A Elena la tristeza le brota en los ojos. Nunca lo había hecho con tanta intensidad. El brillo se apagó en ellos hace hoy cien días. Lo hizo casi al mismo tiempo que el alma y el corazón se le rompían. Así siguen. Ni siquiera la mente ha logrado sobreponerse. No comprende cómo pudo ocurrir, cómo la vida se le oscureció la tarde del 6 de febrero en la ladera de Zaldibar. Tampoco su hija mayor ha asimilado que el ‘puzzle perfecto’ con el que gustaba describir a su familia, una piña en torno a sus padres y sus dos hermanos, acababa de diluirse. Una de sus piezas angulares, la de su padre, se acababa de perder para siempre.
A su padre, Joaquín Beltrán, hace tiempo que le buscan entre toneladas de escombros y basura. También a su compañero de faena, Alberto Sololuze. Las palas excavadoras y los camiones no han dejado de retirar tierra. La ladera se les vino encima con el tiempo justo para que Joaquín alertara del peligro. Salvar a su hijo de quedar sepultado fue su último regalo a los suyos antes de que la tierra lo engullera.
Desde esa tarde negra el tiempo ha pasado silencioso, doloroso. Lo inquietante es que amenaza con acumular más días sin novedad. Elena hace tiempo que dejó de leer, de escuchar y de hablar de ello. Es su cuñado Francisco Javier, ‘Txisko’, el que acude casi a diario al vertedero, a lo que queda de él. Lo conoce bien. La empresa familiar, Excavaciones Beltrán, trabajaba desde hacía años subcontratada por el vertedero. Cada mañana se traslada a Zaldibar con la esperanza de escuchar que los cuerpos de su hermano y de Alberto han sido localizados. Por el momento, nada, sólo cifras de toneladas cribadas: 105.000 m3 hasta el pasado día 8.
Marta, su cuñada, tampoco lo está pasando bien. Conocía a Joaquín desde niña, vivió de cerca la relación de su hermana con Joaquín, al que consideraba un hermano. Aquel joven trabajador y responsable del que se enamoró su hermana. Joaquín, como primogénito, tuvo que hacer las veces de padre con sus siete hermanos. Todos ellos sufrieron, como ahora sus hijos, el golpe de una pérdida prematura de su padre, un hombre que atraído por la floreciente industria vasca un día decidió abandonar su Málaga natal para asentarse y criar a su familia en la Euskadi industrial.
"Es denigrante"
Estos días los recuerdos fluyen con intensidad. No hacen sino subrayar el valor de la pérdida. Marta no soporta ver a Elena y a sus sobrinos hundidos, con la vida paralizada: “Es muy duro, denigrante diría, para una mujer y unos hijos tener enterrado en un vertedero a la persona que más aman”. Nadie les da plazos, sólo estimaciones someras de lo que aún pueden tardar en encontrar los cuerpos, “nos dicen que dos o tres meses por lo menos”: “Anímicamente es devastador, hasta que no cerremos ese capítulo es difícil plantear los siguientes, iniciar el duelo y asumir su pérdida”.
Al menos esta semana, algo ha cambiado. La noticia esperanzadora para conocer qué ocurrió, por qué y por responsabilidad de quién, ha llegado desde Bruselas. La Comisión Europea se ha comprometido a investigar los indicios de “graves incumplimientos” que considera que se dan en este caso que abrió una crisis profunda en el Gobierno de Iñigo Urkullu. “Por fin nos sentimos comprendidos. Si la Comisión ha decidido intervenir, esperemos que el Gobierno vasco no ponga dificultades y asuma lo que tenga que asumir y facilite las cosas”.
Por el momento, en el Ejecutivo de Urkullu y en su departamento de Medio Ambiente -en manos del PSE- niegan cualquier responsabilidad. La culpa es de la empresa, de la propietaria del vertedero, insisten. Más aún, aseguran que todas las labores que llevan a cabo desde hace más de tres meses para retirar la tierra que invadió la autopista, para estabilizar la ladera después y ahora para encontrar a Joaquín y Alberto, las realizan de manera “solidaria”. La factura -por el momento 9 millones de euros- se la pasarán a Verter Recycling.
La familia Beltrán aún no se ha recuperado del segundo mazazo, el institucional. Lo recibió el 13 de marzo durante una reunión con el lehendakari Urkullu. Marta lo recuerda bien, aún subraya el tono contundente con el que insistió en que la Administración no tenía responsabilidad por lo ocurrido pero sí la empresa de excavaciones que empleaba a la familia: “Le pregunté si realmente creía que la Administración no tenía responsabilidad. Me dijo claramente que no y llegó a decirme que en cambio sí recaía en Verter y en la empresa de mi cuñado”.
Disculpa pública
Han pasado 100 días y el dolor por aquella acusación sigue muy vivo. Elena, la viuda de Joaquín, se negó a que la familia asistiera a un nuevo encuentro propuesto por el Gobierno. Antes exige una disculpa pública del lehendakari por haber insinuado que la familia de su marido también era responsable del accidente: “Mi hermana cree que no se ha visto correspondida ni protegida por el Gobierno vasco. Aún recuerdo cómo cuando le conté lo ocurrido, los ojos se le llenaron de lágrimas de rabia e incomprensión”.
El colapso del vertedero de la empresa Verter Recycling llegó sólo días antes de que el lehendakari anunciara el adelanto electoral. La tragedia que sepultó a Joaquín y Alberto amenazó con abrir una fractura en el Ejecutivo y en la imagen de Urkullu y el PNV por la gestión del siniestro. El evidente nerviosismo que durante semanas se instaló en el Gobierno forzó una disculpa del propio lehendakari durante su comparecencia ante el Parlamento Vasco. Al lehendakari la acusación que más le dolió fue la de falta de empatía con las familias por la demora en acercarse a ellas y acudir al lugar. En la Cámara vasca pidió perdón por los posibles errores cometidos.
Sólo la llegada del coronavirus rebajó el foco sobre la crisis de Zaldibar que amenazaba con desgastar como ninguna otra la credibilidad del Ejecutivo a puertas de unos comicios. A la cuestionada gestión se sumó sólo días después la referida a los incendios y emisión de furanos y dioxinas peligrosas en el entorno del vertedero y que forzaron el que sería el primer ‘confinamiento’ doméstico en la zona previa al Covid-19.
Un día muy triste
La irrupción del virus apagó el eco de lo sucedido y lo sustituyó por el generado por la epidemia. Con ello, los medios dedicados al rescate de Joaquín y Alberto se redujeron. El riesgo de que el Estado de Alarma pudiera incluso obligar a paralizar los trabajos quedó despejado al incluirse el rescate de personas como servicio esencial. Ahora se construye una celda donde depositar algunos de los restos peligrosos que se están retirando y que se antoja esencial para avanzar más rápido en las labores de búsqueda. El compromiso del Gobierno vasco es no parar hasta encontrarles, cueste lo que cueste.
Entretanto, la vía judicial, los expedientes sancionadores, la revisión de documentación, permisos e informes intenta reconstruir la historia de este vertedero cuya actividad intensificó de modo importante la empresa. Los datos aportados por el consejero de Medio Ambiente, Iñaki Arriola, que ha negado siempre que se produjeran irregularidades achacables a la Administración, revelan que en 11 años casi agotó la vida útil de 35 para los que estaba autorizada. Lo hizo a razón de más de 500.000 toneladas de residuos, muchos de ellos peligrosos, almacenados en la ladera maldita de Zaldibar.
A Elena y sus hijos ya nadie les devolverá a Joaquín. Su hijo pequeño cumplió los 18 el pasado 27 de abril casi en silencio, “fue un día muy triste”, asegura su tía Marta. El apoyo de los vecinos de Zalla, donde residen, ayuda y reconforta, pero no es suficiente. Hoy los vecinos están convocados a una concentración en Zaldibar para que no se cese en la búsqueda y en la asunción de responsabilidades. Recuperar a su padre, llorar a su marido, para despedirse e iniciar el duelo será el único consuelo que permita cerrar la herida poco a poco. Quizá entonces, los ojos de Elena recuperen parte del brillo que perdieron… hace 100 días.
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