Yo creo que al Congreso le colocan ese gran baldaquino rojo, que parece una póliza del tamaño del neoclásico de Madrid, precisamente para acentuar el perfil de sello que tiene que poner el Rey ahí debajo. Entre los leones de Ponzano, hechos de cañones alegóricos, lo que hace el Estado es poner su sello, que es otra alegoría, que es el Rey. El Rey es un sello vivo, una persona que sólo está ahí para ser estampada en los documentos y en las ceremonias, un destino bastante triste, por cierto.

El Rey es algo así como un San José de belén viviente. Hay que ser muy tonto para pensar que un San José del vecindario, con la cara del quiosquero, es realmente el santo, y por eso me parece que hay que ser también muy tonto para pensar que el Rey es el Estado, es España, que es algo más que ese sello, que es verdaderamente un rey de espadas o un rey de ajedrez o un rey de Versalles, que manda en algo o que nos define en algo. Pero hay que ser más que tonto, hay que ser ya muy cínico para protestar por la carcundia de la monarquía mientras se ensalzan mitologías de la raza y de las naciones, y para tachar de antidemocrático a un señor que se limita a estar ahí como otro león de bronce o de escudo mientras tú defiendes que tu turba y tus políticos no están sometidos a la ley, y que tu ideología se puede apropiar del espacio público, y que las mayorías pueden anular los derechos ciudadanos.

Entre el cinismo y la santurronería, como falsos cojos de iglesia, Esquerra, JxCat, Bildu, CUP y BNG se quisieron hacer los rebeldes valientes y los republicanos fetén plantando al Rey y haciendo un manifiesto patafísico contra la monarquía o contra la Tizona. En realidad, ni son valientes ni son republicanos. No hay que ser muy valiente para llamar al Rey franquista, o incluso proponer recortes con guillotina, como la ministra Irene Montero, sabiendo que luego ese Rey, como no podría ser de otra manera, te dará la mano, te sonreirá de oficio y seguirá firmando tu nombramiento como apenas el funcionario de correos que es. Tampoco son republicanos, como he dicho muchas veces, porque no saben qué es la res pública, no respetan el espacio común ni el imperio de la ley.

Los socios de Sánchez protestan contra un Rey de ópera y abrecartas mientras demuelen los fundamentos de la democracia

Esta gente entiende el republicanismo como una especie de iconoclasia de la baraja española, pero no se puede ser republicano poniendo los supuestos derechos de los pueblos ni la ortodoxia de las mayorías por encima de los derechos del ciudadano. Así lo que sale es otra cosa, sale su cosa, claro, o sea una tiranía folclórica y un totalitarismo de piñata, pero no una república. Son republicanos muy curiosos éstos, que ven una especie de papado opresor en lo que es sólo una institución decorativa, como una banda de música nacional, pero sin embargo ven la más purísima democracia representada en líderes de arenga balconera que se declaran por encima de la ley.

En la Carrera de San Jerónimo, con caballos resbalando como la luz de las cuestas y soldados relucientes como trombones, Felipe VI sólo iba ocupando su sitio entre los demás bordados de la democracia. No era una ceremonia suya, como si se casara con Pedro Sánchez (aunque seguro que Sánchez se prestaba), sino una ceremonia del Estado, que pone a un Rey como si fuera un macero o una diosa de la vendimia, y poco más. Lo que parecía el Congreso, con su Rey como un llavín y su baldaquino como sello, era un libro por abrir, que algo así es cada legislatura. El Rey sólo es algo que sale de la Constitución igual que salen las autonomías, así como de su museo del vestido, con su ropa y sus ceremonias incómodas y un poco joteras. Se puede ser republicano, claro que sí, pero siéndolo de verdad, no fetichistas de los cestos llenos de pelucas. Y un republicano entendería enseguida que antes que el rey como anacronismo está la ley como fundamento. Sobre todo cuando ese rey sólo está para pegar su propio sello como el primer oficinista, y el peligro para la democracia no está en ahogarse en tapices, sino en asfixiar con las ideologías únicas.

Los socios de Sánchez protestan contra un Rey de ópera y abrecartas mientras demuelen los fundamentos de la democracia: la igualdad de todos los ciudadanos, los derechos individuales, la separación de poderes, la ley que tiene que ser ley incluso para las mayorías o sus mesías… Yo, sinceramente, preferiría que no hubiera ningún rey, que yo siempre digo que deja como una ciudadanía con padrecito. Pero aún más prefiero que haya democracia. Y para ver por dónde peligra ahora no hay que mirar al baldaquino quizá excesivo, ni a los soldados con crin, ni al Rey en Rolls. Miren qué están haciendo con la democracia los que mandan ahora, los que mandan de verdad, no como los reyes acuñados en terciopelo.

Yo creo que al Congreso le colocan ese gran baldaquino rojo, que parece una póliza del tamaño del neoclásico de Madrid, precisamente para acentuar el perfil de sello que tiene que poner el Rey ahí debajo. Entre los leones de Ponzano, hechos de cañones alegóricos, lo que hace el Estado es poner su sello, que es otra alegoría, que es el Rey. El Rey es un sello vivo, una persona que sólo está ahí para ser estampada en los documentos y en las ceremonias, un destino bastante triste, por cierto.

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