Es como si alguien hubiera activado la pausa. Una imagen congelada que no evoluciona, no avanza. En la película de la historia reciente de Irlanda del Norte las escenas que le precedieron fueron mucho más duras. Ahora, desde hace dos décadas y tras un acuerdo que prometía paz, ha cambiado... casi todo. La vida hoy en Belfast discurre con una tensión discreta pero que aún mira de reojo y con cierta dosis de alerta. Los de esta segunda década del siglo XXI a punto de concluir debían haber sido años de paz, de reconciliación, de justicia. Es lo que algunos soñaron, otros prometieron y la mayoría jamás creyó en 1998.
Y no, no lo son. Ninguno de los tres objetivos se ha alcanzado en este tiempo. Cuando en abril de 1998 se firmó el acuerdo de 'Viernes Santo' que debía poner fin a treinta años de enfrentamientos, las armas debían haber callado. Pura ilusión. Desde entonces, en el Ulster las muertes violentas, los asesinatos terroristas, han continuado, aunque con mucha menor intensidad. Tampoco los enfrentamientos entre las dos partes han desaparecido. Ni la segregación social entre barrios, entre unionistas y republicanos, ni de los colegios protestantes y católicos.
En este 2019 en las calles de la ciudad que vivió entre verjas y espinos, la tensión contenida se percibe en muchos rincones. Es la que provocan las heridas mal cerradas, como la que dejó aquel acuerdo de paz firmado entre los gobiernos de Irlanda y Reino Unido -con el visto bueno de gran parte de la comunidad internacional- y que sangra en los relatos de muchas víctimas de Irlanda del Norte. Y lo que es peor, amenaza con hacerlo aún más. Fenómenos como el 'Bréxit' pueden ser elementos que no contribuyan precisamente a sanarla. Una futura frontera con la UE en los límites del Ulster se antoja como gasolina incendiaria para los republicanos.
Desde la firma del acuerdo hasta la actualidad, en Irlanda del Norte se han producido 79 muertes violentas en los que debían haber sido tiempos de paz. Son muchas, pero sólo una parte de las casi 3.700 que acumula el conflicto entre republicanos católicos del IRA -y sus escisiones- que tomaron las armas para separarse del Reino Unido, frente a los grupos unionistas protestantes que las empuñaron para evitarlo por la fuerza.
Tensión latente
Hoy Belfast sigue siendo una ciudad extraña. La tristeza y alerta permanente de tiempo atrás ha desaparecido. No así el tono sombrío de algunas de sus calles, acentuado por la casi lluvia perpetua. En estos tiempos de paz teórica, el turismo crece a ritmo trepidante. Ya apenas hay alambradas ni presencia de militares o tanques vigilando que retratar en sus calles.
La tensión no se fotografía pero se percibe, y en Belfast no ha desaparecido. Está latente, algo apaciguada, pero no erradicada. Al mismo tiempo que los taxis de la ciudad compiten por captar visitantes para hacer rutas guiadas por los lugares más emblemáticos del conflicto, en los barrios y calles de la urbe muchos indicios recuerdan que aún hay un polvorín sobre el asfalto de la ciudad.
De los 3.700 asesinatos cometidos en el Ulster, el 80% aún no han sido juzgados y continúan impunes
Es al menos el sentir que se lleva el visitante… y que manifiesta la opinión de los taxistas, de los camareros, de los profesores de universidad y de muchos ciudadanos de a pie. Y por supuesto de las víctimas, las grandes damnificadas y olvidadas de las dos décadas de violencia.
En el centro de la ciudad está la mayor zona “mixta”, en la que conviven católicos y protestantes, republicanos y unionistas. También en los barrios de mayor nivel socioeconómico. Pero las barriadas más populares, más humildes, donde el impacto del conflicto norirlandes fue, es, más elevado, sigue candente. En todas ellas aún hoy las familias deben elegir entre centro católico o protestante, incluso en la red pública.
Barrios en algunos casos en los que en esta Irlanda del Norte de ‘la paz de Viernes Santo’ y desmilitarizada, mantienen una suerte de toque de queda, de horario a partir del cual las grandes puertas de acero se cerrarán. Puertas culminadas con alambre de espino y que completan una muralla de protección entre barrios católicos y protestantes. Muros de 10 metros, alambre y situados en un laberinto de verjas que ‘enjaula’ bloques completos de viviendas.
Dentro de cada barrio, sus héroes y sus 'altares'. Los recuerdan con murales conmemorativos, coloridos, con los rostros de los militantes del IRA a alguna de sus facciones, recordados con lemas –“La resistencia no es terrorismo”- y flores. En el barrio republicano, los memoriales a sus ‘militantes’ comparten calle con la sede del Sinn Féin, una tienda de merchandaising del IRA y una iglesia católica, siempre intercaladas con banderas irlandesas.
Terroristas vs combatientes
En el lado unionista, las banderas son británicas. Los memoriales a sus ‘héroes’, como los combatientes del ‘comando’ de la UFF -Ulster Freedom Fighters-, algo abandonados, se repiten. Más austeros, menos coloridos. Comparten espacio con imágenes de la Reina Isabel II a la que se jura lealtad y un pasillo de banderas del Reino Unido en casi cada casa.
En ambos casos, el término terrorista se elude. Y no son los únicos. Lo ocurrido es un enfrentamiento entre combatientes y facciones, no entre terroristas, aseguran los relatos en uno y otro lado.
La sensación es de espera, de quien prefiere no desmantelar su universo por si hubiera que resucitarlo en cualquier momento. La lluvia de millones inyectadas por las instituciones europeas y del ámbito internacional -270 millones de euros sólo en los últimos cuatro años- no parecen haber completado el objetivo de pacificar la zona, no aparentemente.
La sensación es de espera, de quien prefiere no desmantelar su universo por si hubiera que resucitarlo
Y mientras la normalidad y la convivencia intentan adentrarse sin que la Justicia y la renuncia a la violencia le hayan precedido, las víctimas, las miles de víctimas de veinte años de bombas y atentados, ven cómo han pasado dos décadas de la firma de lo que alguien aseguró que todo lo cicatrizaría. Hoy, el 80% de las 3.700 víctimas siguen sin haber recibido justicia, los autores de los crímenes no han sido condenados, siguen impunes, según las estimaciones de algunos expertos historiadores como Henry Patterson.
El pasado viernes una delegación de asociaciones de víctimas de ETA -Covite y la Fundación Miguel Ángel Blanco- acudió a Belfast para mantener un encuentro con víctimas del IRA. Una jornada de trabajo de la que salió el compromiso para impulsar de manera conjunta la “internacionalización” de las demandas de justicia y compromiso por un relato deslegitimador de la violencia para futuras generaciones.
La 'amnistía' de 1998
Durante el encuentro en el Parlamento de Stormont, varias víctimas relataron su experiencia. Todas ellas lamentaron el desamparo en el que se encuentran. Más aún, arremetieron contra uno de los puntos más polémicos y sobre el que sitúan la impunidad con la que se ha querido cerrar el conflicto en Irlanda del Norte: la ‘amnistía’ otorgada en 1998 a los presos de ambos bandos, según la cual todos los reclusos que hubieran cumplido al menos dos años de prisión quedarían en libertad.
Gracias a la cláusula recogida en el 'Acuerdo de Viernes Santo', casi medio millar de presos de ambas partes quedaron en libertad, en 116 casos tras haber sido sentenciados a cadena perpetua. “Todos ellos están bailando sobre las tumbas de nuestro familiares por lo mucho que lograron y lo poco que han pagado”, denunciaba Marcus Babington.
La amnistía a los presos que hubieran cometido dos años de cárcel dejó en libertad a medio millar de condenados
El mismo día que intervenía en el Cámara de Stormont se cumplían 30 años del asesinato de su padre, un civil al que el ‘IRA provisional’ mató por error y por lo que sólo ha obtenido una escueta disculpa, “lo siento, nos hemos equivocado, dijeron”. Su madre, que supera los 80 años, asiente dolida entre el público. Babington se ha propuesto no parar hasta que se condene a los autores del asesinato de su padre, “se lo debo a él, a mi madre y a mis hijos”. Y tiene esperanzas de que lo conocido hasta ahora, “que lo mató un joven de 18 años al que entregó el arma un miembro del IRA de 60,” permita hacer justicia, “aún no se ha detenido a nadie”.
Londres mira ahora más a Bruselas y su ruptura que al Ulster y la resolución de su compleja situación. El Reino Unido da por cerrado el caso, el conflicto, tras el acuerdo de Viernes Santo y no parece dispuesto a avivarlo. El Ejecutivo británico no ha mostrado ningún interés por investigar y juzgar los crímenes, recuerdan desde la asociación de víctimas SEFF. Incluso aseguran que se les ha llegado a humillar planteando indemnizaciones económicas de apenas 12.000 libras -alrededor de 13.200 euros- y que han rechazado. Se trataba de compensaciones a las que tendrían derechos no sólo las víctimas directas sino a todas aquellas personas que hubieran sufrido de algún modo las consecuencias del conflicto.
Indemnizaciones
La definición oficial de víctima abrió la puerta a que incluso los perpetradores de acciones violetas en las que hubieran resultado heridos o incluso civiles que no se hubieran visto directamente implicados pero acreditaran algún tipo de consecuencia “psicológica como consecuencia del conflicto” pudieran solicitar las ayudas.
El testimonio de Martyn Mcready también destila abandono y pesar. Recuerda que uno de los autores del atentado en el que falleció su padre está hoy en libertad: “Gracias al acuerdo de Viernes Santo quedó libre un hombre que mató a cinco policías, seis militares y un bebe”.
Todos ellos están bailando sobre las tumbas de nuestro familiares por lo muchos que lograron y lo poco que han pagado"
Judith Jenkins no puede dejar de emocionarse cada vez que lo recuerda. Son lagrimas de pena y de rabia casi por igual. Con el paso de los años se han sumado las que provoca la impotencia. Tenía sólo 20 años y dos hijas que criar cuando mataron a su marido. Aún le cuesta exteriorizarlo pero hace un tiempo que decidió romper el muro del silencio que se había impuesto, “tenemos que contarlo”, insiste ahora. No lo hacen muchas víctimas en Irlanda del Norte. En su caso la esperanza ha aflorado décadas después de enviudar. Ahora tiene una pista clara y confía en que pronto se pueda abrir juicio contra el presunto responsable del asesinato.
Junto a ella, Margaret Veitch relata cómo una bomba mató a su padre y a su madre en 1979. Hace tiempo que perdió la esperanza en las instituciones pero subraya que hay algo que sí está en sus manos, en el de todas las víctimas, y que sigue pendiente en el Ulster: el relato.
Veitch lo cuenta con dolor, inquietud y vehemencia. Dice estar “muy preocupada” por el mensaje que se está transmitiendo en todos estos años a las nuevas generaciones, “las que no saben lo que es el IRA”: “Se ha impuesto una cultura peligrosa. Se ha legitimado a algunos ex terroristas, a algunos incluso se les ha condecorado”, lamenta.
Ulster desgobernado
Judit Jenkins recuerda que el pacto de Viernes Santo trajo consigo que muchos de los antiguos miembros de las organizaciones “terroristas” ocupen hoy puestos de responsabilidad máxima en la Administración norirladesa, “es nuestro testimonio el que debe desvirtuar, contrarrestar ese discurso que de algún modo les legitima, situándoles en las instituciones, a quienes han practicado el terrorismo”.
Una de las víctimas recuerda al que es por ahora la ultima víctima del conflicto en el norte de Irlanda, la periodista Lyra Mckee, de 29 años, muerta a manos del ‘nuevo IRA’ y por cuyo crimen la organización se disculpó. Pero su lamento añadía rabia por no haber podido matar a algún policía. Irlanda del Norte, 2019. “Su sobrina de 4 años y ella estaban muy unidas. Siempre decía que eran ‘las dos personas más buenas del mundo’. Cuando la asesinaron y se entero dijo que ahora sólo quedaba una mejor persona del mundo que era ella”, recuerda emocionada Jenkin.
Y mientras la Justicia y la paz continúan vagando sin encontrar acomodo por las calles aún oscuras de Belfast, la política sigue ausente. Así lleva casi tres años, con el Parlamento de Stormont sin actividad y el Ulster sin Gobierno autónomo. Una cámara fantasma cuyo acceso presiden los retratos de quien fuera miembro del IRA y líder del Sinn Fein, Martin McGuinnes y del pastor protestante, Ian Laisley, fundador del "ejército ciudadano" de los UDA, comprometido con la defensa de la corona británica "por todos los medios"
Las dos formaciones que más se han ‘musculado’ en este tiempo de paz violenta iniciado en 1998, las más extremas de cada bando, han dejado marginadas a las posiciones más moderadas y con ellas, abierto el incierto futuro de una Irlanda del Norte sin tanques pero con recelos, miedos y deudas por saldar.
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