Hubo un tiempo en el que ETA no era ETA. En el que ni su nombre ni sus acciones eran las que fueron. Cuando ni asesinaba, ni secuestraba. Tampoco extorsionaba. Y no fue un tiempo menor, nada menos que nueve años. Casi una década sin muertes. Aquella organización aspiraba a hacer la revolución, levantarse ante la opresión franquista en defensa del pueblo vasco y dar una lección a los ‘tibios’ del PNV. La Euskadi industrializada de finales de los años 50 había dejado de plantar cara con rotundidad al Régimen, pensaron aquellos jóvenes intelectuales nacionalistas, era tiempo de dar un paso más, de tensar la cuerda; si no lo hacían los herederos de Sabino Arana, lo harían ellos.
El choque generacional se libró entre la exaltación de los más jóvenes, agrupados en Ekin –el germen de ETA-, y los veteranos del PNV, más prudentes y confiados en el hundimiento natural del franquismo con la muerte del Caudillo. Aún quedarían más de dos décadas para enterrar los restos del dictador en el Valle de los Caídos. Aquel grupo de universitarios empeñado en revitalizar el sentimiento nacionalista de los ‘gudaris' y que reclamaban mayor contundencia, se integró en 1953 en EGI, las juventudes del PNV. Convencidos de que podrían impulsar un nuevo alzamiento, no tardaron en ver frustradas sus aspiraciones y abandonar, cinco años más tarde, la organización jeltzale.
El cambio de nombre llegó casi de inmediato: Euskadi Ta Askatasuna (ETA). Y su fundación oficial, el 31 de julio, festividad de San Ignacio, de 1959. Por entonces, aquello no era una organización terrorista, ni por su estructura ni por su modo de actuar. Terminaría siéndolo. Sus miembros procedían de un entorno poco dado a las revueltas, con escrúpulos religiosos en su formación y, sobre todo, con una carencia de infraestructura y recursos para actuar.
Pero llegados hasta ahí, habría que abandonar las teorías y los debates internos, las sesiones endogámicas sobre el futuro del Euskadi y su identidad, y comenzar a dejarse escuchar fuera de batzokis y locales clandestinos. El relato de la década en la que ETA no mataba aparece detallado en ‘Pardines, cuando ETA empezó a matar’, de la mano del historiador Gaizka Fernández de Soldevilla.
Sabotajes, propaganda y sustos
Recuerda cómo los promotores de aquella organización incipiente hicieron que el pueblo vasco les conociera, y respaldaran que alguien luchara de otro modo por defender su patria. Era hora de dar el paso: acciones violentas, propaganda clandestina y sabotajes, violencia de ‘baja intensidad’. Aún faltaba más de una década para el primer asesinato.
Antes ETA dedicó nueve años a sabotajes, agresiones, sustos y amenazas al enemigo. Uno de los fundadores de ETA, Julen Madariaga, fechó el comienzo de todo en diciembre de 1959. Aquel mes, la casi imberbe ETA colocó las primeras bombas de fabricación casera en el Gobierno Civil de Vitoria, el diario ‘Alerta’ de Santander y en una comisaría de Policía en Bilbao: “Son los primeros pinitos. No se deja nuestra firma, no decimos que es ETA quien lo ha hecho”, escribió Madariaga.
Madariaga, tras las primeras bombas de ETA en 1959: "Son nuestro primeros pinitos, no decimos que es ETA"
Pero para entonces la línea entre las palabras y las acciones violentas se había cruzado. Años después se le acusaría erróneamente de la bomba que mató a la niña Begoña Urroz el 27 de junio de 1960 en la estación de tren de Amara en San Sebastián, tal y como desveló una investigación del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo. Aquel crimen fue obra del DRIL, un grupo hispanoluso antifranquista y antisalazarista. En el relato de hechos que hace Fernández de Soldevilla, no sitúa la segunda gran acción de aquella ETA de “sabotajes, palizas y teoría”, hasta dos años más tarde, el 18 de julio de 1961.
Ese día de conmemoración de los 25 años del ‘alzamiento franquista’, ETA distrajo con la quema de dos banderas españolas en San Sebastián mientras tres de sus militantes manipulaban las vías del tren de la línea San Sebastián-Bilbao -en el kilómetro 53,8 de la ruta-. Las desplazaron levemente, apenas unos centímetros, tras quitar y aflojar sus tirafondos. El tren que regresaba de Bilbao repleto de veteranos “excombatientes” franquistas debía descarrilar. No lo hizo.
'La Biblia' de ETA
La consecuencia fue un fracaso y un fogonazo. Aquel grupo subversivo, casi desconocido, acababa de salir a la luz, de presentarse formalmente ante las fuerzas del orden. La operación policial posterior se saldó con una treintena de arrestos y el debilitamiento de su aún reducida estructura.
Pero ETA siguió adelante. Más aún, en su I Asamblea ratificó la apuesta por los métodos violentos, ante las dudas de una minoría de sus miembros. La organización endureció su discurso y amenazas contra la Policía y se postuló ante la sociedad vasca como un agente de “choque”.
Aún las pistolas y las balas estaban lejos de aparecer. La violencia, en cambio, estaba asentada y llamada a crecer. En 1963 tres etarras propinaron una paliza a un maestro de Zaldívar acusándole de presionar a sus alumnos para que no acudieran a actos religiosos en euskera. Meses más tarde ETA quemó el comercio a una “confidente de la policía” y amenazó a otro para que abandonara Euskadi. Ese año también llevó a cabo acciones como el robo de dinamita en una cantera, con el que voló un vagón de tren en Alsasua, y sustrajo de una ermita de Tolosa tres banderas requetés para arrojarlas, rotas, orinadas y con las siglas de ETA.
En 1964 las acciones se agravan: "Engañar, obligar y matar no son únicamente deplorables sino necesarias"
Aquel año 1963, recuerda Fernández Soldevilla en su repaso histórico, fue el de la publicación en París de ‘Vasconia’, la obra de Federico Krutwig que terminaría convirtiéndose en algo así como “la biblia de ETA”. Planteaba un camino marxista compatible con el nacionalismo vasco radical, aplicando el modelo de los movimientos anticoloniales a la ‘ocupada’ Euskadi.
Las balas estaban cada vez más cerca y el gatillo más caliente. En 1964 la ponencia elaborada por Julen Madariaga para la III Asamblea de ETA -‘La insurrección de Euzkadi’- marcaba el camino: “Engañar, obligar y matar no son actos únicamente deplorables sino necesarios”. Su plan pasaba no sólo por aspirar a ganar a los ejércitos español y francés para que ETA gobernara el País Vasco sino que proponía incluso a las unidades etarras atacar al enemigo empleando “grandes ‘irrintzis’ –grito agudo, estridente y largo empleado tradicionalmente por los pastores- que paralicen de miedo al enemigo” o empleando el silencio absoluto “como gato, según convenga”.
Palizas y robos
Para entonces, ETA tenía asumido que su “lucha” podría provocar víctimas también en sus filas, “no nos queremos engañar ni engañar a nadie, no existe combate sin víctimas”. 1964 fue un año fructífero para la organización en la captación de jóvenes, en la proliferación de acciones de sabotaje cada vez más graves.
En 1965, cinco miembros de ETA, entre ellos Madariaga, fueron interceptados por dos guardias civiles poco antes de cruzar la frontera con Francia para acudir a la IV Asamblea de ETA. Las sospechas de los agentes hicieron que los etarras no dudaran en golpearles con piedras hasta dejarlos inconscientes. La asamblea se suspendió y la inquietud de ETA se incrementó. Se designó a Xabier Zumalde, alias ‘El Cabra’ como cabecilla de un grupo de rescate, una suerte de “comando de choque” que debería liberar a los militantes en caso de ser capturados.
En 1966 se intensifican los atracos a bancos para financiarse y comprar armas y munición para protección propia"
A tres años de su primer crimen mortal, ETA ya había instaurado la estrategia de actuación: acción-reacción. A cada movimiento de la dictadura, una reacción de la banda. Esa lógica permitiría vincular las acciones contra la organización como una acción de la dictadura contra el conjunto de la sociedad vasca.
En 1966 la fragilidad económica y de medios hizo que se reavivaran las peticiones de respaldo financiero. Las suscripciones y donativos voluntarios no alcanzaban y la coacción a empresarios nacionalistas abrió la puerta para lo que poco después sería el ‘impuesto revolucionario’. En 1967 ETA intensificó los ataques a bancos en busca de dinero. El Banco Guipuzcoano sufrió varios de ellos. Todo lo robado alivió la agonía económica para pagar a sus liberados y comprar más armas y munición.
Explosivos caseros
El año en el que ETA mataría por primera vez también comenzó con sabotajes. Dos bombas en las sedes de ‘El Correo Español’ de Bilbao y Eibar o el artefacto de dinamita en el cuartel de la Guardia Civil en Sondika, que hirió a varios niños, mostraba ya el nivel de acciones criminales al que aquellos jóvenes universitarios que comenzaron por teorizar habían llegado.
En la primavera de 1968 muchos de los militares de ETA habían comenzado a ir armados. Y no dudaban en hacer uso de ella, aunque para ahuyentar, si fuera necesario. Ocurrió en el robo al banco de Aretxabaleta, cuando los atracadores vieron que les perseguían el cobrador y un vecino.
En 1968 muchos iban ya armados. El 7 de junio, el asesinato del guardia civil Pardines fue el inicio de sus 850 asesinatos
Todo cambio para siempre el 7 de junio de 1968 en la N-I, a su paso por Aduna, en Tolosa. Aquel día ETA subió su último peldaño, el que terminaría llevándole al precipicio. Un control de tráfico de la Guardia Civil detuvo el Seat 850 cupé de color blanco. En él viajaban dos miembros de ETA, Txabi Etxebarrieta e Iñaki Sarasketa, ambos armados. El agente, José Antonio Pardines, expresó en voz alta su sospecha de que los datos del permiso de circulación no coincidían con el bastidor de vehículo. Acababa de convertirse en la primera víctima mortal de ETA. Etxebarrieta, en la primera de ETA. Primero disparó él contra Pardines, cinco tiros. En la huida un camionero, Fermín Garcés –que luego se convertiría en guardia civil- intentó retenerles. Poco después, avisada la Benemérita, otro control permitió localizar a los dos etarras. El tiroteo que se produjo terminó con la vida de Etxebarrieta.
Nueve años después, ETA acababa de pasar de los sabotajes a los tiros, de las amenazas a la muerte y de la lucha con violencia de baja intensidad al terrorismo sin límites.
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