España gastará 140 millones en las elecciones generales del próximo 10 de noviembre. La incapacidad de los partidos para alcanzar acuerdos desempolva unas urnas recién guardadas y desencadena una batalla lingüística. Simpatizantes y cargos del PSOE llevan días con la escopeta cargada en las redes sociales, vigilantes con los medios y con las barras de bar. Cualquier crítica al coste de la convocatoria, cualquier titular que hable de una España "condenada" o "abocada" a las urnas, topa rápidamente con reproches gruesos que acusan al emisor de fomentar la desafección política. Y con ella la abstención. Y con ella, se entiende, un vuelco electoral que aleje a Pedro Sánchez de Moncloa y tumbe las expectativas de Ferraz.
¿Es para tanto?
Que la abstención beneficia a la derecha es uno de los pocos elementos de consenso que cimientan la cultura política en España. Un conocimiento asumido, y por ello utilizado en multitud de ocasiones como herramienta de análisis de brocha gorda. Andalucía ha sido históricamente el laboratorio de prueba de esta idea. En 2012, cuando la participación de las autonómicas cayó en 12 puntos, Javier Arenas logró una histórica victoria sobre el PSOE de Griñán. En 2018, con otra caída de 6 puntos, Juanma Moreno consiguió por primera vez para el PP la Junta, con el apoyo de Ciudadanos y Vox.
¿Qué más pruebas hacen falta? En teoría ninguna, salvo si se omite la coyuntura política general o datos como que, en 2015, el PP se hundió en Andalucía y la izquierda [integrada por PSOE, Adelante Andalucía e Izquierda Unida] creció siete puntos respecto a los comicios de tres años antes con una participación prácticamente idéntica.
Las elecciones del 10-N ya han comenzado a agitar este fantasma con sonoras movilizaciones en las redes sociales, donde durante toda la semana se han enfrentado la campaña del #YoNoVoto con la del #YoVotaré. Un choque absolutamente artificial, teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de los mensajes que alimentaban el primer hashtag lo hacían para acusar a la derecha de promoverlo o para alertar del catastrófico efecto que tendría su éxito. De la presunta avalancha de abstencionistas que habrían iniciado el movimiento, ni rastro.
Abstención sí, ¿pero cuánta?
Habrá abstención el 10 de noviembre, como siempre. Y habrá más que el 28 de abril, cuando el PSOE consiguió capitalizar el momentum de Vox para llevar a las urnas al 71,76% de los censados. Las encuestas no coinciden en acertar cuánto. El último barómetro de GAD3 para ABC prevé una movilización del 70%. NC Report y Celeste-Tel, para La Razón y El Diario, la colocan entre el 67% y el 68%. La más pesimista, el portal Electomanía, la rebaja hasta el 65%.
Hay fenómenos que apuntan claramente al creciente hastío de la población con la situación política. Medio millón de personas ha firmado ya en Change.org una petición dirigida a los diputados y titulada "Si no curráis, no cobráis". A principios de septiembre, 112.000 ya habían dado un paso bastante más grande al solicitar al INE no volver a recibir propaganda electoral en casa. Risto Mejide, desde su tribuna televisiva en Cuatro, amenaza con concurrir a las próximas generales con las siglas PNLH (Peor No Lo Haremos)...si antes consigue 50.000 firmas.
En 2016, tras una situación de bloqueo similar a la actual, la participación sólo bajó tres puntos y el resultado fue muy similar al de 2015
Más allá de la demoscopia y la indignación, España tiene experiencia reciente para el análisis. Mariano Rajoy ganó las generales de diciembre de 2015 [con un 69,67% de participación] pero rechazó el encargo de intentar formar gobierno con sus 123 diputados. El escándalo por el bloqueo fue mayúsculo y ya entonces se culpó a España de ser un país incapaz de convivir con el multipartidismo. Cuando las urnas volvieron a los colegios, en junio de 2016, respondieron un 66,48% de los censados.
El PP ganó 14 diputados, pero Ciudadanos perdió ocho y todo quedó prácticamente igual a excepción de Podemos e Izquierda Unida, que perdieron cerca de un millón de votos tras su acelerada fusión. De no haberlos perdido, el resultado habría sido idéntico al de seis meses antes. Sólo la necesidad de evitar un bloqueo continuo y unas terceras elecciones acabó forzando que Rivera, que prometió no hacer nunca presidente a Rajoy, diera su brazo a torcer. Cambió la actitud pero no cambiaron los números, exactamente lo mismo que podría suceder en España a partir del lunes 11 de noviembre.
Grecia y Croacia, los espejos europeos
No somos ninguna excepción. Otros países europeos han vivido recientemente repeticiones electorales muy cercanas en el tiempo, con consecuencias parecidas. Bajadas de participación muy notables, pero resultados prácticamente calcados a los que provocaron el bloqueo.
Así sucedió en Grecia en 2012, cuando las urnas dieron una pírrica victoria a Nueva Democracia (18,85%) sobre Alexis Tsipras (16,79%) que condenó al país al bloqueo. La repetición electoral, apenas semanas después, se interpretó en clave de segunda vuelta y, aunque hundió al resto de partidos, dejó un resultado similar en cabeza: los conservadores crecieron hasta el 29,66%, pero Syriza también lo hizo hasta el 26,89%.
Esta situación fue aún más clara en enero de 2015, cuando la Syriza de Tsipras venció las elecciones por primera vez con un apoyo del 36,34% de los griegos. Se impuso a Nueva Democracia (27,81%) y Amanecer Dorado (6,28%) en unos comicios con una participación del 63,6% en un país en el que el voto es obligatorio, aunque las sanciones por no ejercerlo no se han aplicado jamás.
Las bajadas masivas de la participación en repeticiones electorales son clásicas en Europa del Este, aunque no suelen alterar radicalmente el resultado de las urnas
El nuevo y revolucionario gobierno de izquierdas llegó al poder hablando del impago de la deuda y acabó, siete meses después, aprobando en el Parlamento el tercer tramo del rescate europeo con una fuerte oposición interna y con la deserción de más de 40 diputados del grupo de Tsipras. La crisis política obligó a volver a las urnas, aunque la participación cayó siete puntos hasta el 56,6%. En ningún escenario como en Grecia se habló más de desafección, de una sociedad al borde del estallido y unas instituciones amenazadas por la llegada de los ultras. El resultado de los comicios de septiembre, sin embargo, fue idéntico al de enero: Syriza perdió un 0,88%, Nueva Democracia ganó un 0,28% y Amanecer Dorado creció un 0,71%. No llegó el lobo.
Convocatoria electoral | Diferencia de participación |
Portugal 1979-1980 | +1% |
Irlanda 1981-1982-1982 | -3,3% |
Dinamarca 1987-1988 | -0,9% |
Grecia 1989-1989-1990 | -1,1% |
Austria 1994-1995 | +4,1% |
Holanda 2002-2003 | +0,6% |
Letonia 2010-2011 | -2,51% |
Grecia 2012-2012 | -2,6% |
Bulgaria 2013-2014 | -0,25% |
Grecia 2015-2015 | -7% |
Croacia 2015-2016 | -8,23% |
España 2015-2016 | -3,19% |
España 2019-2019 | ¿? |
Lo mismo sucedió dos meses después en Croacia, que como el resto de países balcánicos arrastra dificultades para asentar sin fisuras la cultura de la participación política. En las legislativas de noviembre de 2015 participó sólo un 60,82% de la población, que entregó la victoria a la conservadora Coalición Patriótica (34%), en empate técnico con la coalición socialista (33,8%) y por delante de los liberales de MOST (13,8%). Conservadores y liberales formaron un efímero gobierno rápidamente salpicado por escándalos de corrupción.
Croacia volvió a las urnas en septiembre de 2016 y la participación se hundió hasta el 52,59%, uno de los porcentajes más bajos de la historia en unas elecciones nacionales de la Unión Europea. Pero el resultado, como en Grecia meses antes, no varió demasiado. Los liberales perdieron casi cuatro puntos, que ganaron los conservadores. La coalición socialista mantuvo el porcentaje de voto de la anterior convocatoria y el gobierno de centro-derecha resultante volvió a ser el mismo que un año antes.
La excepción a esta regla se produjo en Bulgaria en los años 2013 y 2014. La primera convocatoria dio como vencedor al conservador GERB, aunque el gobierno lo formaron socialistas y liberales, como segunda y tercera fuerza. Golpeado por la inestabilidad, se convocaron nuevas elecciones al año siguiente con resultado nefasto para el Partido Socialista búlgaro, que perdió más de 11 puntos a favor de conservadores, liberales y algunas de sus escisiones.
El gobierno cambió...pero la participación no bajó. El 51,3% de búlgaros que votó en mayo de 2013 fue el mismo que el 51,05% que lo hizo en octubre de 2014. Tampoco esto es excepción. Austria, Holanda, Portugal, Dinamarca e incluso Grecia son ejemplos en los que una repetición electoral cercana en el tiempo provocó bajadas muy moderadas o incluso aumentos en la participación: hartazgo, cabreo y abstención no siempre van de la mano.
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