Sostenía Annemarie Schwarzenbach (1908-1942) que en el viaje "las cosas se hacen como si fuera la última vez". La escritora suiza Schwarzenbach, una de las grandes viajeras del siglo XX, decía que "nuestra vida es semejante a un viaje... y más que una aventura o una excursión a regiones insospechadas, parece una imagen concentrada de nuestra existencia". Estas sensaciones las estamos experimentando ahora sin movernos de nuestra casa, donde muchos estamos recluidos debido a un tipo de coronavirus, que procede del Lejano Oriente.
Cuando el viajero era una especie en extinción, frente al crecimiento masivo del turista, todo ha dado un giro de 180 grados y ha sucedido lo inimaginable. De repente, el mundo se ha parado y se han restringido los movimientos al máximo.
Hasta resulta excepcional trasladarse dentro de la misma provincia. Salir al balcón es ahora una experiencia en el exterior, que nos pone en contacto, a distancia, con los otros y con el paisaje. La casa es un destino que estamos redescubriendo.
De hecho, la palabra confinamiento, como explicaba Mario Vargas Llosa en un artículo en El País, la usamos de forma inapropiada. Nos confinan en un lugar diferente al que habitamos. De alguna manera, nuestras casas se han transformado en este periodo de reclusión en oasis en los que nos hemos protegido del virus al acecho.
Países europeos con alta dependencia del turismo como España, Portugal, Grecia, Italia o Croacia se ven obligados a reinventarse. El verano se acerca y para muchos resulta difícil imaginar una playa sin bañistas. Pero nadie habría imaginado a principios de 2020 que ibamos a renunciar a los abrazos, a los besos y hasta a dar el último adiós a un ser querido.
Sería bueno empezar a pensar desde cero. No habrá nueva normalidad, porque esta situación es excepcional, y hasta que haya una vacuna que frene el avance de la enfermedad llamada Covid-19 nada será como antes. Los viajes tampoco. El turismo ha de reinventarse. Nosotros también.
Turismo limpio y saludable
El turismo, tal y como lo conocíamos en España, Portugal, Grecia o Italia dejó de existir el 11 de marzo, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que sufríamos una pandemia por coronavirus.
Portugal acaba de pasar de estado de emergencia a estado de calamidad. Olvídense de la nueva normalidad. Nuestros vecinos afrontan la realidad tal cual es: saben que lo que ha ocurrido es un infortunio y así lo reconocen.
En el país vecino, donde el turismo supone un 14% del PIB, y creciendo hasta la pandemia, se prevé que la facturación de las empresas turísticas caiga a la mitad con respecto a 2020, según dijo la secretaria de Turismo, Rita Marques, esta semana. Marques animó a los portugueses a conocer más a fondo el país.
En el Algarve, la costa del sur del país, confían en los nacionales para sobrevivir. En muchas localidades meridionales la economía depende hasta en un 90% del turismo. Los hoteles abrirán, si no hay contratiempos, a mitad de junio.
Hasta ahora Portugal ha sido un país ejemplar en la lucha contra el coronavirus. Alertados por lo que veían en otros países europeos, aplicaron medidas pronto y la clase política reaccionó con madurez. El primer ministro, António Costa, socialista, ha contado con el apoyo del principal partido de la oposición, conservador.
Nunca se cerró tanto como España y ya ha comenzado la desescalada. Pero van con cuidado por que el número de camas de cuidados intensivos es de los más bajos de la Unión Europa (cinco por 100.000 habitantes).
Portugal ha lanzado una iniciativa que bien podría adoptarse en toda la Unión Europea. Ha creado el sello Clean & Safe. Se trata de un reconocimiento válido por un año, gratuito y opcional, que exige la implantación de un protocolo interno que asegura la higiene necesaria para evitar riesgos de contagio, y garantiza los procedimientos más seguros para el funcionamiento de actividades turísticas.
Con esta medida, la autoridad nacional pretende un doble objetivo: por un lado, transmitir a las empresas la necesidad de cumplir las normas de higiene, y a la vez promocionar Portugal como destino seguro. Tendría validez de un año y sería gratuito y opcional.
Vacaciones diferentes
El ministro italiano de Cultura, Dario Franceschini, ha reconocido que la temporada próxima será excepcional. Los italianos tendrán unas "vacaciones diferentes", según Italpress. Ir a la playa será toda una experiencia, con las mascarillas, el gel, los guantes, pero de alguna manera veremos el mar. Así lo cree Franeschini.
A la entrada de las playas en Italia se tomará la temperatura con un escáner. Quienes tengan más de 37,5 no podrán acceder. Habrá de llevar una certificación, realizada a título personal, que señale que no está sujeto a cuarentena ni padece coronavirus.
Habrá mascarillas, desinfectantes y guantes. Y el gobierno estudia establecer una separación entre bañistas de unos diez metros con mamparas de pleglás, incluso. El número de hamacas, muy habituales en las playas en Italia, se va a reducir a la mitad. Podrán realizarse aquellas actividades que requieran distanciamiento, como el voley-playa, o bien las palas.
Grecia, otro país ejemplar en esta lucha contra el coronavirus, también va a sufrir los efectos económicos de la pérdida de turistas. El primer ministro, Kiriakos Mitsotakis, coincide con el ministro italiano en que este verano no tendrá nada que ver con otros que tenemos en nuestra memoria.
Confirmó esta semana que las actividades turísticas empezarán el 1 de junio. Sin embargo, tardará tiempo en reactivarse el sector aunque sea parcialmente.
El gobierno griego confía en el empuje del turismo por carretera. Así lo ha dicho el titular de Turismo, Jaris Theodorakis, que confía en que pronto se reabran las fronteras. Será una vuelta al turismo de los 90, en coche, a otra velocidad.
Croacia, precaución sin prohibiciones
No habrá prohibiciones en Croacia a la hora de ir a la playa. El director del Instituto de Sanidad Pública, Krusnoslav Capak, ha anunciado que confían en la responsabilidad de los bañistas.
El propio Capak, decía en la radio pública, que él iría al mar en verano. Advierte que habrá que mantener la distancia entre los que acudan a las playas. Es el primer país que ha anunciado la apertura de sus playas sin restricciones este verano.
Croacia aplica con respecto a las playas una filosofía parecida a la sueca. Dejar al ciudadano que asuma sus responsabilidades, una vez que recibe toda la información sobre lo que sucede.
El país balcánico aboga por un protocolo único europeo para facilitar los viajes entre países. Hasta el 18 de mayo mantiene el cierre de fronteras.
Conexión de 'zonas verdes' europeas
Hay propuestas ingeniosas que merecerían estudiarse en las instituciones europeas y los Estados miembros de la UE. Dos profesores, de matemáticas y Economía, han elaborado un informe para Esade en el que abogan por establecer conexiones entre las zonas verdes (virus bajo control) de diferentes países europeos a través de una red de regiones, certificada por las instituciones comunitarias.
Los autores de este PolicyInsight de Esade son Miquel Oliu-Barton, profesor de matemáticas de la Universidad Paris-Dauphine, y Bary Pradelski, profesor de Economía en el CNRS. Se basan en la premisa de que muchos estados miembros de la UE han iniciado la desescalada por regiones.
Según los autores, "bien articulada y con las suficientes garantías, esta propuesta podría salvar la temporada turística de verano en el sur de Europa, mitigando así los enormes costes económicos que el cierre al turismo internacional podría ocasionar para estos países". Es decir, se trataría de promover el turismo dentro de la UE, especialmente entre la zonas que logren cumplir con unos protocolos mínimos.
A su vez, este proyecto ayudaría a fortalecer la conciencia europea. El viajero tendría la percepción de moverse por un itinerario "limpio y seguro" dentro de Europa.
El inconveniente de esta iniciativa está en qué pasaría con las zonas rojas. Y en cómo al estar en juego la posibilidad de recibir turistas europeos habría enormes presiones para lograr el distintivo verde. Habría que buscar alternativas para los que no pudieran ir tan rápido.
El viaje no ha muerto con el virus
Hasta que no haya vacuna del coronavirus, nuestros viajes serán diferentes. Ahora es la enfermedad la que nos impone límites. Hasta ahora muchas veces los destinos los decidían las líneas de bajo coste, que están abocadas a la desaparición, al menos durante esta transición.
La escritora y viajera Patricia Almarcegui recuerda cómo fueron países como Irak o Rusia de los primeros en imponer restricciones a la entrada de españoles. "Habrá que ver qué países dejan entrar porque eso ya es una limitación", señala.
"Lo que realmente es el viaje es un cambio de tiempo. Los viajes serán más cercanos. A provincias o destinos europeos. Es el mensaje que nos llega desde arriba. El viajero no tendrá más remedio que hacerlo así", apunta la autora de Los mitos del viaje.
Otro cambio sustancial es el hecho de que los viajes serán acordes con el cuidado del medio ambiente. Han de serlo, después de la experiencia vivida. Habría que pensar en lo que se contamina al movernos, las consecuencias de nuestro consumo en el destino, en suma, en la estela que deja nuestro viaje.
Según Almarcegui, hasta que haya vacuna "vamos a soñar más con el destino que queremos visitar. Será nuestro destino de los sueños. Hablamos de los que pueden viajar. La gente está pensando más en el destino de los sueños".
De lo que está convencida la escritora, autora de Escuchar Irán, es de que seguiremos viajando. "El viaje no muere con el coronavirus. Hay que estar pendientes de todas las circunstancias. Iremos de menos a más. Percibiremos los nuevos destinos de otra manera, con mayor alegría. Cambiaremos la mirada porque nos hemos salvado. Seremos supervivientes. Qué gozada volver al pueblo, bañarnos en el mar, en el río, o montar en bicicleta. Serán nuevos viajes. Viviremos la vida de otra manera. Como si fuera un viaje. Porque la vida es el viaje".
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