Antes de comenzar el juicio del procés, Javier Melero pasó por la sala de togas del Tribunal Supremo. El abogado de Joaquim Forn, ilustre penalista de cabecera de Convergència, con la misión de salvar a su cliente del delito de rebelión, consensuó su atuendo con Torcuato, el funcionario encargado de la custodia y el reparto de las prendas. Le informó de que su colega Jordi Pina había hecho traer unas especiales desde el Colegio de Barcelona: "Para que lleven ustedes la insignia de allí". Le respondió Melero que no: "Una iniciativa muy de agradecer y de encomiable patriotismo, pero son mucho más gordas y pesadas. Me quedo con una de Madrid".
Melero juega a la contra. Lo hizo en el juicio, donde se desmarcó por completo del resto de defensas con un discurso exclusiva y exquisitamente técnico. También en su oficio, donde ha vivido de defender de lo indefendible a políticos nacionalistas a los que vincula tanta amistad personal como distancia ideológica. Javier Melero desprecia al nacionalismo, al catalán y al español, y rehúye de lo que ahora es Ciudadanos, en cuyo nacimiento participó junto a amigos que sí conserva, como Arcadi Espada.
El abogado Melero critica la voluntad de imponer estrategias de los letrados de ERC y se desmarca de las campañas en Europa contra la justicia española
El pragmatismo de Melero, al antinacionalismo de Melero, siempre ha sido un elemento fetiche de toda la telenovela procesista, que hasta se disputa su nombre, escrito con X o con J dependiendo del periódico. Javier -así firma-, despeja dudas en El Encargo (Ariel, 2019), el explosivo libro que publica este mes de noviembre y en el que relata con sumo detalle el juego de matrioshkas de la política nacionalista, la guerra de egos en las defensas, las glorias de personajes aparentemente míseros y las miserias de personajes a priori gloriosos.
Del independentismo, con lucidez, subraya que es "todo lo democrático que puede ser algo ilegal en una sociedad libre, y en esa antinomia constante estaba su miseria. Y su ensimismamiento narcisista frente a todo lo español, y sus constantes campañas de propaganda, no sabía muy bien si dirigidas a convencer a terceros o a convencerse ellos mismos".
'El ejército de Stalin'
"Parecéis el ejército de Stalin, en el que era más peligroso retroceder, porque te fusilaban los tuyos, que avanzar hacia los alemanes", cuenta que le dijo a Lluís Corominas, miembro de la Mesa del Parlament, cuando su cliente le indagaba, a medio camino entre la animosidad y el acojone, por las consecuencias de tirar hacia delante con las leyes de desconexión y de referéndum. Dice Melero que en esos días previos a la catástrofe los políticos independentistas parecían los protagonistas de El hombre que fue Jueves, en el que "todos los miembros del grupo anarquista son en realidad policías emboscados y, el uno por el otro, van sacando adelante el complot entre proclamas incendiarias".
Y hasta ahí las referencias históricas, literarias o cinematográficas. Lo cierto es que el libro de Melero son 350 páginas de retratos hiperrealistas y punzantes. De Carles Puigdemont dice el abogado que no cuenta con el aprecio "ni de su peluquero ni de su sastre", y le reprocha enérgicamente que su huida a Bélgica puso muchos clavos en el ataúd penitenciario de los encausados: "¿Qué habría pasado si Napoleón no hubiera invadido Rusia? ¿Qué si la OTAN no hubiera bombardeado Serbia? La respuesta a la pregunta de qué habría pasado si Puigdemont hubiera convocado elecciones parece mucho más obvia. De una obviedad incluso dolorosa".
El libro es especialmente duro con Marta Rovira y su presión a Puigdemont en las horas previas a la DUI: "Sólo le faltaba una ouija"
Ese dolor se le trasluce a Melero en sus conversaciones con los protagonistas del procés, a uno y otro lado del tablero. Habla con disgusto de Albert Rivera, casi tanto como de Marta Rovira, a la que no dejan en buen lugar las conversaciones con políticos convergentes sobre su rol en las horas previas al 27 de octubre y en la decisión de no convocar elecciones antes de la Declaración Unilateral de Independencia. Así quedan por escrito: "No te extrañe que fuera por los gritos que pegaba Marta Rovira, con lágrimas e invocaciones a la traición. Sólo le faltaba una ouija".
Tras tantos años respirando en el ambiente convergente, a Melero -que acudió a la masiva manifestación por la unidad de España de octubre del 2017- se le contagia cierta distancia con ERC. Especialmente con el abogado de la mayoría de sus principales encausados, Andreu van den Eynde, al que describe como un incordio en la coordinación de las defensas: "Tenía respuesta para todo y lo que ofrecía era, en realidad, un simulacro de coordinación, pues sólo entendía ésta en un sentido: que nos plegáramos a su criterio".
Melero es igualmente crítico con el activismo político de Jordi Pina y con la estrategia de internacionalización judicial encabezada por Gonzalo Boye, al que no nombra pero sugiere. Y cuando le nombran a la ONU, se mofa: "Me suena a música étnica, a los derviches giróvagos".
Junqueras, 'un hombre misterioso'
Tampoco sale bien parado del libro Oriol Junqueras, con el que sí coincidió en intentar disuadir al resto de presos de una huelga de hambre en su opinión absurda, contraproducente y carente de toda lógica. Del ex vicepresidente de la Generalitat dice que se mueve con una desenvoltura "tan digna como poco natural", y que su trato es "distante, a la vez socarrón y aristrocrático". Que suele hablar por persona interpuesta: en la cárcel, Raúl Romeva; fuera de ella, Marta Rovira. "Era un hombre un tanto misterioso, que manejaba con desdén la jerga de su propia tribu y que no parecía demasiado interesado en lo que yo pudiera decirle", relata.
Tampoco le convencieron sus intervenciones político-religiosas en el Tribunal Supremo: "Como era inevitable, salió a relucir su religiosidad, una especie de bálsamo de fierabrás que evitaba la comisión de cualquier delito. Mientras le escuchaba atentamente pensaba en si, en efecto, un sector lo bastante importante de gente podía pasar por encima de la ley democrática y forzar por vías de hecho una legalidad alternativa".
La línea de defensa de Melero durante el juicio fue que nada de eso sucedió, que la crisis secesionista de octubre fue un inmenso farol de políticos cobardes sin ningún efecto real y que su cliente, Joaquim Forn, no había ordenado ninguna actuación sediciosa por parte del cuerpo de Mossos a su mando, como consejero de Interior.
Durante meses, antes de las sesiones, Melero se había dedicado a loar al tribunal, a las instituciones judiciales y a los propios Manuel Marchena y Pablo Llarena. También a los fiscales y abogados del Estado. Pero no a los de Vox, especialmente Javier Ortega-Smith, al que describe como un letrado torpe, aburrido y sin recursos. El tono del libro es más amargo con el avance de las páginas, y describe también una desconfianza hacia unos jueces que, soslaya, llevaban el veredicto dictado desde casa.
El libro, meticuloso, no llega hasta la sentencia ni la valora. Se congela en la euforia inocente del final del juicio: "Apreciaba a todos en la sala y deseaba que todos se apreciaran entre ellos". Había concluido el trabajo de un abogado que se desvive por recalcar una y otra vez el lema que le condena a ser el ídolo sospechoso de todos y de nadie: "No represento a ningún colectivo, ni a ningún Govern, ni a ningún pueblo".
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