Humildad, trabajo y luces largas. Ésas son las recetas que se autoimpone Iván Redondo en su trabajo en Moncloa. El director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno de España, primer secretario de Estado y secretario del Consejo de Seguridad Nacional entre otras muchas atribuciones, es el asesor más cercano a Pedro Sánchez y por tanto la persona con mayor capacidad de influencia sobre el jefe del Ejecutivo, una posición de gran poder que levanta recelos en el Gobierno y en el PSOE.
Licenciado en Humanidades y Comunicación por la Universidad de Deusto, Redondo se considera más un ingeniero que un fontanero, una especie de centrocampista que reparte juego. Es fan del ajedrez aleatorio y ha creado un enorme centro de poder en la Moncloa al servicio de los intereses de su jefe. Aunque su leyenda como asesor aúlico se acrecienta, Sánchez es quien toma las decisiones, a veces en desacuerdo con Redondo, que evita decir lo que realmente piensa en presencia de los ministros o dirigentes de Ferraz. Él prepara los posibles escenarios, las estrategias y las hojas de ruta a seguir, pero el presidente decide qué camino tomar. Y cuando lo hace, su jefe de gabinete se convierte en eficaz brazo ejecutor.
Redondo ha asesorado a dirigentes del PP en territorios tan complicados para la derecha como Cataluña, donde ayudó a Xavier García Albiol a ser alcalde de Badalona; Euskadi, donde asesoró a Antonio Basagoiti, o Extremadura, donde contribuyó a hacer presidente a José Antonio Monago, con el que colaboró estrechamente durante su Gobierno (2011-2015). Tras ganar las primarias a Susana Díaz, siguiendo algunos de sus consejos gratuitos, Sánchez lo fichó en Ferraz en septiembre de 2017. Su entrada en la planta noble de la sede socialista levantó recelos por parte de numerosos dirigentes mientras el equipo de Organización, liderado por José Luis Ábalos, hacía piña con él. Esa conexión personal contrasta con la rivalidad que le profesa la vicepresidenta primera, Carmen Calvo.
Ese aprendizaje político lo ha puesto al servicio de Sánchez con experimentos como el realizado en la comunidad extremeña, donde ya trasladó los consejos de gobierno de los viernes a los martes, como ha decidido ahora Moncloa para eclipsar la actividad de la oposición en el Parlamento ese día, cuando se celebra la Junta de Portavoces y se anuncian las iniciativas de los grupos.
El primer Consejo de Ministros del nuevo Gobierno lo ha coronado como la persona más poderosa de Moncloa tras Pedro Sánchez, que ha delegado en él la coordinación del Ejecutivo de coalición. Tras la formación del Gobierno con Unidas Podemos, el otro pilar de la Moncloa, Carmen Calvo, ha perdido funciones como la cartera de Igualdad, mientras que Redondo ha ganado el control de la Comunicación y de todos los departamentos de asistencia al presidente, como asuntos nacionales, institucionales, internacionales, comunicación con los ciudadanos, la secretaría general de Presidencia, la Oficina Económica del Presidente (Dirección General de Asuntos Económicos), el Departamento de Seguridad Nacional (DSN) o las diferentes unidades de análisis, a las que ha sumado una de nueva creación: la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo.
El gesto del presidente confirmándole como su máximo asesor es su 'segundo anillo', en terminología NBA. El primero lo logró al convertir a Sánchez en presidente del Gobierno gracias a la audaz moción de censura a Mariano Rajoy.
Tras el fracaso de las negociaciones de Calvo con Podemos para la investidura fallida de julio, el liderazgo de Redondo en el acuerdo con Pablo Iglesias de noviembre le volvió a encumbrar ante su jefe. Rápido y efectivo. El líder de Unidas Podemos se lo agradeció personalmente en una de sus primeras intervenciones públicas tras el pacto, que se selló con dos abrazos: el de Iglesias con Sánchez y el de Iglesias con Redondo.
Su obsesión por entender la política a largo plazo ha sido clave para conjurar los intereses del líder del PSOE y los del secretario general de Podemos, que construyen su alianza como el hormigón que sustente su poder durante al menos ocho años. 1.400 días, es decir, una legislatura de cuatro años, señaló Sánchez en su rueda de prensa el martes en Moncloa. Una década, dijo el viernes Iglesias en el Consejo Ciudadano de Podemos.
"Nos sentimos plenamente legitimados – y lo repito-, nos sentimos plenamente legitimados para ejercer el poder democrático y lo vamos a ejercer durante el tiempo en que nos lo han confiado los ciudadanos y ciudadanas con su voto y con la confianza mayoritaria del Congreso de los Diputados", advirtió Sánchez, que habló de hacer uso del poder, no de gobernar.
"Creo que estas medidas componen un programa de gobierno con capacidad para hacer de la próxima década la década del constitucionalismo democrático en España y convertir a nuestra patria en un referente internacional", lanzó ayer Iglesias.
La obsesión del gurú de Moncloa por la planificación a largo plazo fue la que le hizo secundar decididamente el cambio de criterio del presidente el 10 de noviembre, cuando decidió pasar por encima de todas sus precauciones sobre Podemos para gobernar con ellos. La noche electoral, ambos entendieron que su apuesta por conquistar el centro político había fallado. El hundimiento de Ciudadanos no había supuesto un trasvase de votos al PSOE, que perdía apoyos en su electorado. La única manera de garantizarse mayorías de Gobierno a nivel nacional, autonómico y municipal, era construir una alianza con Podemos, institucionalizar a una fuerza hasta ahora antisistema y confiar en que el boato del poder lo domestique como socio fiable. Consolidar un bloque de izquierdas que pueda hacer frente a la cada vez más afianzada alianza de PP, Cs y Vox.
Su nombramiento plenipotenciario del martes no es el primer gesto de Pedro Sánchez a propios y extraños para dejar clara su confianza en Redondo. Tras el fiasco electoral de noviembre, muchas voces en Ferraz se alzaron contra él, acusándole de provocar la repetición de elecciones en vez de asegurar el poder con Unidas Podemos, como preferían los sectores más orgánicos del Gobierno. Sánchez frenó esa revuelta en seco y acabó con el cuestionamiento de Redondo.
El malestar con el gurú de Moncloa se debía a su poder sobre el partido. Siendo un outsider y habiendo trabajado antes para el PP, a los dirigentes socialistas les irritaba que tuviera el poder de decisión en materias como el programa electoral, en el que excluyó el federalismo para enfado del PSC, o la agenda de mítines del secretario general. Cualquier decisión tenía que pasar por sus manos como director del Comité Electoral, lo que debilitaba la posición de los dirigentes de la Ejecutiva, que han terminado aceptando la situación.
Disciplinado y autoexigente, Redondo se acuesta muy temprano para estar trabajando a primera hora de la mañana mientras el presidente aprovecha esas horas para correr por la Moncloa. Cuando su jefe empieza a trabajar, él ya lleva tiempo operativo y conoce las informaciones de prensa, radio y televisión. No se le escapa ninguna noticia y su interlocución con los medios es cauta pero constante.
Aunque ahora pasa a depender formalmente de él, la gestión de la Comunicación de Moncloa ya era competencia suya de facto. El último incendio que le tocó apagar lo inició Susana Díaz, que irritó a la Cadena Ser por incumplir su palabra de dar allí su primera entrevista tras la sentencia de los ERE. Finalmente, la baronesa andaluza eligió el programa Al Rojo Vivo, de Antonio García Ferreras, y aseguró a los directivos de Prisa que lo hacía por orden de la Moncloa. Redondo volvió a sofocar el fuego con diligencia y eficacia.
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