28 de abril, noche de las elecciones generales. Decenas de militantes gritan «con Rivera no» ante la sede socialista de la calle Ferraz, donde Pedro Sánchez ha salido a celebrar su victoria. En los primeros minutos, el candidato socialista hace oídos sordos a la consigna. Ha estado reunido con su núcleo duro en la planta noble de la sede, han revisado los resultados y sabe que un acuerdo con Ciudadanos es la única fórmula de conseguir un Gobierno con estabilidad.
PSOE y Ciudadanos suman 180 escaños, cuatro más de lo necesario para ganar todas las batallas en el Congreso. Pero esa coalición, la preferida de los españoles según las encuestas y según sus votos, se antoja imposible: Albert Rivera ha basado su campaña electoral en prometer que no pactará con Sánchez. Y el líder del PSOE ha prometido un Gobierno de izquierdas con Podemos como "socios prioritarios".
Los resultados electorales ofrecen un callejón sin salida: PSOE y Podemos no suman mayoría absoluta y esa alianza requeriría los apoyos de nacionalistas e independentistas catalanes, que en el mes de febrero habían tumbado los Presupuestos Generales del Estado abocando a elecciones. "No son de fiar", lamentan en el PSOE. "No quiero que el Gobierno dependa de ellos", sentencia Sánchez.
Con la cabeza aún en ese laberinto, el ganador de las elecciones escucha a sus bases gritar "con Rivera no". «Lo he escuchado, pero nosotros no vamos a hacer como ellos, nosotros no vamos a poner cordones sanitarios, la única condición que vamos a poner es el respeto a la Constitución y a la convivencia», responde al micrófono con semblante serio.
Desde entonces, el gabinete del presidente en Moncloa plantea varios escenarios, desde un acuerdo con Podemos a buscar una doble abstención entre los dos grandes partidos, PP, Ciudadanos y Podemos, que libre a Sánchez del yugo de los independentistas, pero que también le deje las manos libres a la hora de decidir sus políticas económicas, sus compromisos con Bruselas y su respuesta al desafío secesionista. Casi todos acaban en repetición electoral. Pablo Iglesias aspira a ser vicepresidente y PP y Cs se cierran a cualquier negociación. Las elecciones municipales, autonómicas y europeas del 26 de mayo cierran cualquier vía de entendimiento. Toca esperar.
Tras esos comicios, Sánchez aceptó el encargo del Rey para presentarse a la investidura. "O gobierna el PSOE o gobierna el PSOE, no hay otra alternativa», dijo el 6 de junio, cuando anunció su candidatura. En esa comparecencia en Moncloa, Sánchez retiró el trato preferente a Podemos y le tendió la mano a PP y Cs para un acuerdo, a los que pidió «altura miras y enormes dosis de responsabilidad» a todos, «yo el primero». «Lo haré como lo he hecho en los últimos meses: gobernar desde los valores progresistas y con la voluntad de construir grandes consensos y dialogar con todas las fuerzas políticas dentro del marco constitucional», anunció.
El presidente en funciones situó al mismo nivel de interlocución a PP, Ciudadanos y a Unidas Podemos, buscando un entendimiento con Rivera, la única fórmula que daría estabilidad a la legislatura. Superada una investidura gracias a un acuerdo con Podemos, que no incluyera a dirigentes en el Consejo de Ministros, Sánchez pretendía alcanzar grandes pactos de estado con Ciudadanos forjando una gran alianza de centro que, en el PSOE, entendían que podría interesar estratégicamente a Albert Rivera.
Ciudadanos se consolidaría así como fuerza útil a su electorado desde la oposición arrancando logros al Ejecutivo como hizo durante el último gobierno de Susana Díaz. El partido de Rivera creció así de 9 a 21 diputados en Andalucía. Con esas colaboraciones puntuales con el presidente del Gobierno, Rivera también conseguiría un protagonismo institucional que contribuyera a su objetivo de ejercer como auténtico líder de la oposición frente a Pablo Casado (PP).
En esa hoja de ruta, Sánchez sólo patinó en una ocasión. Cuando centró en Pablo Iglesias su negativa a pactar con Podemos un gobierno de coalición. Al aceptar ese veto personal, Sánchez se vio sin coartadas. Habló con muchos dirigentes del PSOE que abogaban por cerrar el Gobierno ante la imposibilidad de pactar con Cs y se abrió a incluir a dirigentes de Podemos en el Consejo de Ministros, pero en puestos de irrelevancia en la gestión. La previsible negativa de Iglesias a esa "humillación" fue un alivio para el candidato socialista, que se vio reforzado ante los suyos en su rechazo a esa fórmula. "Ésta es mi última palabra. La oferta acaba en la investidura de julio. No habrá otra oportunidad en septiembre", advirtió a Iglesias, que no le creyó. El PSOE utilizó agosto para prepara su campaña electoral, convencido de que se repetirían los comicios.
Llegados a ese punto, las encuestas auguran un castigo electoral a Albert Rivera que ha cambiado de opinión demasiado tarde. La maquinaria socialista está engrasada, en Ferraz nunca se creyeron que la oferta de Ciudadanos fuera en serio. "Son fuegos de artificios, puro tacticismo, está preparando su campaña electoral", rechazaban los socialistas, mientras Sánchez evitaba contaminar su perfil progresista con una foto con Albert Rivera que le daría la campaña hecha a Pablo Iglesias: "Prefiere pactar con Ciudadanos que con nosotros", aseguró ayer el líder de Podemos en el Congreso. "Le dice 'estimado', 'querido', le manda un 'abrazo'", reprochó Iglesias.
Cinco días antes, en la sesión de control al Gobierno, Sánchez le espetó a Rivera desde la tribuna: "¿Cuándo vamos a hablar usted y yo?" Quizás en ese momento todavía habría habido margen. El día antes de las consultas con el Rey no era un momento serio, a juicio del PSOE. Sánchez tiene previsto volar el domingo a Nueva York, donde el jueves intervendrá ante la Asamblea General de la ONU y presentarse como el único garante de la estabilidad y la gobernabilidad en España acusando a PP, Cs y Podemos del bloqueo político. En el PSOE hay vértigo, pero también una gran confianza en su líder. Sánchez se la vuelve a jugar.
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