Es una expresión que estos días repite con insistencia el PNV; ‘Kalean uso, etxean otso’, ‘Paloma en la calle, lobo en casa’. La ‘calle’ es Madrid, las Cortes y la ‘casa’, el Parlamento Vasco, el Gobierno de Iñigo Urkullu. Se la dedica a EH Bildu para subrayar las dos caras que muestra; dialogante y abierto al acuerdo con Pedro Sánchez y combativo y crítico con el lehendakari y el PNV. El último episodio con la izquierda abertzale como protagonista no sólo ha convulsionado la política nacional sino también la vasca. Lo ha hecho a sólo mes y medio de las elecciones del 12 de julio en las que el binomio PNV-PSE sigue siendo el prioritario en Sabin Etxea para mantener el Gobierno.
El factor que ha irrumpido con fuerza en la fase preelectoral es la ‘peneuvización’ de los de Arnaldo Otegi. La imagen de partido determinante en las Cortes españolas es inédita en la historia de la izquierda abertzale que hace menos de tres décadas las repudiaba sin miramientos. Eran órganos de “represión”, estructuras “del enemigo” o foros donde se debatía cómo “oprimir” la identidad vasca. En 1995 el entonces portavoz de Herri Batasuna, Jon Idigoras, exigió desde la tribuna al presidente socialista, Felipe González, que sacara su “sucias manos de Euskadi, ¡dejadnos vivir en paz¡”, dijo. Un años después ni siquiera acreditaron a sus diputados, en 2000 no concurrieron y en 2004 y 2008 se lo impidió su ilegalización por los vínculos con ETA.
Todo cambió tras el principio del fin del terrorismo, en octubre 2011. Para entonces, el aún líder abertzale, Arnaldo Otegi, había culminado la fase más complicada del viraje de la mayor parte de los sectores más reacios a iniciar un nuevo ciclo. La presión policial y judicial y el hastío social no le dejaron otra opción. Pero la renovación y reconversión ‘institucional’ de ese mundo aún estaba por hacer. Otegi ‘rebautizó’ caras, renovó discursos e incluso actualizó la estética de su gente. Lo hizo desde la cárcel y lo culminó a partir de su salida en junio de 2016.
Ahora la izquierda abertzale no ve “sucias” las manos de un presiente del PSOE. Las estrecha sin problema. El máximo logro de esta transformación lo obtuvo el pasado miércoles. El documento con los logos del PSOE, Podemos y EH Bildu y las firmas de sus máximos representantes en la Cámara Baja era un trofeo innegable. En realidad, para la izquierda abertzale su contenido es secundario. Ese documento pone fin a la izquierda abertzale incapaz de cerrar acuerdos, a la HB que sumaba lustros reprochando al PNV acudir a Madrid por “un plato de lentejas”. Los representantes de la coalición que agrupa a Sortu, EA y Alternatiba sabían del valor simbólico de aquel documento, mayor que su contenido, rectificado o respetado. La rúbrica atenazaba el ‘monopolio’ de su mayor adversario: el PNV.
Un zurrón 'histórico'
Nunca antes la izquierda abertzale, la que lidera históricamente la oposición en Euskadi, había regresado de la capital de España con el zurrón lleno. Hasta el miércoles, sólo el PNV se vanagloriaba de lograr resultados tangibles que mejoraban la vida de los vascos y hacían “más grande Euskadi”. Ahora, el nacionalismo moderado había sido mero observador, ni siquiera se le había informado y conocía por los medios lo que Sánchez había negociado a escondidas con Bildu.
En el PNV la inquietud es ya difícil de ocultar. Su candidato a los comicios del 12-J, Iñigo Urkullu se apresuró ayer a desacreditar el acuerdo, a cuestionar las intenciones y consecuencias para sus firmantes y a destacar que Bildu sigue siendo la de siempre. Para el lehendakari el pacto por la reforma laboral ha supuesto un "descrédito absoluto" y le ha suscitado una "preocupación por el riesgo de quiebra de confianza en la intelocución política" a partir de ahora. Incluso llega a cuestionar la oportunidad de abrir un frente como el de la reforma laboral en estos momentos, pese a estar en contra de ella, "es absoutamente peligroso", aseguró ayer en una entrevista al Grupo Vocento.
El candidato del PNV incluso arremete contra la izquierda abertzale, a la que define que se ha convertido en un 'partido de Estado, "pero no de un Estado vasco independiente sino del Estado español". En la operación ve el deseo de los de Otegi por explorar un plan a "más largo plazo" pero insiste en que el binomio PNV-PSE es el que más estabilidad, certeza y confianza ofrece, "y es lo que necesitamos en estos tiempos de crisis".
Pero a mes y medio de las elecciones, la izquierda abertzale se apresura a subrayar su renovacion, su renacido pragmatismo. Lo hace destacabdo el valor de su ‘botín’, una cuestión clave para su discurso de izquierda republicana; la mejora de las condiciones de trabajo de los obreros y haber pisoteado una de las señas de la “derecha española”. En las redes sociales sus representantes no tardaron en subrayar el valor “histórico”, dijeron, de lo firmado en secreto con Podemos y el PSOE y ocultado al PNV. Por la mañana, Otegi se encargó de sellarlo: “Los acuerdos están para cumplirse”. Incluso profundizó en otro clásico que gusta enarbolar al PNV, la ‘palabra de vasco’ en el cumplimiento de lo pactado.
El logro quedó pronto desvirtuado por las rectificaciones o las divisiones internas sobre su oportunidad en el seno del Gobierno de Pedro Sánchez. Pero eso ya no importa. El daño en la acera de enfrente, la de la derecha histórica e institucional vasca, la de Andoni Ortuzar, está hecho y el nuevo ropaje de la reconvertida izquierda abertzale empieza a encajar y ajustar.
Hace meses que la coalición ha ido moderando y midiendo sus críticas al Gobierno PSOE-Podemos. La modulación de los reproches y su disposición a priorizar políticas de izquierda aplazando demandas identitarias –incluso desmarcándose de la unidad de acción a la que se comprometió con ERC- ha ido paralelo al desengaño del PNV con Sánchez: “El depósito de confianza en el presidente del Gobierno ha entrado en reserva”, dijo el viernes Ortuzar.
PSOE-Bildu, complicada alianza
En una suerte de ultimátum, el PNV ha dado otra oportunidad a Sánchez para recomponer el escenario. Los nacionalistas de Ortuzar están dolidos y atrapados. El presidente del Gobierno no termina de convencer pero la alternativa de Casado, Arrimadas y Abascal aún asusta más. La lealtad demostrada durante la crisis no ha sido ahora correspondida y el temor a que el desgobierno termine por salpicar al partido y su credibilidad y rigor inquieta. El PNV pide “coherencia” a Sánchez. Sabe que dejarle caer puede tener consecuencias y daños colaterales en Euskadi, donde gobierna con el PSE.
En Madrid las voces que alertan de un cambio de parejas comienzan a escucharse. Hay quien dibuja una alianza en la que Bildu se incluiría y culminaría con el blanqueamiento iniciado tiempo atrás. Quizá para cuestiones puntuales, pero en el cajón de tareas de la izquierda abertzale figuran proyectos de difícil encaje con el PSOE: el plan soberanista y el final de los presos de ETA. El primero ya se ha materializado en las discrepancias de calado en el borrador de nuevo estatus vasco que Bildu y el PSE presentaron de modo diferenciado y con algunos planteamientos opuestos. Un articulado de nuevo estatuto vasco que será uno de los pilares, tras el económico y social postCovid-19, la próxima legislatura en la Cámara vasca para su remisión posterior al Congreso.
En lo relativo a los algo más de 200 reclusos de la banda aún en prisión, los movimientos del Gobierno Sánchez-Iglesias son aún tímidos en favor del acercamiento generalizado a Euskadi y Navarra de los etarras encarcelados. Más aún con los cerca de 300 crímenes sin resolver como lastre innegable para avanzar en ese campo.
La suma entre socialistas, podemitas y abertzales sería suficiente en Euskadi, pero la realidad es otra. En el País Vasco la relación entre socialistas y EH Bildu está lejos, muy lejos, de la sintonía histórica entre PSE y PNV que ha alumbrado hasta cuatro gobiernos de coalición. Las encuestas anteriores a la irrupción de la pandemia arrojaban una mayoría holgada de la coalición que permite hoy gobernar a Urkullu. Incluso hasta completar una cómoda mayoría absoluta.
Frenar 'a las derechas'
Es cierto que la izquierda abertzale suma ya dos movimientos de apoyo clave hacia el PSOE. El primero, facilitando la investidura de Pedro Sánchez, y el segundo, aupando a María Chivite a la presidencia del Gobierno de Navarra. En ambos casos el argumento fue frenar “a las derechas”. Pero en Euskadi, las ‘derechas’, las que representan PP y Ciudadanos, no suponen una amenaza en forma de alternativa de Gobierno.
La vía de un Ejecutivo vasco de izquierdas también se antoja complicada tras las próximas elecciones autonómicas. En las filas socialistas vascas el acercamiento al mundo de Otegi está lejos de producirse y en los últimos días se ha complicado aún más. Los ataques a sedes socialistas y a la vivienda de su secretaria general, Idoia Mendia, han sido un triste ‘déjà vu’ que no han merecido una condena por parte de la ‘renovada’ EH Bildu.
Un rebrote de ‘kale borroka’ que amenaza con extenderse si la izquierda abertzale no logra reconducir la fractura interna generada en sus filas. El sector crítico por el modo en el que Otegi ‘renovó’ ese mundo y encarriló el final de ETA y sus presos, agrupado bajo el movimiento Amnistía Ta Askatasuna (ATA) es hoy más fuerte que hace un año, pese a ser minoritario.
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