Algunos acudirán al día siguiente a misa. Es domingo, fiesta de guardar. Los habrá incluso que la celebrarán en el altar, con sotana y bendición. Pero antes, el sábado, algunos acudirán a la manifestación en favor de los presos de ETA que ha convocado la plataforma Sare. La cita es el próximo 11 de enero en Bilbao. Allí, laicos y religiosos, ateos y agnósticos, acudirán para reclamar el final de la dispersión de los presos de la banda y su acercamiento a cárceles próximas al País Vasco. En las últimas semanas distintas plataformas sindicales y sociales se han sumado a la convocatoria promovida por sectores cercanos a la izquierda abertzale.
La última aportación a la causa ha venido de la Iglesia, de nuevo a título individual, no oficial. Lo han hecho dos párrocos de Guipúzcoa, de la localidad de Usurbil, Juan Luis Murua e Ibon Alberdi, responsables de la iglesia de Salbatore. Han intercedido por dos presos de la banda, Olatz Lasagabaster y Patxi Uranga, pareja y padres de una niña de tres años. Han reclamado por carta que a ambos, condenados a 12 años de prisión por pertenencia a un comando y ocultar material explosivo en su domicilio, se les conceda el tercer grado y se les traslade desde la prisión de Picassent (Valencia) a Martutene (San Sebastián).
Es el último gesto de apoyo a los presos de ETA procedente de un miembro de la Iglesia vasca. Antes hubo otros, incluso desde la jerarquía. Siempre bajo la premisa de que “la vulneración de derechos humanos debe ser denunciada en todo caso”, en el de las víctimas y el de sus verdugos, y con referencias a la misericordia. Así lo han hecho históricamente los obispos vascos. Los prelados nunca han ocultado su “cercanía” con los derechos de los presos, en ocasiones con mayor intensidad que con los derechos de las víctimas.
En vísperas de las fiestas de Navidad de 2007, el entonces obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, llegó a recordar desde el púlpito que esos días cientos de familias echaban en falta en la mesa a un miembro de la familia preso por pertenecer a ETA, “lo hacen con un nudo en la garganta que les impide cantar el ‘hator, hator, mutil etxera’ (Villancico vasco, ‘Ven, ven, muchacho a casa’).
Una vieja demanda
La historia reciente tiene más episodios de representantes de la Iglesia en favor de los presos de ETA. En 2014 colectivos de religiosos y feligreses de la iglesia vasca (Herria 2000 y la Coordinadora de Sacerdotes de Euskal Herria) se manifestaron en la escalinata de la Iglesia del Buen Pastor de San Sebastián reclamando el final de la dispersión y la excarcelación de los reclusos de la banda enfermos. La misma iglesia en la que tiempo atrás el obispo Setién no dudó en ceder espacios para las movilizaciones de los familiares de presos.
Más recientemente, en marzo, en la Universidad del País Vasco, Uriarte, el prelado que participó en las negociaciones del Gobierno con ETA en 1998 y 2006, volvió a reclamar el final de la dispersión. Una vez más, abogó por el acercamiento como un gesto en favor de la recuperación de la “convivencia” en Euskadi.
Es la posición que tradicionalmente ha mantenido la Iglesia vasca y que nunca ha manifestado la institución en público a nivel nacional. La dispersión de los presos de ETA en prisiones alejadas de Navarra y el País Vasco es una vulneración de sus derechos, gustan recordar los obispos vascos. Uriarte ha asegurado de modo reiterado que a un obispo le corresponde mostrar su “cercanía” con los presos y reclamar una política carcelaria “humanista”. Incluso ha llegado a repetir los argumentos de los colectivos en contra de la dispersión que aseguran que esta política penitenciaria sólo castiga a los familiares y supone un “riesgo” por los largos viajes a los que les obliga.
La cercanía con los presos manifestada no sólo por Uriarte sino también por su homólogo durante muchos años -28- como obispo de San Sebastián, José María Setién, ha sido una constante. El recientemente fallecido obispo de la capital guipuzcoana siempre abogó por una posición que concebía a todas las “almas”, las de los terroristas y las de las víctimas, como necesitadas de la misericordia divina.
Distancia con las víctimas
Tanto Setién como Uriarte mostraron durante años posiciones frías y distantes hacia el colectivo de las víctimas de ETA, actitudes que éstas siempre denunciaron. La que fuera presidenta del PP vasco, María San Gil, llegó a acusarle de hacer distinciones entre fieles en función de su ideología nacionalista o no nacionalista. Durante muchos años, hasta la llegada de Ricardo Blázquez al obispado de Bilbao, y que accedió a celebrar el funeral por Miguel Angel Blanco, los prelados no celebraron funerales de víctimas de ETA. Lo hicieron aduciendo que corrían el riesgo de ser instrumentalizadas. Sí visitaron a algunas víctimas pero siempre en silencio y secreto. Su aliento nunca recibió acuse de recibo por quienes sufrieron el azote de ETA, por escaso, distante y equidistante.
Cuando en abril de 2018 ETA emitió un comunicado pidiendo perdón por las víctimas “no buscadas” que generó, los obispos vascos también hicieron público un escrito en el que reconocieron comportamientos repletos de “ambigüedades, complicidades y omisiones” hacia las víctimas durante años y por los que pedían perdón. Lo hicieron los prelados actuales, a los que en ningún caso les tocó jugar un papel determinante en los años más duros de la violencia terrorista.
Uriarte aseguró en marzo de este año que la Iglesia se equivocó en su actitud, que debía haber sido “la primera” en “despertar” a la sociedad vasca ante el dolor de las víctimas y no lo hizo. Recordó que la Iglesia en 1968 “ya reprobó enérgicamente la violencia de ETA”, pese a que algunos miembros de la misma o “silenciaron” u ocultaron “deliberadamente” la “doctrina episcopal de la Iglesia”. Uriarte también es víctimas de ETA. Celebró en 1985 el funeral por el asesinato de su primo Juan José Uriarte, un taxista al que ETA mató en Bermeo sin saber -según reveló después- que era familia del obispo.
La distancia de la Iglesia actual que representan los tres obispos vascos, José Ignacio Munilla (San Sebastián), Mario Iceta (Bilbao) y Juan Carlos Elizalde (Vitoria) poco o nada tienen que ver con la que mantuvieron sus predecesores. Lejos quedan los tiempos en los que la Iglesia vasca se convirtió en parte activa de algunos de los episodios más oscuros de la banda.
Cercanía con ETA
Muchos de ellos los recuerda el periodista Pedro Ontoso en su libro Con la Bilbia y la parabellum (Ediciones Península) en la que afirma, por ejemplo, que la primera asamblea de ETA, en 1962, se celebró en un monasterio benedictino de Francia o cómo el asesinato del comisario de policía, Melitón Manzanas (2 de agosto de 1968) se organizó en la casa del párroco de Zeberio. También cómo algunos nombres significados de ETA, como el que fuera jefe de la banda Eustakio Mendizabal, ‘Txikia’, había sido ordenado religioso o cómo miembros de la Iglesia vasca colaboraron en la huida u ocultación de miembros de ETA.
Ontoso señala cómo históricamente la Iglesia ha intervenido en política de modo directo, defendiendo posiciones políticas propias del nacionalismo. Poco después de que ETA anunciara el cese de sus acciones criminales, el obispo Uriarte recordaba que si la paz “se concibe como una derrota” de ETA sin ser conscientes de que “hay un contencioso político que habrá que estudiarlo y trabajarlo, así no habrá ni paz ni reconciliación”.
La Iglesia vasca de las últimas décadas ha sido una iglesia política y nacionalista. Los pronunciamientos en clave nacionalista han sido reiterados y públicos. Las referencias a la necesidad de resolver un “conflicto político” han sido una inclusión constante en sus manifiestos. Incluso las apelaciones a los “derechos territoriales” de los vascos “violentados” por el franquismo. Fue precisamente esa herencia de lucha contra la dictadura, en la que la Iglesia se implicó la que terminaría por convertirse en el vínculo, durante los primeros años, de cierta complicidad con la ETA inicial y que de modo más residual perduraría en algunos sectores eclesiales. “Se cambió a Dios por la patria”, asegura el periodista Ontoso.
Un apoyo a las tesis nacionalistas que ha sido reconocido e incluso premiado por el PNV. El aval que siempre recibió desde los sectores nacionalistas el cuestionado obispo Setién fue completado con gestos como la concesión del premio a su trayectoria que la Fundación Sabino Arana otorgó al obispo Uriarte.
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