Esta semana se cumplen cien días desde que se formó el Gobierno de coalición y Pedro Sánchez atraviesa su peor momento desde que asumió la presidencia tras la moción de censura que derribó a Mariano Rajoy el último día del mes de mayo de 2018.
El desgaste por la pésima gestión de la crisis del coronavirus; las duras críticas de la oposición, que le están haciendo ganar terreno al PP en las encuestas; las continuas peleas internas con sus socios de gobierno, y, en los últimos días, la amenaza de ERC y PNV de no respaldar más decretos de prórroga del estado de alarma, están minando la confianza del presidente.
Sánchez sigue rodeado de un círculo íntimo con el que comparte sus decisiones, vive en una especie de burbuja, y está convencido de que el tiempo corre a su favor. Sin embargo, aplanar la curva del virus, reducir el número de fallecidos o alcanzar la meta de la "nueva normalidad" no tendrá los efectos del bálsamo de Fierabrás. Después vendrán la caída del consumo, los cierres de empresas, el paro... Un panorama cuya responsabilidad pocos partidos querrán compartir.
Los casi cuatro meses transcurridos desde que se conformó la coalición PSOE/UP no han servido para disipar los recelos iniciales entre ambas formaciones. Al contrario, el clima de desconfianza mutua se ha agudizado, sobre todo tras la crisis del coronavirus.
La idea de plantear la cuestión de confianza la expresó Ábalos en la reunión telemática de la Ejecutiva celebrada hace dos semanas
Las disputas, algunas de ellas dirimidas en público, como por ejemplo la decisión sobre la puesta en marcha del ingreso mínimo vital, las condiciones en las que se podía sacar a los niños a pasear, etc. han sido constantes y han enrarecido el ambiente hasta extremos inconcebibles.
"En los consejos de ministros", señala una fuente, "ya no se habla con libertad porque ya ha habido filtraciones de los debates que se producen a algunos medios que siempre han tenido el mismo origen". Dice apuntando a Pablo Iglesias o a su entorno.
El presidente ha tratado de aislar a los ministros de Unidas Podemos, reduciendo la gestión de la crisis a un grupo de fieles: Carmen Calvo, José Luis Ábalos, Santos Cerdán, Miguel Ángel Oliver y, por supuesto, Iván Redondo, que ha mantenido intacto su poder.
Las presiones del vicepresidente segundo llevaron al presidente a ampliar ese comité director, a crear una especie de ejecutiva del Gobierno, incluyendo a Salvador Illa, María Jesús Montero -por el PSOE- y a Iglesias, Irene Montero y Pablo Echenique, por parte de Podemos.
Pero eso no sirvió de mucho. "Iglesias siempre quiere protagonismo e incluso busca conscientemente la discordia porque cree que si no se diferencia del PSOE su partido pierde visibilidad", añade un alto cargo socialista.
Ese órgano quedó en suspenso tras el decreto del estado de alarma. Sánchez circunscribió las decisiones clave a un grupo conformado por Illa, Margarita Robles, Grande Marlaska y el todopoderoso Ábalos. El comité de crisis del coronavirus.
Los constantes pulsos se solucionan siempre cediendo. Esa es la imagen que tiene la dirección socialista sobre lo que está ocurriendo en el Gobierno.
Iglesias habla directamente con Sánchez, se lamenta, se queja y, después, logra lo que quiere. El lunes se reanudan los llamados maitines de Moncloa integrados por el núcleo duro de Sánchez y, por parte de UP, además de Iglesias, Montero, Echenique y Yolanda Díaz.
El entusiasmo del presidente con la recuperación de esas reuniones es perfectamente descriptible.
El malestar con la situación de aislamiento, de desgaste, se hizo visible en la reunión telemática que mantuvo hace un par de semanas la permanente de la Comisión Ejecutiva del PSOE, en la que no participó Sánchez, que a esa hora hablaba por teléfono con Pablo Casado (¡qué casualidad!). La mayoría de sus miembros se quejó de las continuas salidas de tono de los líderes de Podemos. Y de la falta de protagonismo político y mediático del PSOE.
El desgaste de Sánchez, a los cien días de Gobierno, es evidente. Narciso Michavila da al PP por encima del PSOE a nivel nacional
La llamada del presidente a resucitar los Pactos de la Moncloa ha devenido en fracaso. Pablo Casado, aunque ha aprobado hasta ahora las prórrogas de los estados de alarma, se muestra cada vez más remiso a hacerlo y más duro con el Gobierno. La táctica, consistente en una mezcla de crítica despiadada, pero, al mismo tiempo, apoyo en el Congreso, le está dando al PP resultados evidentes. Narciso Michavila (presidente de GAD-3), uno de los expertos más reputados del mundo demoscópico, me confiesa: "Según los datos que manejamos, en estos momentos el PP ya está ligeramente por encima del PSOE a nivel nacional".
De Vox ni hablamos. Pero ya no es sólo la derecha la que golpea a Sánchez, sino que también los socios de la moción de censura se muestras cada vez más críticos: el PNV, ERC, etc.
Es verdad que en el caso de los nacionalistas existen, además de discrepancias sobre la gestión de la pandemia, intereses electorales a corto y medio plazo. Pero, la cuestión es que la imagen de Sánchez está sufriendo un fuerte deterioro y, con el paso de los días, va siendo percibido por los ciudadanos como un presidente aislado.
En el PSOE son conscientes de que una posible alternativa sería un pacto con el PP, pero eso ahora es imposible porque esa alternativa no se dará nunca con Iglesias en el Gobierno.
"Para bien o para mal estamos atados a ellos: repetimos las elecciones para no depender de Podemos y luego nos los hemos tenido que tragar. Romper ahora no es una opción", dice un dirigente socialista.
Fue el secretario de Organización el que planteó un nuevo escenario para romper esa sensación de aislamiento. Ábalos dijo en la última reunión de la permanente de la Comisión Ejecutiva del PSOE que había que plantearse muy en serio la posibilidad de una cuestión de confianza. Lo que serviría para poner a los socios del gobierno entre la espada y la pared. Sería una forma de reafirmar que la mayoría parlamentaria que sustenta al Gobierno sigue siendo sólida.
La cuestión de confianza, según recoge el artículo 112 de la Constitución, es una prerrogativa del presidente del Gobierno, tras deliberación del Consejo de Ministros. La opinión del Consejo no es vinculante, lo cual permitiría a Sánchez presentar la cuestión de confianza incluso sin la aquiescencia de Podemos.
La cuestión de confianza es una herramienta para reforzar al Gobierno y estaría justificada ante una situación como esta, imprevista y grave. A Sánchez le bastaría tener los votos de la moción de censura, ya que la confianza se gana por mayoría simple.
Si pierde, el presidente estaría forzado a dimitir (artículo 114 de la Constitución) y sería necesario nombrar un presidente en funciones.
Ese es realmente el plan B que Sánchez tiene en mente y se que negó a revelar en su comparecencia televisada del pasado sábado. Si el PP no vota la prórroga del estado de alarma y los nacionalistas remolonean, el presidente tiene en su mano un arma letal, una herramienta constitucional que ya utilizaron Adolfo Suárez (1980) y Felipe González (1990). Ambos ganaron.
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