Siempre han estado ahí, bajo una triste sombra. Ellos ya no alzan la voz, muchos no pueden. La mayor parte se limita a ver la vida pasar. En ocasiones, a recordar, -a quienes la salud se lo permite-, a sobrellevar dolencias y, los más afortunados, a esperar la visita del fin de semana de una hija, de un nieto. Si se les preguntara muchos dirían que deseaban seguir viviendo en su casa, incluso a hacerlo con intensidad. Ahora se deben conformar con un baile, unas cartas y algo de tele. En España 366.000 hombres y mujeres se encuentran en esta situación. Personas a las que rara vez prestamos atención. Su situación es a menudo fruto de una necesidad familiar, de una incapacidad por evitarlo o de un triste abandono.
Ha sido un virus el que nos ha hecho volver a mirar, a acordarnos de ellos. Las residencia o centros de personas mayores han sufrido como ningún otro colectivo el impacto de la epidemia. Hasta el momento el maldito coronavirus se ha cobrado 12.000 víctimas mortales en centros residenciales de nuestro país. Comunidades como Madrid, Castilla y León o Cataluña registran el peor balance. Ahora las autoridades se apresuran a prometer test masivos en residencias y centros de mayores para contener el contagio. Para muchos llegan demasiado tarde.
En la mayor parte de los casos los profesionales se han volcado de forma heroica en proteger a sus mayores. Lo han hecho con escasos recursos, con información confusa y bajo una presión antes jamás vivida. Los hay que incluso han optado por confinarse junto a los residentes en un generoso gesto de amor y solidaridad durante semanas. Probablemente han salvado muchas vidas. También hay quienes se enfrentan a la sombra de la sospecha, de la gestión descuidada y que se enfrentarán al control de la Justicia: la Fiscalía ha abierto ya investigaciones sobre 38 centros de mayores.
Son la minoría. En España existen actualmente más de 5.000 residencias. Según la estadística del CSIC –con datos de 2017- algo más de la mitad de las personas que residen en un centro de este tipo lo hace en complejos con más de 100 plazas. Un buen número de estos centros -alrededor de 1.200 residencias- tienen más de un centenar de residentes. Otro 14% lo hace en centros de entre 50 y 99 plazas, un 28% con menos 49 plazas y apenas un 5% del total tiene la posibilidad de vivir en centros con menos de 25 residentes.
Estos días hemos visto cómo muchas de las trabajadoras de las residencias eran religiosas o personal pertenecientes a complejos privados. Representan a la inmensa mayoría de la oferta de residencias en España, siete de cada diez lo son. La casi totalidad cuenta con algún tipo de concierto o subvención pública.
El 'baby boom'
La cuestión que deja el drama que esto días se vive es si una actuación más rápida, una mejor previsión de la pandemia o si incluso un modelo de cuidados a personas mayores más actualizado pudiera podido mitigar el impacto de la epidemia. Parece evidente que sí. Los expertos en pandemias aseguran que la del coronavirus no será la última epidemia a la que tengamos que hacer frente. Incluso ya nos previenen ante posibles rebrotes del Covid-19. El experto en gestión sanitaria y ex consejero de Sanidad del Gobierno vasco, Rafael Bengoa, asegura que el sistema sanitario y el sociosanitario deben actualizarse y prepararse para futuras epidemias “tendremos una cada tres o cuatro años”, aseguraba recientemente a El Independiente. Bengoa defiende la prevención y la monitorización de los pacientes de mayor riesgo, en particular los enfermos crónicos, como el modelo más eficiente para la sostenibilidad del sistema asistencial en su conjunto.
En España sólo el 5% de las residencias tiene menos de 25 plazas. Una de cada cuatro asiste a más de un centenar de residentes
En este modelo el seguimiento a distancia y continuado del colectivo de mayores juega un papel fundamental. Más aún en una sociedad envejecida como la española y en la que las generaciones del llamado ‘baby boom’, nacida a partir de los años 60 y hasta mediados de los 70, pronto se adentrará en los 65 años. Actualmente en nuestro país 8,7 millones de personas supera esa franja de edad y la mayor parte requiere de algún tipo de cuidado.
La ratio de plazas de residencia actual no es suficiente para abordar un incremento de demanda como el que se espera en apenas unos años. En España contamos con poco más de 4 plazas de residencia por cada 100 personas mayores de 65 años. En comunidades autónomas como Canarias esa oferta cae a 2,2 plazas o a 3 en Andalucía. Una situación muy diferente en comparación con regiones como Castilla y León, con 7,6 plazas, o Aragón, con 6,5.
El actual modelo basado en residencias se ha quedado obsoleto y es necesario actualizarlo. Ni la esperanza de vida es la que existía cuando se pensó en ellas, ni las demandas de ese colectivo son las mismas. Las personas mayores son cada vez menos ancianos y más hombres y mujeres dispuestos a planificar de modo más activo la etapa final de la vida. “Seguimos con soluciones del siglo pasado”, asegura Alfredo Alday, un experto en innovación digital y gestión de entornos de servicios sociales y salud. El impulsor de la empresa Alda2u subraya que el modelo que se debe trabajar y poner al día debería basarse en un concepto de “cuidados de larga duración”.
Hace décadas las residencias eran lugares en los que las familias ingresaban a sus mayores y en las que estos pasaban los últimos años de su vida: “Eran en muchos casos los últimos tres o cuatro años de su vida. Ahora el proceso de envejecimiento se prolonga entre diez y quince años y las personas quieren poder continuar desarrollando su proyecto vital”. Alday apunta que la crisis del coronavirus ha demostrado que el sistema actual de atención a personas mayores “está crujiendo” y ha dejado en evidencia las principales carencias que padece: “Las residencias cumplieron su objetivo en su momento, pero hoy los retos son distintos. Se debe actualizar el modelo de cuidados. Hay más avances científicos, tecnológicos y las personas somos más individualistas. Nuestra esperanza de vida se ha prolongado. Vivimos más y con más dependencias. Eso requiere más y nuevos recursos”.
Ni 'medicalizar' ni 'domotizar'
Una de las claves de la transformación que se debería afrontar es situar el eje de los cuidados no en las residencias, que en muchos casos “están masificadas”, sino en el hogar. Ocho de cada diez mayores desearía pasar sus últimos años en su propia vivienda y si no lo hace es por falta de recursos, de medios personales para su cuidado o por el nivel de dependencia en su salud. Ofrecer recursos para paliar esa necesidad sin tener que abandonar el domicilio es el reto que según Alday habría que afrontar de modo global, “si quieren vivir en sus casas debemos escucharles”.
El cambio no pasaría por “medicalizar” las residencias para asemejarlas más a un centro sanitario, “vienen a las residencias no por estar enfermas sino para seguir desarrollando su vida”. Tampoco convertir los domicilios en lugares ‘domotizados’ y repletos de sensores para el seguimiento de las personas mayores, “la tecnología puede aportar mucho pero no es la solución total”: “Se deben planificar servicios de apoyo a domicilio, profesionalizados y coordinando de modo correcto lo social y lo sanitario, entre los que aún hay fronteras. Hacen falta perfiles sociosanitarios más potentes”, señala.
La tecnología aporta mucho pero no es la solución total. Se deben reforzar los servicios de apoyo domiciliario"
La transformación de los hogares en lugares más amables y seguros para estas personas contribuiría a descargar el peso sobre las residencias y al mismo tiempo reforzaría la autonomía personal. En los países nórdicos la inversión en servicios asistenciales y de seguimiento es notablemente superior a la que se realiza en España. “Aquí aún los servicios que se ofertan en los domicilios siguen orientados fundamentalmente a la atención de situaciones de emergencia. Deberían ser prestaciones que fomenten la proactividad y la prevención”. Este experto aboga por una “tecnologización pausada” en las políticas de atención a mayores acompañada de una adecuada formación tecnológica del personal.
Alday destaca la transformación que ha supuesto la generalización de la incorporación de la mujer al mercado laboral en las últimas décadas. Recuerda que tradicionalmente han sido ellas las que han desempeñado una mayor labor de cuidados de los mayores en los entornos familiares y que ahora se ha reducido. Mujeres que no sólo se vuelcan más en la atención, sino que son las que en mayor medida requerirán el soporte de las redes asistenciales: “Estamos viendo que es a mujeres fundamentalmente a la que está golpeando esta crisis. Habitualmente son ellas las que cuidan al hombre y cuando este muere muchas veces se quedan solas y no tienen quien les cuide a ellas”.
Modelo biomédico o personal
El profesor de la Universidad del País Vasco y especialista en enfermería geriátrica, Jonathan Caro, asegura que esta crisis del Covid-19 ha demostrado que es necesario “acercar las residencias a la sociedad, hacerlas una parte valiosa de la vida de los pueblos”. En un reciente artículo señala que sólo así se logrará aumentar el conocimiento sobre la realidad de este tipo de centros y se podrá fortalecer la confianza en ellos y sus profesionales: “Abramos el debate del modelo residencial ideal basado en la atención centrada en la persona, en el modelo biomédico o en un híbrido de ambos”.
En su opinión, el tratamiento que sobre la situación de las residencias se ha hecho durante esta crisis ha caído en ocasiones en el “sensacionalismo” cuestionando la labor que se hace en estos centros. Apela a cubrir el “desconocimiento” que sobre esta realidad pervive para que el efecto dañino de este mensaje puede alejar “a las personas necesitadas de cuidados”.
Hay que preservar el proyecto vital de las personas, sus deseos y objetivos incluso asumiendo riesgos"
Al igual que Alday, Caro defiende la necesidad de actualizar el modelo de residencias para que permitan “preservar la continuidad del proyecto vital” de las personas mayores garantizando el mantenimiento de “sus deseos y objetivos, incluso asumiendo riesgos para lograrlos”. “Se va imponiendo un modelo más cercano a las viviendas comunitarias que a un modelo biomédico y hospitalario”.
En su opinión, en gran medida el impacto de la epidemia en las residencias en fruto de dos desconocimientos: el que recae sobre el Covid-19 y el que persiste sobre las residencias. “Cuando se combinan comienzan las conjeturas, suposiciones y las noticias sensacionalistas”, denuncia. Considera que en la sociedad actual aún es mayoritaria la cultura que asume el ingreso en una residencia “como abandono o como fracaso”. Una presión social que fuerza a retrasar el ingreso de personas mayores y que finalmente se asume como inevitable cuando su cuidado en el hogar se complica. Para entonces, las condiciones son de “dependencia, fragilidad y vulnerabilidad muy altas, tanto desde el punto de vista físico como psíquico y social”. Por ello, concluye Caro, el perfil mayoritario en este tipo de centros sigue siendo el de residentes de edad avanzada, alto grado de dependencia y con problemas mentales o sociales.
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