Carles Puigdemont ha dado esta semana un sonoro puñetazo sobre el tablero del independentismo catalán con el anuncio de la creación de un nuevo partido. Un golpe de autoridad acompañado de destacados cargos electos de JxCat, desde consellers a alcaldes y diputados, porque ese es el objetivo de Puigdemont: quedarse con la marca de JxCat y doblegar la resistencia de la ejecutiva del PDeCat para hacerse con los derechos electorales y la estructura territorial que atesora el partido heredero de Convergencia Democrática.
El ex presidente ha puesto además fecha al envite: el 25 de julio se celebrará la asamblea constituyente del nuevo partido. Pero el anuncio y la fecha tienen más que ver con la batalla todavía en ciernes por el poder en ese espacio que con una ruptura definitiva. Puigdemont le ha echado un pulso a la dirección del PDeCat que preside David Bonvehí, y la cuestión ahora es ver si ambos grupos resisten el envite.
La pregunta parece fácil: ¿puede Puigdemont presentarse a las elecciones sin el respaldo del PDeCat? y ¿qué opciones reales le quedan al PDeCat de conservar su representación sin Puigdemont como cabeza de cartel? Pero estas preguntas sólo se resolverán en las elecciones, y el pulso debe resolverse antes.
Para conseguirlo, Puigdemont cuenta con la mejor baza: la bandera del 1-O. Ya ganó las elecciones del 21D de 2017 prometiendo la "restitución del gobierno legítimo" que había llevado el proceso independentista más lejos que nunca en la historia de Cataluña. Y ahora ha conseguido que todos los "héroes" de esa batalla: los condenados Jordi Turull, Josep Rull, Joaquim Forn y los "exiliados" Lluís Puig y Toni Comin, se sumen a su propuesta.
Con esos apoyos, y la apuesta de Esquerra por un "independentismo posibilista" y comprometido, al menos aparentemente, con la gobernabilidad de España, Puigdemont puede erigirse como el único líder fiel al "espíritu del 1-O". Su primer mártir y principal continuador. Como ejemplo, los esfuerzos del Consell de la República por mantener la "confrontación con el Estado" especialmente en el plano internacional. Un juego que el ex presidente fugado puede jugar a fondo desde su condición de eurodiputado.
Ruptura por fases
Pero el puigdemontismo aún no da por perdida la batalla por el PDeCat. Desde el entorno de Puigdemont siguen apelando a la unidad y a la incorporación del PDeCat a su proyecto, pero siempre de forma individual, sin soñar con cuotas de poder.
"El PDeCAT es imprescindible en este proyecto. Cuando se superen estos pequeños escollos, seguirá formando parte de este espacio integrador del cual ya forman parte, que es JxCat", explicaba Marta Madrenas, alcaldesa de Girona y una de las firmantes destacadas del manifiesto fundacional del nuevo partido.
"JxCat sin el PDeCat no es posible, nosotros somos Junts", advertía Marc Solsona en respuesta, para dejar claro que no van a ceder su principal baza negociadora sin pelear. "Encallarse en el nombre de la formación es un debate estéril, ya sabemos quien lo puede usar y quien no puede hacerlo", apuntaba recordando que el PDeCat registró el nombre d JxCat ya en tiempos de Marta Pascal, como nombre de partido y como coalición de PDeCat y CDC.
Batalla por el nombre
Legalmente hay poca discusión al respecto, y la argucia del "Junts, per Catalunya" con la que Puigdemont ha deleitado a los suyos en el manifiesto fundacional parece tener poco recorrido a la vista de la ley de partidos, que impide explícitamente el registro de marcas similares por siglas o incluso por fonética.
"Que nadie se haga trampas al solitario" diciendo que esto no es una ruptura, añadía el portavoz del PDeCat este viernes, tras oficializarse el envite de Puigdemont. El propio Solsona había advertido, la semana anterior, que el PDeCat "está preparado para las elecciones". Por si había duda, el secretario de organización, Ferran Bel, insistía este viernes, añadiendo un matiz: están preparados para ir en solitario.
Si la ruptura se consolida, Puigdemont no solo deberá renunciar a su marca electoral, además tendrá que concurrir a los comicios sin espacios electorales oficiales ni subvenciones. Tampoco dispondrá de la red territorial de un partido que lo había sido todo en Cataluña, pese al apoyo de alcaldes como Madrenas (Girona), Anna Erra (Vic).
El PDeCat asegura estar preparado, pero son conscientes de que concurrir a las elecciones autonómicas sin Puigdemont tiene trazas de suicidio político. Pero al partido heredero de CDC hoy por hoy inquieta casi tanto el nuevo Partido Nacionalista Catalán de Marta Pascal como la escisión de Puigdemont. EL PDeCat se ha convertido en un partido básicamente de poder municipal, porque el poder autonómico o el liderazgo en el Congreso ya lo ejercen los fieles al ex president fugado.
Y el proyecto de Puigdemont nunca laminará el poder de los alcaldes, pero sí puede hacerlo ese nuevo catalanismo moderado que prometen el PNC, Units, Lliures y el resto de herederos de CDC que o rechazan el independentismo o han renunciado a la vía unilateral. Y que siguen cultivando ese centro socialdemócrata que ha abandonado el proyecto de Puigdemont.
Puigdemont y David Bonvehí, presidente del PDeCat, hablaron por ultima vez el viernes 26, cuando la Ejecutiva del PDeCat rechazó la propuesta lanzada por los ex consellers Jordi Turull, Josep Rull, Joaquim Forn y Lluís Puig. El martes, Bonvehí se reunión con los presos, que volvieron a insistir en la propuesta de un nuevo partido en el que el PDeCat debía integrarse junto a la Crida y disoverse en el plazo máximo de seis meses.
Dónde está Mas
Una semana después, Toni Morral anunciaba que la Crida consultará a sus asociados su disolución, para confluir en el nuevo partido de Puigdemont. Todos los actores del sainete en el que se ha convertido la historia de la ex convergencia se han pronunciado en los últimos ante la inminencia del divorcio. Con una excepción: Artur Mas.
El presidente fundador del PDeCat no se ha pronunciado en público sobre la crisis del partido que él fundó para sustituir a Convergencia tras la confesión de Jordi Pujol. Y no ha sido por falta de oportunidades. Mas ya ha cumplido su inhabilitación y podría volver a ser candidato a la presidencia de la Generalitat si su partido se lo propusiera.
Contaría además con el apoyo de una parte del empresariado que quiere acabar ya con la inestabilidad política en Cataluña. Pero sería admitir que ha fracasado en su empeño de los dos últimos años, evitar la fractura de la antigua convergencia. Su postura, cuando la oficialice, será fundamental para saber qué futuro le espera al PDeCat.
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