Desde que se despejase la incógnita del fragmentado escenario electoral del 26-M y se pusiesen encima de la mesa las cartas con los intereses partidistas para formar Gobierno en los territorios en jaque, PP, Ciudadanos y Vox han asistido a una auténtica carrera de desgaste en la que ha primado el cruce de ataques, los insultos y las hostilidades.
Y desde que la Ejecutiva naranja aprobase por unanimidad la que sería la dirección a seguir en su estrategia de pactos -con PP como socio preferente y sin mesas a tres con Vox- los de Santiago Abascal se han mostrado intransigentes en ceder un solo ápice en sus exigencias, que pasaban desde un primer momento por entrar en los futuros gobiernos regionales con el peso proporcional al obtenido en las urnas, por aquello de no permitir más vías andaluzas que "ninguneen" a sus votantes. Y poco o nada queda de aquella resistencia en el panorama actual.
Pese a hacer un poco de ruido, los entes locales capitaneados por el bloque de centro-derecha florecieron sin que Vox los entorpeciera por la circunstancia concreta que acompaña a los consistorios: si el candidato propuesto no conseguía los apoyos suficientes -en muchos eran indispensables los de extrema derecha-, gobernaría automáticamente la lista más votada, siendo en última instancia "responsabilidad" de Vox dejar en manos de la izquierda un buen pellizco de los consistorios.
Pero a nivel autonómico la situación se estimaba muy diferente. Murcia y Madrid eran los casos prácticos donde Vox podía ejercer su autoridad: sin ellos, no sería posible la investidura de Fernando López Miras e Isabel Díaz Ayuso. Y se abrió entonces un escenario de ataques continuos, insultos por los pasillos y reuniones in extremis por el rechazo de Ciudadanos a compartir negociación con Vox, ni si quiera mesa ni foto y la negativa de Vox a ceder una sola de sus exigencias poniendo por delante el polémico documento suscrito con el PP -en medio de ambos partidos- en el que los populares se comprometían a la entrada de los de Abascal en áreas de gobierno autonómicas, a su vez una línea roja para los naranjas.
La presión mediática, los tira y afloja y la "no investidura" en Murcia y Madrid han desembocado en un marco cuanto menos repentino: la insospechada suavidad de Vox con lo que hasta ahora consideraba un pacto de "trileros" y cuya reciente negativa a respaldar a López Miras o Ayuso llevó a Teodoro García Egea a calificarles de "ultraderechita cobarde". Nada queda, al menos de puertas para afuera, de esa hostilidad. No transferirán, no obstante, un "cheque en blanco" a la coalición de derechas, pero el tono de tensión de los últimos días se ha canjeado por un evidente clima de cordialidad.
Si hace unos días los de Abascal renunciaban a su máxima de entrar en los Ejecutivos autonómicos en pro de "hacer el esfuerzo de ponerse de acuerdo", ayer el responsable nacional de negociaciones con los equipos de PP y Ciudadanos, Iván Espinosa de los Monteros daba aún más su brazo a torcer difuminando otra de sus grandes líneas rojas: que los naranjas suscribieran un documento común en Madrid y Murcia que contase también con la rúbrica de Vox.
Los de ultraderecha no solo han renunciado a este requerimiento para poner en marcha los gobiernos autonómicos, sino que también han dejado atrás los puntos que pedían ejecutar en ambos territorios, entre los que se encontraban la derogación de varios artículos de la Ley de Identidad de Género y la Ley contra la LGTBIfobia -que contravendría el programa de Ciudadanos- o la lucha contra la inmigración ilegal.
El nuevo clima de diálogo en el que, como ha suscrito el propio portavoz de la formación, "hay movimientos que van en el buen sentido" bien pueden deberse al giro de estrategia al que también se ha asistido en Ciudadanos, más allá de la presión interna y externa a la que asiste el partido -un nuevo escenario electoral asestaría previsiblemente un golpe mortal a Vox en pro del auge de la izquierda.
El pasado martes, los de Rivera desdibujaron finalmente una de las líneas rojas que habían tratado de mantener desde el 26-M: no tener fotos con Vox porque "no hay nada que nos una" y no compartir mesas de negociación más allá de su socio preferente. El ultimátum de Abascal, que exigía un cara a cara entre él mismo y Casado y Rivera para desencallar las negociaciones, fue el golpe de gracia para que, si bien escondiendo a Rivera, los propios equipos negociadores naranjas propusiesen esa cita con la extrema derecha en Madrid -donde se saldó sin acuerdo- y en Murcia.
En la Región en concreto, el camino parece mucho más optimista que en Madrid. Aunque si de Vox depende, habrá investidura en ambos territorios "la semana que viene". "Si hay que llegar a un acuerdo para que a los demás partidos les suponga un menor desgaste, buscaremos la fórmula que sea satisfactoria para todos". "Seremos flexibles", apostillaba Espinosa de los Monteros, y "habrá acuerdo" entre los tres.
En última instancia, el órdago de Vox ha quedado reducido a una foto que ya tienen. A cambio, cederá sin más exigencias que un "compromiso" aún "por definir" -muy posiblemente un acuerdo "verbal" recogido en el diario de sesiones" en el que deberá estar obligatoriamente Ciudadanos los gobiernos de Murcia y Madrid y aleja, ya sin reparos, el fantasma de la repetición electoral con el que ellos mismos amenazaron.
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