Política

Las batallas personales de un G-7 en el que nadie soporta a nadie

Emmanuel Macron y Boris Johnson, antes de la primera cena oficial del G-7 en Biarritz. | EFE

No podríamos haber elegido un mejor clima o o una ubicación más bonita", decía este sábado Donald Trump mientras se preparaba para almorzar con Emmanuel Macron. Los reporteros afinaban el oído para escuchar al presidente de los Estados Unidos, con la voz perdida entre disparadores de cámara y el bramar de fondo de las olas de Biarritz. Su homólogo francés ponía cara de circunstancias mientras Trump llenaba como podía el minuto que le tocaba hablar por protocolo: "Tenemos muchas cosas en común, somos amigos desde hace mucho". ¿Seguro?

La cumbre del G-7 que se desarrollará hasta el lunes en el sur de Francia es un campo de minas diplomático. Participan líderes con enormes diferencias personales, enemistades latentes que no han ocultado nunca en público y que dificultan cualquier acuerdo. La agenda del evento es amplia y ambiciosa: quiere sentar las bases de políticas comunes en la protección del planeta, en la fortificación del crecimiento económico mundial y en la lucha contra la desigualdad mundial.

Macron, hábil para el eufemismo, ya tiraba ayer de contorsionismo verbal para confirmar que en Biarritz no sucederá nada de eso: "Quizá no consigamos todo lo que nos hemos propuesto, pero haremos lo máximo para asegurar vuestra seguridad, crear más trabajos y luchar contra la desigualdad que sufrís", escribía, en un plural indeterminado.

Por no conseguir, los líderes del G-7 ni siquiera han conseguido pactar que la cumbre culmine con un comunicado conjunto. No habrá una sola voz, unidad de acción ni nada que se le parezca. Antes incluso de la primera cena oficial del evento, los líderes mundiales ya se tiraban los trastos a la cabeza en cuanto se les ponía un micrófono por delante.

Donald Trump, antes de compartir mesa y mantel con Macron, había anunciado desde el Air Force One que Estados Unidos comenzaría a aplicar aranceles al vino francés si Europa avanzaba en la tasa a las grandes tecnológicas norteamericanas. "Aranceles como nunca antes hemos puesto", puntualizaba. Donald Tusk, presidente saliente del Consejo Europeo, respondía afirmando que si eso sucede la Unión Europea "responderá" adecuadamente.

Así, con una guerra arancelaria en ciernes entre Estados Unidos y Europa, a imitación de la que Trump mantiene con China y que el viernes sacudió los mercados, arrancaba un fin de semana en el que predominarán las caras de póker. Trump disimulará con Macron y tendrá que volver a encontrarse con Justin Trudeau. Un personaje del que opina públicamente que es "traidor, débil y sumiso", como se encargó de adjetivar tras la tormentosa cumbre del G-7 del año pasado en Canadá.

Incluso teóricos aliados fieles de Trump como el nuevo dirigente del Reino Unido, Boris Johnson, aprovecharon su aterrizaje en Francia para dar cera al norteamericano. "Quiero ver una apertura del comercio mundial, quiero ver una disminución de las tensiones, y quiero ver cómo se reducen los aranceles", dijo a pie de avión preguntado por la incipiente guerra comercial entre Estados Unidos y China, horas después del anuncio de que los impuestos de importación en Estados Unidos subirían para los productos chinos por un valor total anual de unos 500.000 millones de euros. "Quienes apoyan los aranceles se arriesgan a ser culpables de una recesión mundial de la economía", añadió.

Lo cierto es que Johnson, que acumuló derrotas políticas durante su primera gira europea, esta semana, llegó de Londres con ganas de gresca. Especialmente con Emmanuel Macron, a quien reprochó que utilice los incendios del Amazonas como excusa para que la UE no ratifique los acuerdos comerciales con Mercosur en general y con Brasil en particular, con cuyo presidente, Jair Bolsonaro, mantiene una guerra abierta.

"No creo que debamos hacer nada. Hay gente que aprovechará cualquier excusa para interferir con el libre comercio y frustrar tratados comerciales, y yo no quiero ver eso", dijo en poco disimulada referencia al dirigente francés.

Su gran batalla, sin embargo, tiene nombre y apellidos: Donald Tusk, que no dará su brazo a torcer en los meses que le restan al frente del Consejo Europeo en su batalla por el control del Brexit. La 'salvaguarda' irlandesa del actual acuerdo, que establece que Irlanda del Norte seguirá vinculada comercialmente a la Unión Europea en caso de un Brexit sin acuerdo, continúa siendo un escollo insalvable para la política británica, que lo ve como un instrumento dinamitador de su integridad territorial y del resultado del referéndum de 2016.

Johnson ha exigido en sus visitas de esta semana a Angela Merkel y Emmanuel Macron que la 'salvaguarda' desaparezca del acuerdo actual para que el Reino Unido pueda aceptarlo y abandonar la Unión Europea de forma ordenada. Recibió dos 'noes' concluyentes. Tanto como el del propio Tusk, que no oculta su animadversión personal hacia Johnson, cabecilla de la campaña del Brexit hace tres años.

El presidente del Consejo dedicó a Johnson su intervención más dura tras poner un pie en Biarritz. "Estoy deseando escuchar ideas que sean operativas, realistas y aceptables para toda la Unión Europea, incluyendo a Irlanda, cuando el Reino Unido esté listo para proponerlas", dijo Tusk, que mandó un recado directo al premier británico: "No le gustará entrar en la historia como Mr. No Acuerdo".

El descenso directo de Tusk a la guerra del relato de culpas lo secundó rápidamente Johnson, interesado en despejar la idea de que el posible caos que se genere el 31 de octubre es responsabilidad directa suya. Hay elecciones en el horizonte.

"Seré absolutamente claro: no quiero un Brexit sin acuerdo, pero le digo a nuestros amigos de la Unión Europea que si ellos tampoco lo quieren tendremos que eliminar la 'salvaguarda' del tratado de salida", respondió Johnson a los periodistas mientras sobrevolaba el Canal de la Mancha y la prensa británica escribía sus titulares: ¿Quién pasará a la historia como Mr. No Deal? Biarritz no resolverá esa duda.

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