Durante años se hablaba con la mirada y se respondía con el silencio. Mejor no tocarlo, mejor dejarlo pasar. Menos aún con extraños. Aquello que lo envolvía todo y a lo que pocos se referían abiertamente, sobrevolaba la vida. Era el elemento que condicionaba la de muchos, algunas hasta el punto de mantenerla o apagarla. Invisible en público, pero demasiada presente en cocinas, confidencias de alcoba e indignadas reacciones ante el televisor y la radio. Sí, la política siempre estuvo ahí, aunque pocos se refirieran a ella.
En aquella Euskadi de la extorsión, las bombas y las miradas inquietantes era en realidad el motor que todo lo movía: desde el Parlamento hasta la escuela, el deporte, la cultura o la cocina. En esos años los que aseguraban no sentirse libres para hablar de política con cualquier persona eran mayoría. Hoy también.
Hace dos décadas sólo cuatro de cada diez vascos aseguraba que no se sentía libre para mantener una conversación de carácter político con cualquier persona. En 1999, cuando aún quedaban doce años para el cese de las acciones terroristas de ETA y 19 para su disolución definitiva, la mayoría, -el 44%- reconocía que sólo se sentía libre con “algunos”. Quienes mayor temor y resistencia reconocían para abordar cuestiones políticas y afirmaban no hacerlo “con nadie” representaban un 16%. Los más libres, los dispuestos a conversar en el bar, en la calle o en el trabajo de política y con cualquiera eran un 39%.
Un miedo que el final del terrorismo redujo inicialmente, en especial a partir de 2011, pero que en los últimos años ha vuelto a incrementar hasta situarlo en niveles similares, y en algunos casos superiores, a los que se detectaban en el País Vasco hace veinte años, cuando ETA aún actuaba y la violencia callejera era frecuente, casi diaria, en las calles de Euskadi.
El silencio del 20%
En este 2019, según los últimos datos del Euskobarómetro, quienes afirman sentirse libres para hablar “con todos” de cuestiones políticas representaban un 41%, sólo dos puntos menos que en 1999 (39%). El año pasado el porcentaje fue aún más bajo, con un 38% de vascos plenamente “libres” para hablar con cualquier persona.
En sentido contrario, hoy quienes afirman que no se sienten libres “con nadie” para abordar estas cuestiones son incluso más que los que lo aseguraban veinte años atrás. En 1999 sólo el 16% de la población de Euskadi manifestaba ese temor a evitar los temas políticos. Hoy son más, el porcentaje ha crecido dos puntos, hasta el 18%, y el año pasado fue incluso mayor, un 20%, el más alto desde 2010.
La libertad se retrae tras años de recuperación. El final de la violencia trajo a la sociedad vasca un aire regenerador en muchos aspectos y que también se vio reflejado en la percepción de libertad. En especial lo sintieron los colectivos más amenazados por la violencia de ETA. El año 2016 fue el que con más intensidad se pudo constatar.
En la serie periódica que elabora la Universidad del País Vasco, en noviembre de hace tres años se alcanzó la cifra más alta de ciudadanos plenamente libres, el 58%. Hoy ese porcentaje ha caído 17 puntos, al 41%. Y el descenso ha sido en sólo cuatro años, tan rápido como el repunte producido tras el comunicado de ETA del 20 de octubre de 2011 cuando comunicó que dejaba las “acciones armadas”: el 51% de la población sentía plena libertad política en 2017, 39% en 2018 y un 41% el año pasado.
Tampoco esa sensación ha sufrido grandes variaciones entre nacionalistas y no nacionalistas. Es más, hoy los no nacionalistas que decían estar cómodos hablando “con todos” de política no son muchos más de los que lo eran sólo dos años después del asesinato de Miguel Ángel Blanco o la liberación de José Antonio Ortega Lara: un 33% entonces, un 39% actualmente. Sorprendentemente, entre los que se declaran nacionalistas la evolución ha sido la inversa; un 47% decía hablar con libertad “con todos” en 1999 frente al 44% que lo afirma dos décadas más tarde.
Temor a reavivar el pasado
Distintos sondeos realizados en los últimos años han mostrado cierto hastío por parte de la sociedad vasca tras años de violencia y su necesidad de pasar página cuanto antes ha primado. La discreta y moderada implicación de la sociedad en todo lo referido al sellado del final de ETA es muestra de ello. Apenas existe impulso social para abordar las consecuencias de seis décadas de violencia terrorista. En todos los ámbitos la implicación es fundamentalmente institucional: la construcción del relato sobre lo ocurrido, el futuro de los presos de la banda, el esclarecimiento de atentados pendientes, la reparación a las víctimas, etc. El temor a ‘resucitar’ el pasado ha llevado a seguir evitando, en gran medida, algunas cuestiones políticas aún espinosas, lo que explicaría ese retroceso a retomar estas conversaciones en público.
En pleno repunte de las iniciativas de apoyo al colectivo de presos de ETA por parte de la izquierda abertzale, ese mayor temor social también parece haber influido en la posición de la sociedad vasca. Así, los vascos han pasado de incrementar el porcentaje de ciudadanos favorables a flexibilizar la política penitenciaria para los presos de ETA, detectada desde el final de la banda, a crecer en los últimos años el número de quienes defienden una posición más exigente hacia este colectivo.
En el último Euskobarómetro el número de vascos partidario del cumplimiento íntegro de las penas aumentó nueve puntos respecto al sondeo anterior, hasta alcanzar el 28% de la población. A ello se suma otro 25% que considera que sólo quienes no tengan delitos de sangre deben beneficiarse de medidas de reinserción.
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