Una vez más, en España el asunto de la educación es algo secundario. Siempre ha sido así, excepto cuando se emplea como un arma arrojadiza por los partidos políticos para enfrentarse por cuestiones ideológicas.
En este proceso de desescalada, palabra que odio, se abren los bares, se vuelve al fútbol, pero no tenemos ni idea de cómo será la vuelta a las aulas. Solo lo intuimos por algunas bobadas que dicen los gobernantes sin pasar por el filtro del razonamiento. Puedo juntarme este viernes con quince amigos a comer y tomar unos copazos en una terraza. Planificar las vacaciones para julio y agosto. Sin embargo, de los niños y los colegios ni flores del protocolo a seguir. Otra palabra que me saca de mis casillas. Me irrito cada vez que escucho desescalada o protocolo.
Estos meses los padres se han visto obligados a hacer un esfuerzo extra, ayudando a los muchachos o complementando el insuficiente servicio de algunos colegios que se limitaban a enviar tareas. Añadido a las jornadas laborales propias es un sacrificio magnífico, la famosa conciliación. Mientras tanto, los políticos como si nada.
Quince alumnos por clase, separación de los alumnos en el patio, sistema mixto presencial online. Pero ¿estamos tontos o qué? Nadie se da cuenta que el futuro de este país, y el de todos los países, está en las aulas. Que el proceso de educación no es sólo adquirir conceptos. Que los chavales no sólo tienen que adquirir conocimientos, que en el proceso madurativo es clave convivir con los compañeros, jugar, reír, discutir, pelear. Es un drama para todos estar confinados, pero para los niños de pocos años puede dejar secuelas de por vida. Que podemos decir de una sociedad cuando la educación es la última de sus prioridades.
Nadie se da cuenta que el futuro de este país, y el de todos los países, está en las aulas
Una de mis obsesiones siempre ha sido que el modelo educativo debería encontrarse al margen de disputas partidistas. Los políticos deberían ser capaces de encontrar puntos en común para articular un modelo para los próximos 40 años. Pero no, interesa más la manipulación, tapar las meteduras de pata y la maldita ideología.
Ese mismo consenso debería alcanzarse para reformar el sistema de pensiones, pero es más cómodo mentir, ganar votos y lanzar la pelota hacia adelante. Ya vendrán otros que se comerán el marrón en el futuro. Ni siquiera han sido capaces de consensuar soluciones a nivel económico ante un suceso tan abrupto e inesperado como el coronavirus.
Sin embargo, esta sociedad cateta, borreguil y analfabeta, traga con todo incapaz de exigir respuestas y repiten como mentecatos los mantras. Hace varias semanas la estrella era, la salud es lo primero. Ahora toca lo de, igual nos estamos precipitando. Pero precipitando de qué, pedazo de anormal, después de tres meses con las medidas más restrictivas del mundo.
En general esos mismos suelen señalar a los chavales de veinte años que se juntan en las terrazas o en un botellón. Poco han hecho, lo normal es que se juntaran alrededor de la Moncloa para exigir soluciones, o que rodearan el Congreso para lanzar tomates a los ineptos de los diputados. Supongo que habrán sido viejos prematuros, que no habrán disfrutado la sensación de ser inmortal, invencible, intocable que se tiene a los veinte años. Para los veinteañeros estar tres meses sin salir, sin ver a los amigos, equivale a un año en la cárcel para los cuarentones. Como decía el protagonista de Hot Shots, quién tuviera veinte años menos y fuera mujer.
De todas maneras, siempre nos quedamos con la excepción, y, la inmensa mayoría de los jóvenes han sido responsables, obedientes y no emularon a sus abuelos en Mayo del 68. Cumplieron con lo que se les ordenó. Los que no han cumplido su parte son los que tienen que planificar como serán los colegios en septiembre. Los de siempre. Suerte.
Una vez más, en España el asunto de la educación es algo secundario. Siempre ha sido así, excepto cuando se emplea como un arma arrojadiza por los partidos políticos para enfrentarse por cuestiones ideológicas.
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