Dos pancartas lucían este miércoles en el Camp Nou desde antes del inicio de El Clásico. Una decía ‘Freedom’ (libertad) y la otra ‘Spain, sit and talk’ (España, siéntate y dialoga). En el palco presidencial se sentaba Quim Torra, un tipo que escribió que quienes viven en Cataluña sin identificarse con el nacionalismo son carroñeros, víboras, hienas” y “bestias de forma humana”.
Sería iluso pensar que el deporte y la política están separados por una distancia superior a medio milímetro. A Max Schmeling lo utilizó Hitler para ejemplificar el potencial de su Tercer Reich tras ganar en Nueva York, en 1936, al boxeador estadounidense Joe Louis, negro y apodado 'El bombardero de Detroit'. Durante la Guerra Fría, entre los boicots olímpicos –uno por potencia-, Bobby Fisher venció a Boris Spassky y se interpretó como un avance dentro de la partida de ajedrez geopolítica entre el socialismo y el capitalismo. Y programas de dopaje como los de la RDA perseguían medallas, pero, evidentemente, eso era lo de menos.
Habría que estar ciego para obviar que el Real Madrid nunca ha tenido relación con la política. Quizá este asunto se observa desde una perspectiva equivocada porque los más enfervorizados periodistas culés le han convertido en el equipo de Franco, obviando hechos como que su propio equipo condecoró al dictador en varias ocasiones y le instaló un sillón presidencial, por aquello de que no se sintiera exento de calor en el Camp Nou. Hay muchas formas de hacer política. Hace un par de meses, José Manuel Martín Medem recordaba en un artículo la gloriosa recalificación de los terrenos de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, con Florentino Pérez casi recién llegado a la presidencia del club, José María Álvarez del Manzano de alcalde capitalino, Inés Sabanés (Más Madrid) apoyando el proyecto y el madridista Alfredo Pérez Rubalcaba instando a que los socialistas hicieran lo propio.
No es sólo deporte
El independentismo, que todo lo alcanza y todo lo infecta en Cataluña, no ha renunciado a influir sobre el F.C. Barcelona. Aquel que estuvo presidido por ese tipo oscuro, llamado Joan Laporta, que apoyó la secesión desde su propio partido político. Es el club que, en 2013, dejó pasar por el Camp Nou la cadena humana por la independencia. O el que nunca ha censurado las impresentables pitadas al himno de España que se producen siempre que el equipo juega la final de la Copa del Rey. O el que, frecuentemente, permite que se exhiba todo tipo de simbología independentista en el estadio.
Quizá sería absurdo restringir la libre expresión de los ciudadanos en este sentido. Lo sería igual que negar que el Barça es una de las principales herramientas de propaganda para los secesionistas. A través del Camp Nou y de la calculada ambivalencia de sus directivos para con el citado conflicto político.
Quizá sería absurdo restringir la libre expresión de los ciudadanos en este sentido. Lo sería igual que negar que el Barça es una de las principales herramientas de propaganda para los secesionistas.
Hubo un tiempo en el que José Mourinho –a quien prepararon el cadalso antes de pisar el Bernabéu- sirvió para enmascarar el caldo de cultivo que comenzó a rodear a El Clásico desde que aumentó la tensión política. Entonces, el banquillo culé estaba regentado por Pep Guardiola, a quien sus acríticos aduladores situaron como la antítesis del entrenador portugués. Era el espíritu noble e incorrupto contra el antideportivo y especulador. Sería de ilusos pensar que el independentismo –que defiende el propio Guardiola sin miramientos- no utilizó ese ambiente revanchista para marcar distancias con respecto a Madrid.
Hace unos meses, un delantero argelino que juega en el equipo catarí que entrena Xavi Hernández –privilegiado pensador contemporáneo- afirmó lo siguiente: “A ninguno de los dos les gusta el Real Madrid. Xavi me dijo que en Cataluña les enseñan a odiar al Real Madrid, y crecen con ese sentimiento”. Quizá la afirmación sea exagerada. Pero lo cierto es que no son pocos los símbolos del barcelonismo que han alimentado el revanchismo independentista. El propio Xavi se refirió hace unos meses a los organizadores del 1-O como “presos políticos”. Y Pep Guardiola –con quien compartió el citado vestuario-, es un activista por la causa soberanista.
Lo que ha ocurrido con el Tsunami Democratic y El Clásico es una consecuencia de la deriva de la sociedad catalana y vuelve a dejar claro que el F.C. Barcelona –uno de los tótems de esta comunidad autónoma- no es un ente ajeno al soberanismo y a los intereses de la Generalitat. En realidad, ejemplifica esa actitud silente de la burguesía catalana con respecto a este tema. O ese consentimiento implícito.
Cumplido el minuto 17, en el Camp Nou se ha vuelto a clamar por la independencia. En el 55, se han lanzado pelotas amarillas al campo y se han exhibido carteles favorables a los intereses soberanistas. No es gran cosa, pero cuando un estadio se convierte en un escenario propagandístico, no se puede decir que la competición que acoge sea meramente deportiva. También es política.
Dos pancartas lucían este miércoles en el Camp Nou desde antes del inicio de El Clásico. Una decía ‘Freedom’ (libertad) y la otra ‘Spain, sit and talk’ (España, siéntate y dialoga). En el palco presidencial se sentaba Quim Torra, un tipo que escribió que quienes viven en Cataluña sin identificarse con el nacionalismo son carroñeros, víboras, hienas” y “bestias de forma humana”.
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