitir un Gobierno monocolor.
"Haremos una oposición leal a España", declaraba un animado Albert Rivera la misma noche electoral. La debacle del PP en las generales y el meteórico ascenso de los naranjas -57 escaños, 25 más que en las últimas generales- llevaron a Ciudadanos a reclamar un puesto hegemónico del centro-derecha, hasta ahora ocupado por los populares, y liderar una oposición "firme y feroz" contra el sanchismo.
Los fragmentados resultados de las elecciones municipales, autonómicas y europeas terminaron por dinamitar los cimientos de un partido que hasta ese momento defendía la unión como uno de sus pilares. La apertura al PP como "socio preferente" y la posibilidad de pactos con el PSOE como segunda opción -única y exclusivamente con gobiernos disidentes de las políticas del secretario general- empezaron a agitar un vaso que desbordó por las reuniones en secreto y los entendimientos, si no pactos de facto, con la extrema derecha.
La crisis se fraguó con la abrupta separación de Manuel Valls, uno de los mayores críticos de la estrategia de Rivera y uno de los abanderados de abrirse al socialismo. Al ex mandatario francés le siguió Toni Roldán, uno de los hombres fuertes de la dirección, que abandonó por "la derechización de un partido nacido en el centro político" con el que, aseguró, ya no se identificaba.
La corriente de disidentes encontró su máximo exponente en las filas europeas, donde un crítico Luis Garicano encabezó una votación en la Ejecutiva -respaldada por Fernando Maura, Francisco Igea y Javier Nart- para cambiar el rumbo del partido respecto al veto levantado a Pedro Sánchez, con la "responsabilidad" y el "sentido de Estado" como principal argumento. Pero no salió adelante, lo que se cobró a otra víctima política: Nart, que abandonó la Ejecutiva, aunque no su escaño como eurodiputado.
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