En la entrada un panel con la imagen de los cien agentes asesinados por ETA recuerda que hubo un tiempo en el que el dolor y la tragedia fueron moneda habitual en ese lugar. Eran años en los que los atentados se sucedían sin dejar tiempo al duelo. En algunas de aquellas estancias, las más ocultas, hubo quien quiso acabar con todo aquello tomando atajos. Las lagrimas y la venganza que no entiende de leyes conviviendo entre familias blindadas en una suerte de 'ciudad gueto'. En el cuartel de Intxaurrondo en San Sebastián compartieron uniforme la lucha contra el terrorismo dejándose la vida en ello, con la 'guerra sucia' que la arrebataba a golpes o secuestros. Un pasado oscuro que resurge estos días.
Es en este cuartel donde Lorenzo Silva (Madrid, 1966) cita a los medios para presentar su última novela, 'El mal de Corcira' (Ediciones Destino), considera que contribuirá a que las "reminiscencias negras y hasta siniestras" que para muchos aún evoca este lugar comiencen a superarse: "Es bueno que se abran estas puertas, que se conozca la historia completa de este lugar". El Cuartel de Intxaurrondo es el pasado del protagonista de su última novela, el agente Bevilacqua, al que debe regresar en la investigación por la muerte en Formentera de un condenado por colaborar con ETA.
La nueva novela de la serie de Bevilacqua y Chamorro se sumerge en los fantasmas de los tiempos en los que el espíritu de venganza que describió Tucídides sobre la guerra civil de Corcira, la actual Corfú, se infligía con el único limite "que fijaba su complacencia". La lucha contra ETA, su ejecución, sus límites y su resultado es una de las cuestiones que siempre ha estado en su mente. Hace 15 días comenzó a tomar forma y en los últimos cinco ha acelerado la investigación que Silva ha realizado para escribir este trabajo.
En él no oculta ningún aspecto, ni los más heroicos ni los más deplorables. La actualidad ha querido que su presentación coincida con el resurgir del pasado, de los GAL que también figura en su novela: "Este tema es 'el elefante' en la habitación y no lo iba a evitar en la novela". Tiene claro que no debe haber dudas para condenar aquel modo de luchar con ETA, "además de una acción ilícita e inmoral, fue ineficaz, suministró munición moral al adversario y prorrogó su existencia", asegura.
Muchos de los testimonios y pensamientos de sus personajes son en realidad reflexiones recabadas en horas de conversación con guardias civiles destinados en Intxaurrondo en los 80 o con exmilitantes de ETA. En los primeros aún no percibe un deseo de tener que pedir perdón, "es difícil cuando enfrente tienes a quien asesinó fríamente a niños y tampoco lo ha hecho", pero sí un reconocimiento "y asunción del error, de lo que fue ilícito". En las filas de ETA y su entorno asegura que algunos con los que ha hablado le han reconocido que el paso del tiempo les ha llevado a concluir que todo fue un error, "que esto no ha sido una victoria sino un fracaso" que ha destrozado la vida a sus víctimas pero también a cientos de militantes de la banda y sus familias. Silva ha reflexionado muchos en este tiempo sobre el modo en el que se abordó la lacra del terrorismo y la forma en la que ahora se debería cerrar una herida tan profunda: "Banalizar las víctimas del otro es fácil y blanquear a los verdugos propios también, pero ambas dificultan la superación".
Pregunta.- ¿Por qué nos cita para esta entrevista en el Cuartel de Intxaurrondo?
Respuesta.- Es una idea que surgió en una conversación con la gente de la editorial y se la trasladamos a la Guardia Civil. Este es un escenario del libro, en el que Bevilacqua vive un tiempo y luego sigue viniendo, es su base cuando viene al País Vasco. Vimos que era bueno que se abrieran estas puertas, que se refleje, no sólo en el testimonio literario sino también en una percepción social, que se conozca la historia compleja que hay aquí. Este es un lugar que para mucha gente tiene unas reminiscencias negras y hasta siniestras. Aquí sucedieron algunas cosas que hay sentencias de los propios jueces españoles de cosas que no debían haber ocurrido por no ser compatibles con la ley. También es el lugar donde hace 30 años vivían más de mil personas, hombres, mujeres y niños. De aquí cada mañana salían autobuses escolares, era un lugar de vida.
P.- Aquí se produjeron algunos episodios esenciales en la historia reciente de Euskadi.
R.- Sí, aparte de que algunas personas tuvieron comportamiento que ni hoy validamos ni entonces eran válidos, también fue el lugar donde echaron miles de horas los hombres y mujeres que han contribuido, en buena medida, a que un vasco o vasca que no simpatice con el ideario de ETA lo pueda expresar libremente y no tenga temor a que eso tenga una repercusión negativa en su identidad o de su familia. Ahí hay un panel en el que Mario Onaindia dice que si un día los vascos disfrutan de paz en gran medida será gracias a la Guardia Civil. Lo dijo Onaindia, que estuvo en ETA Político Militar.
Quizá la literatura permita que las víctimas reciban su compasión y exonerar del peso del rencor a los verdugos, ¿qué sentido tiene el rencor infinito?"
Quizá la literatura permita que las víctimas reciban su compasión y exonerar del rencor a los verdugos, ¿qué sentido tiene el rencor infinito?"
P.- Las puertas de este cuartel han estado mucho tiempo cerradas, por seguridad, por un lado, pero ¿diría que también para tapar algunos episodios? ¿Cree que aún continúan sólo entreabiertas?
R.- No lo creo. Yo he cenado con el señor que está al frente de este lugar, se llama Koldo y es de San Sebastián. Me contó que un colegio llamó para hacer una visita y la hicieron. Quizá es que la gente pide poco venir y si lo solicitaran más, las puertas se abrirían más. No creo que haya problemas para mostrarlo. Yo no represento a la Guardia Civil pero he trabajado en un libro sobre la historia de la lucha contra ETA y con guardias civiles. No he tenido problema para que pongan por escrito los errores que se han cometido en la lucha contra ETA, errores de todo tipo; de mala técnica policial, errores de acciones ilícitas. Están reflejados en el libro ‘Sangre, sudor y paz’, ahí está todo.
P.- Estos días la reaparición de un informe de la CIA de 1984, desclasificado en 2010, que apunta hacia Felipe González como impulsor, ha hecho resurgir los años de la ‘guerra sucia’ contra ETA. Quien dirigía este cuartel entonces era el General Rodríguez Galindo. Usted habla de ‘zonas oscuras’. ¿Los GAL son aún una ‘zona oscura’?
R.- Una sentencia del Tribunal Supremo condenó a un general de la Guardia Civil, no conozco ninguna cosa parecida en Italia, Alemania o Reino Unido. En todos ha habido terrorismo. Mayor foco que una sentencia del Tribunal Supremo en la que cayó una de las personas que tenía más prestigio en la lucha contra ETA no se puede poner. Hay más condenas, se dice que fueron pocas. Hay muchos guardias civiles que han perdido la condición de guardias civiles por malos tratos. Seguramente hubo más casos que los reconocidos por los tribunales españoles, pero no son verdad todas las 5.000 denuncias de torturas hechas por los miembros de ETA. Sí pienso que se ha cometido un error. Si acreditas que alguien con informes independientes sufre unas secuelas que hace pensar que, aunque no se haya condenado a nadie sufrió unos malos tratos que le han provocado un daño psíquico, creo que el Estado español debería haberlo reparado y haber llevado la iniciativa. Es un error haber dejado al Gobierno Vasco que haga esas comisiones que a veces no son tan independientes. Se basa en muchos casos en testimonios con presunción de veracidad pese a ser de parte.
P.- La novela la ambienta entre 1989 y 1992, cuando los GAL ya habían dejado de actuar. ¿Cómo interpreta que en 2020 reaparezca un informe de la CIA que orienta la ‘X’ de los GAL hacia Felipe González? ¿Está la ‘X’ de los GAL resuelta?
No he tenido problemas para poner por escrito errores de la Guardia Civil en la lucha contra ETA, incluso acciones ilícitas"
R.- No tengo pruebas directas, tengo informaciones, otros informes de la CIA, etc. Todos vimos el juicio a Amedo, Barrionuevo, Vera, etc. No tenemos pruebas como para afirmar algunas cosas, pero quizá alguien cometió un grave error por sus efectos. No entraré ni siquiera en el aspecto moral. Cuando actúan los GAL, ETA está fuerte. Después de los GAL, aún lo está más. Fue una mala praxis en la lucha antiterrorista, le suministró munición moral al adversario y prorrogó, en cierto modo, su existencia. No sé si eso sólo fue culpa de un par de comisarios de policía, un ministro y tres cargos, pero además de una acción ilícita e inmoral fue ineficaz en la lucha contra ETA.
P.- Usted afirma que ha tenido oportunidad de abordar esta cuestión de la lucha contra ETA con numerosos agentes durante muchos años. ¿Diría que en el Cuerpo los GAL suscitan rechazo por la ‘mancha’ permanente que ha dejado y que empaña el resto de la lucha contra ETA?
R.- Hay división de opiniones. Hay gente que intenta comprender el contexto, que era terrible. Un tiempo con 100 muertos al año, con agentes que habían recogido los cadáveres de media docena de compañeros en trozos, etc. Hay quien dice que es normal que alguien quisiera actuar así en ese contexto. Pero también hay quien te asegura que fue un error que no condujo a nada. La Guardia Civil no es monolítica. Muchos te reconocen que vieron “esas cosas” durante un tiempo y que luego desaparecieron completamente. Este tema es como el elefante en la habitación y no lo iba a evitar en la novela y no lo he hecho.
P.- ¿Ha percibido en la Guardia Civil una necesidad de pedir perdón por todo aquello en un intento por cicatrizar y cerrar esa herida que siempre sobrevuela su lucha contra ETA?
R.- Diría que lo que hay es una asunción del error, de lo que fue ilícito, además de ineficaz. Lo de pedir perdón no lo he percibido. Viéndolo desde fuera, lo puedo entender. Es difícil que pidas perdón por conductas indebidas cuando en el lado de enfrente hay gente que sigue sin pedir perdón por asesinar fríamente a niños, te lo ponen complicado. Es cierto que alguien tiene que empezar, pero cuando enfrente tienes gente que metió una furgoneta llena de explosivos en un patio lleno de niños, como ocurrió en VIC, es difícil.
Hay que escuchar a todo el mundo. He hablado con guardias civiles, con exmiembros de ETA y gente que valida la violencia"
P.- Usted subraya en su historia la sensación de soledad y aislamiento que se sentía en aquella Euskadi de los 80 en un lugar como éste. Investigando para la novela, ¿qué es lo que más le llamó la atención de la vida en un cuartel como éste?
R.- En la entrada hay un cuadro con cien muertos sólo en esta Comandancia de Guipúzcoa. Corrían mucho peligro y podías pensar que pasaban mucho miedo. A mí me han dicho que miedo no sentían porque eran jóvenes y algo inconscientes. Recuerdan más la sensación de soledad y de percibir que, en algunos lugares, el odio hacia ellos era casi pétreo. También te cuentan que cuando paraban a la gente en un control sentías el rechazo, pero también se encontraban con personas que por lo bajo te decía ‘estamos con ustedes’. Una guardia civil me dijo que a partir de no ir con uniforme por la calle ya no le identificaban como tal y descubrió la amabilidad de la sociedad guipuzcoana. No era una soledad absoluta porque la sociedad vasca no era monolítica, la izquierda abertzale no pasó del 20% de los votos.
P.- Aquí llegó a crearse un centro de adaptación para los agentes que llegaban de fuera, al que llamaban ‘la ikastola’, para facilitar la integración de los agentes. ¿Cómo fue esa adaptación de los agentes?
R.- Había gente que no se podía quitar el acento de Cádiz. Los que trabajaban por la calle en el servicio de información se conocen el País Vasco mejor que nadie, cada rotonda, dónde se come bien, etc. Acabaron teniendo un conocimiento del terreno y de la idiosincrasia social muy elevado.
P.- ¿Cómo refleja la novela la vida familiar en un contexto como éste?
R.- En la novela se cuenta cómo la viuda de un Guardia Civil recién asesinado, casi sin que se enfríe el cuerpo de su marido, se encuentra que debe hacer la mudanza y despejar el piso. A veces las familias se vieron muy desamparadas por el Estado. Las viudas son un flanco muchas veces no percibido. Diría que hay uno aún peor, los huérfanos que con siete u ocho años perdieron a su padre, y en algunos casos lo asesinaron en su presencia.
P.- Ha habido episodios de reencuentro entre algunos de esos huérfanos y representantes de la izquierda abertzale, como ocurrió en Rentería. ¿Una herida así está lejos de cicatrizar?
R.- Es difícil. Ha pasado poco tiempo y hoy la sociedad está muy polarizada. Eso sucede incluso en una sociedad como la madrileña, con posiciones antitéticas, en una misma calle, en un mismo portal. Esa polarización, ese ‘Mal de Corcira’, forma parte de nuestra idiosincrasia, desafortunadamente. Como los políticos parecen incapaces, quizá hay que trabajarlo desde otro tipo de narraciones y una de ellas puede ser la literaria. Hay que escuchar a todo el mundo. Para escribir esta novela he escuchado a guardias civiles, pero también a antiguos miembros de ETA o a gente que en la órbita de Bildu legitima y valida la violencia. Les he escuchado durante horas, ‘dime por qué’. No lo comparto, pero son razones que están en los personajes de la novela. Todas las posturas deben estar atestiguadas y que el lector saque sus conclusiones. Hoy esa labor la puede hacer más la literatura que la política. Quizá la literatura sea un espacio para que todas las víctimas reciban su compasión y todos los verdugos queden atestiguados exonerándolos del peso del rencor. ¿Qué sentido tiene mantener un rencor infinito hacia alguien que mato a alguien hace 30 años? Dejemos constancia y dejemos que el tiempo vaya, no borrando, pero sí haciendo caducar el rencor. El rencor debe caducar y cuanto antes lo haga, mejor.
P.- ¿Cómo acortamos ese plazo de caducidad?
R.- La única manera es desde la serenidad, desde el esfuerzo de comprensión del otro y no banalizando el dolor de las víctimas ni blanqueando gratuitamente a los verdugos, que son vicios en los que caemos continuamente. Vale para esto, pero también para la Guerra Civil y otros conflictos. Banalizar las víctimas del otro es muy fácil y blanquear los verdugos propios también, esos dos errores dificultan la superación.
P.- ¿Qué ha descubierto preparando la novela que no conociera?
Banalizar las víctimas del otro es fácil y blanquear a los verdugos propios también, pero ambas dificultan la superación"
R.- Este libro llevo 15 años trabajando en él, los últimos cinco muy intensamente. Hay cosas que me han sorprendido en cada uno de los lados. En muchos guardias civiles me ha sorprendido la honestidad con la que te reconocen los propios errores, cómo te decían en qué se equivocaron y algunas críticas a la propia institución. En la izquierda abertzale me ha sorprendido escuchar en privado, no en planteamientos públicos, decir que la lucha armada había acabado no consiguiendo nada, con el mismo régimen legal, la autonomía, en el País Vasco, pero con mil muertos, con cientos de personas que se han pasado media vida en la cárcel y muchas que siguen, con un sufrimiento y desgarro para sus familias, con reinserciones sociales muy difíciles. Te dicen que eso no es una victoria sino un fracaso, te dicen que si algo ha acabado tan mal es que a lo mejor estaba mal desde el principio. Todo eso me lo dijo alguien que militó en ETA.
P.- ¿Es la última ocasión en la que va a abordar el terrorista en sus novelas?
R.- Con Bevilacqua sí, pero en estos últimos cinco años he visto tantas historias. Hay tres ‘yacimientos’ inagotables, agujeros negros inagotables en la historia de España, como son la guerra de Marruecos o la Guerra Civil, que está poco explotada literariamente. Se han contado tres o cuatro cosas hasta la saciedad, pero quedan muchas muy significativas por contar. El tercer ‘yacimiento’ es éste, el terrorismo. Tiene unas dimensiones que la gente no conoce. Una historia digna de contarse es la de los ‘comandos Madrid’, eran comandos muy escurridizos que se mimetizaban en una ciudad de 4 millones de habitantes. Ahí hay una historia. O la de los infiltrados es otra historia fascinante, la de los etarras que se desengancharon de la organización al ver que empezaban a hacer cosas que eran difíciles de asumir moralmente.
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