En la prisión hacía años que se había impuesto la disciplina, la obediencia ciega y fiel. La dirección de la banda la practicó siempre. La cárcel era otro frente de lucha que había que controlar junto al militar y el político, no en vano, en ella convivían durante años más militantes que fuera de sus muros. Pero en las filas de una organización terrorista la disidencia se paga caro. Hubo quien lo hizo con su vida. A Dolores González Catarain, ‘Yoyes’, ETA le sentenció con dos tiros el 10 de septiembre de 1986 por querer rehacer su vida. Quienes optaron por ignorar a la cúpula e iniciar su reinserción desde la celda a través de la ‘Vía Nanclares’ obtuvieron el desprecio y el olvido. Para Idoia López Riaño, ‘La Tigresa’ o José Luis Urrusolo Sistiaga no hubo ‘Ongi etorri’ ni pancartas ni bengalas.
Pero Francisco Ruiz Romero, ‘Patxi’, el preso de ETA al que estos días secundan numerosos jóvenes en organizadas concentraciones en municipios de Euskadi y Navarra, la discrepancia tuvo otro precio: la expulsión de la organización. Él se había propuesto plantar cara a la dirección de la banda. En septiembre de 2017 el propio Ruiz comunicó la decisión adoptada por la cúpula. Había rebasado tres líneas rojas imperdonables: criticar públicamente a la izquierda abertzale, alimentar y apoyar intentos de escisión y vulnerar la disciplina interna.
Para entonces, hacia muchos meses que el colectivo de presos de ETA tenía abierto un proceso interno para decidir cuál debía ser su futuro penitenciario. A la banda le restaban sólo unos meses para anunciar su disolución oficial -4 de mayo de 2018- y el debate interno en el colectivo para promover un cambio histórico y abrir la vía individualizada para acogerse a beneficios penitenciarios, se imponía.
Para Ruiz, aquello significó una claudicación de Otegi y su gente, una renuncia al final que creía merecido para los presos que habían luchado. Renegar de la batalla por la amnistía, por la salida en libertad de los cientos de presos –aún más de 200 cumplen condena en prisión- con la bendición de la izquierda abertzale suponía “liquidar” el movimiento, despreciar tantos años de “lucha” y cuestionar principios históricos de ETA. Lo afirmó sin tapujos en varias misivas públicas escritas desde la cárcel, desde la celda en la que cumple la condena de 30 años que le impuso la Justicia por el asesinato de Tomas Caballero, el conejal de UPN del Ayuntamiento de Pamplona.
Ruiz Romero conoce bien la capital navarra. En uno de sus barrios más populares, La Txantrea, y en otros similares como Burlada, no fue el único que cruzó la línea roja para entrar en ETA. La madrugada del 21 de febrero de 2002 su carrera en la organización terrorista terminó. El entonces ministro del Interior, Mariano Rajoy, anunció con profusión la importancia de la operación en la que seis presuntos miembros de la banda terrorista acababan de ser arrestados en dos pisos de la capital navarra. El comando ‘Ekaitza’ (Tormenta), había sido desmantelado. A él se vinculó no sólo el asesinato de Caballero, el 6 de mayo de 1988, sino los atentados contra el subteniente del Ejército de Tierra, Francisco Casanova, y los atentados fallidos contra el subteniente, José Díaz Pareja –falló la bomba lapa- y el concejal de UPN, Evelio Gil.
Nuevo referente de ATA
A sus 46 años, Patxi Ruiz acumula una larga trayectoria en las filas y entorno de ETA. En su historial aparecer arrestos en 1991, en San Sebastián, o en 1996, en Pamplona, por actos de ‘kale borroka’ cuando era apenas un adolescente. Después llegaría su integración en ETA y el comando ‘Ekaitza’. Ahora, tras 18 años en prisión, se ha convertido en el nuevo referente del sector crítico de ETA, el que no está de acuerdo con el modo en el que se desmanteló la organización y se certificó su final.
Agrupados bajo el movimiento Amnistía Ta Askatasuna (ATA), lo que empezó siendo un reducto del sector más ortodoxo de ETA y la izquierda abertzale, ha logrado estos días copar la atención de partidos y medios e intensificar el foco de los servicios policiales activo desde hace años. No es una corriente nueva. Lo que comenzó de modo muy discreto hace algo más de un lustro ha ido tomando fuerza en los últimos años. Aún hoy es un sector minoritario, pero cada vez menos. Además de su presencia en distintas organizaciones juveniles y sociales, cada es mayor su presencia en pueblos y localidades vascas y navarras.
El primer impulso lo dio un histórico miembro de ETA, Iñaki Bilbao, alias ‘Txikito’, (Lezama, Vizcaya, 1956), el referente de los ‘duros’ de ETA y condenado por el asesinato de Juan Priede, concejal del PSE. También a él, como a Patxi, ETA le expulsó de sus filas por criticar el modo en el que se ejecutó el final. También él, como Patxi, movilizó a los suyos a través de una huelga de hambre en prisión. Ocurrió en junio de 2017 y la abandonó al cumplir un mes sin ingerir alimentos. Los entonces pocos simpatizantes de ATA salieron a manifestarse en su apoyo.
Ahora, tres años más tarde, lo hacen por Ruiz. Mejor organizados y con más simpatizantes. Lo ha hecho a través de una campaña perfectamente coordinada y que ha tenido su huelga de hambre y sed, iniciada el pasado día 11, como detonante para la presentación a gran escala de ATA recurriendo a concentraciones, pintadas y ataques a sedes de partidos.
Antes de renunciar a ingerir alimentos, Ruiz comenzó a movilizarse en su módulo, el número 10 de la cárcel de Murcia II. Lo hizo con la crisis del Covid-19 como argumento para reclamar la liberación de los presos enfermos y de aquellos que tienen cumplida la mayor parte de su condena. En sus concentraciones en la prisión, a comienzos de mayo, no tardó en lograr adhesiones de otros muchos reclusos atraídos por sus otras reivindicaciones: material de protección contra el Covid-19 para los presos, derecho a recibir visitas –ahora suspendidas- o autorizar la asistencia a entierros y velatorios de familiares. La dirección de la cárcel no tardó en situarle como instigador de un movimiento interno que amenazaba con tensionarse y procedió a su traslado de módulo, al número 8.
Crítico con Otegi
Antes había llamado la atención autolesionándose y ahora lo hace negándose a ingerir alimentos y bebidas. En ATA aseguran que ha perdido más de 14 kilos de peso, que se ha negado a aceptar una vía de suero, que ha perdido vista y tiene dolores y que su vida corre peligro. Culpan de ello a la dirección del centro penitenciario y al equipo médico, a los que responsabilizan, como a la política de dispersión, de lo que pueda sucederle.
Por el momento, ha logrado que su rostro aparezca en multitud de rincones de Euskadi y Navarra y que su nombre figure en las pintadas que desde hace casi dos semanas agreden a sedes de partidos. El acoso se ha centrado en el PNV, con doce sedes o ‘batzokis’ atacados. También el PSE ha visto cómo varias de sus Casas del Pueblo amanecían con pintadas. Hasta Elkarrekin Podemos ha sufrido el impacto de la campaña iniciada desde prisión por Ruiz y ATA. El hecho más grave ocurrió la noche del pasado martes, cuando el portal de la casa de la secretaria general del PSE, Idoia Mendia, apareció con pintura roja y pasquines acusando a su formación de “asesina”.
Horas antes, ATA había acusado de “tibia” a la izquierda abertzale de Otegi. Le reprochaba que priorizara sus intereses electorales a la defensa de la vida de “un preso político”. Bildu emitió poco después un comunicado comprometiéndose a visitar a Ruiz en la cárcel e interesarse por su situación. Sortu también emitió un escrito a medio camino entre el apoyo a Patxi Ruiz y la petición de “responsabilidad” a sus simpatizantes para no malograr el nuevo tiempo alejado de la violencia. Ninguno de los dos gustó a ATA; a Sortu le acusó de pretender “tapar sus miserias” con su posición y a Bildu de ignorar a Ruiz. Recuerdan que el preso de ETA defiende la necesidad de una “confrontación con el enemigo” al que los de Otegi habrían renunciado. Más aún, acusan directamente a Sortu y Bildu de “intentar parar” y poner obstáculos a la “presión social” en favor de Ruiz.
En ATA insisten en reivindicar la amnistía y renegar de la salida por vías “individuales” que se impulsó desde Bildu y el EPPK –el colectivo mayoritario de presos de ETA, del que Ruiz fue expulsado-, y que en su opinión rompía “la unidad entre los presos” y los dejaba indefensos ante los “abusos de la cárcel”. Los reproches no van sólo contra la izquierda abertzale, también contra la mayoría de presos de ETA que respaldaron el cambio y final de la banda. “Mientras se muere, el resto de presos priorizan la progresión de grados. Nos resulta incomprensible”. El comunicado concluye llamando a la movilización y acusando a Bildu y Sortu de actuar con criterios meramente “estéticos y electoralistas” para asentarse en unas instituciones “burguesas” en las que se debería participar pero sólo “para romperlas desde dentro”.
Entretanto, la izquierda abertzale oficial intenta navegar en un mar revuelto e incómodo. Sus líderes saben que en pleno proceso electoral cualquier paso en una u otra dirección puede tener un coste. Por ahora, evitan la condena explícita de los ataques y conjugan el desmarque de las agresiones con el anuncio de una visita a prisión de quien es hoy un referente del sector más crítico con la ‘renovada’ izquierda nacionalista de Otegi.
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