No habrá alianzas, ni arras, ni mucho menos besos. No faltarán las sonrisas y los aplausos. También habrá silencios. Lo que este mediodía se escenificará en Gernika está lejos de ser un casamiento. Se asemeja más a la celebración del final de un tortuoso camino. Los dos ‘contrayentes’ en el hermanamiento foral no lo hubiesen imaginado hace apenas unas semanas. Será un acto de ‘conversión foralista’ y de presentación de una alianza en la debilidad. En política los planes deben ser flexibles, adaptables a circunstancias cambiantes y, sobre todo, con visos de dar réditos. Es la única forma de sobrevivir. Y la rentabilidad en las sedes de los partidos se busca en campañas electorales. El ‘nuevo’ PP vasco y el ‘nuevo’ Ciudadanos se harán hoy una foto inédita en Euskadi, sus líderes, Pablo Casado e Inés Arrimadas, bajo el símbolo que no hace ni un mes era el origen de su distancia en el País Vasco: el Árbol de Gernika, el emblema de la foralidad y el autogobierno vasco, del Cupo, de las diputaciones forales y de la ‘singularidad’ vasca.
El ‘noviazgo’ político de populares vascos y constitucionalistas naranjas será bendecido por sus líderes. La ‘coalición foral’ acumuló antes dos manos tendidas del PP en Euskadi, dos ‘calabazas’ de los naranjas y dos dimisiones relevantes. Llegar hasta la foto de Gernika y consolidar la coalición PP+Cs ha requerido el pago de un precio elevado.
Se intentó en dos convocatorias anteriores. Lo hizo el expresidente de los populares en el País Vasco, Alfonso Alonso. Entonces aún creía tener el control del partido. En realidad, lo fue perdiendo desde que Casado se impuso en el proceso de primarias de la formación. Alonso no le apoyó, tampoco la mayor parte de la dirección popular vasca. Soraya Sáez de Santamaría mereció sus aplausos para liderar el PP. La herida con el inicio de la ‘era Casado’, del regreso a planteamientos del ‘Aznarismo’, duele en Euskadi. Se intentó calmar con convenciones de abrazos y buenas palabras, pero jamás sanó. El viaje al centro de Alonso se topaba con el retorno a la derecha de Génova.
Hoy concurren como una mera suma de siglas, PP+Cs. Antes buscó tener la forma de ‘Vascos Suma’ en un intento por reeditar la fórmula ‘Navarra Suma’ empleada con éxito en la vecina Comunidad Foral. Para las elecciones generales del 10-N el PP negoció con una parte de Ciudadanos Euskadi un acuerdo. Lo hizo en septiembre del año pasado, sin publicidad, con discreción, pero sin el apoyo de la dirección que entonces aún ostentaba Albert Rivera. El resultado del documento elaborado por el sector alavés del PP y Cs aseguraba un principio de acuerdo. Fue un final. Rivera decretó el cese fulminante de su dirección en Álava y la suspensión inmediata de lo pactado.
Inés no es Albert
Pero Inés no es Albert. La dimisión del anterior líder de Cs, tras el hundimiento el 10-N, abrió un nuevo tiempo. El proceso para renovar la cúpula naranja coincidió con el lío en casa de los populares vascos, tiras y aflojas entre Génova y Alonso, entre dos modos de concebir el partido en Euskadi. El ya expresidente llegó a reivindicar un PP vasco “singular”, con carácter propio y que tuviera a la foralidad y al Concierto Económico, ese en el que se basa el ‘Cuponazo’ que siempre molestó a Rivera, como eje de sus señas de identidad.
En vísperas de las elecciones autonómicas vascas previas al covid-19, allá por el mes de febrero, nada hacía presagiar que hoy se produciría la imagen que acogerá la sombra del Árbol de Gernika. Para comienzos de año, todos los partidos tenían cerradas sus candidaturas a excepción del PP. Alonso, el presidente en el País Vasco, aseguraba en público que sería el candidato, pero su confirmación se retrasaba una y otra vez. A medida que los suyos le apoyaban en Euskadi y subrayaban que no cabría más y mejor opción que él, en Génova veían más claro que la renovación en el PP vasco debía completarse definitivamente. La confirmación de la candidatura de Alonso proclamada el 10 de febrero duró poco. La labor de actualización que Casado inició imponiendo sus candidatos en las listas en detrimento de los promovidos por Alonso, debía llevar el relevo hasta la cúpula del partido en Euskadi.
El argumento fundamental fue el hundimiento progresivo que arrastraban los populares de elección en elección. La justificación final, sin embargo, se basó la indisciplina a las directrices de la dirección nacional que terminarían por estallar en un tenso encuentro el 23 de febrero en Génova entre la cúpula del partido y Alonso. La reunión para comunicarle el acuerdo PP+Cs y la pretensión de que yano fuera él el candidato a lehendakari, terminó con un plante de Alonso, molesto por no haberse contado con él en la negociación con Ciudadanos. Airado, se levantó de la reunión en el despacho del secretario general, Teodoro García Egea, y rompió definitivamente con Génova. Las llamadas para una nueva reunión en un intento por reconducir la situación no surtieron efecto y Alonso plantó a Génova. Horas después, formalizó su dimisión.
Un acuerdo con Cs ante el que Alonso aseguró después que no se sentía concernido, “no formamos parte de ese acuerdo”, dijo, “no lo conocemos”. Llegó a afirmar que la designación de candidatos y cesión de puestos de salida a la formación naranja era “inasumible”. En él sí se incluía uno de los aspectos que Alonso había subrayado una y otra vez, como la aceptación expresa de la foralidad vasca y el Concierto Económico “como instrumento vigente para asegurar la libertad, la estabilidad, la cohesión y el desarrollo ciudadano del País Vasco”.
El órdago vasco de Casado
La gota que colmó el vaso fue la designación por sorpresa de Carlos Iturgaiz. Génova regresaba al pasado, a los tiempos en los que Iturgaiz lideraba el partido, a los años en los que la amenaza terrorista dificultó la actividad política del PP y pese a la cual los populares lograron los mejores resultados de su historia en Euskadi. La dimisión posterior de Alonso abrió una grieta en el corazón del PP vasco, cuya cúpula debería hacer campaña con un candidato impuesto por la dirección nacional.
En la primera semana de campaña ha quedado claro que los ‘alonsistas’ no están cómodos. La corriente que Génova ha impuesto con Iturgaiz como símbolo del retorno al pasado del PP vasco parece que se impondrá definitivamente en la toma del control del partido en Euskadi que queda pendiente de culminar tras el 12-J. La intensidad del cambio estará muy condicionada por los resultados del órdago lanzado por Casado.
En campaña los silencios son más que elocuentes. Su presidenta interina, Amaya Fernández, número dos con Alonso, sólo ha participado de cuerpo presente en la campaña. Su presencia a los actos ha sido silenciosa, sin intervenciones. La dirección de la campaña de la coalición entre PP y Cs también ha revelado la pugna interna en la que vive el PP vasco. En Ciudadanos han denunciado problemas de coordinación entre las dos formaciones o incluso sospechas de que el sector ‘alonsista' pretende que Iturgaiz y la estrategia de Casado para el 12 de julio fracase de modo sonoro y ponga así en cuestión toda la operación de toma de control del PP en Euskadi.
La paradoja es que quien negoció el primer acuerdo discreto entre PP y Cs, y que derivó en la salida de toda la dirección de Cs en Álava, fue Iñaki Oyarzabal, presidente del PP en Álava y uno de los apoyos de Alonso. Ahora, la campaña de la coalición PP+Cs que han sellado Casado y Arrimadas y que hoy tendrá su momento cumbre en Gernika, también lleva la dirección de Oyarzabal.
Coalición 'rentable' para Cs
En realidad, PP y Cs se necesitan. El primero para salir de la irrelevancia y el segundo para asomar desde la insignificancia. En las últimas elecciones generales del 10-N los populares vascos lograron 104.000 votos y un escaño -Beatriz Fanjul-. Salvaron por poco el fiasco obtenido sólo siete meses atrás en las generales del 28 de abril, cuando por primera vez el PP vasco se quedó sin representantes en el Congreso, dejando fuera incluso a Javier Maroto reconvertido después en senador segoviano.
En el caso de Ciudadanos, su techo de 50.000 votos en el País Vasco parece hoy inalcanzable. El 10-N obtuvo apenas 13.000 votos. En esta operación electoral, la formación de Arrimadas puede ser la que más gane si finalmente logra un escaño en el Parlamento Vasco. Sería un hito en la breve historia del partido en Euskadi. Un asiento en la Cámara vasca, de algún modo, ‘arrebatado’ al PP al aceptar ir en coalición y ceder puestos de salida.
Fue Alonso el que apeló por primera vez a “aglutinar fuerzas” entre populares y naranjas, pero será Casado quien se someta al examen. Lo hará con su propia fórmula, sus candidatos y su gestión de la crisis interna más seria vivida por el PP en Euskadi. Las encuestas no le sonríen. El PP tiene hoy en solitario más representación de la que en coalición le asignan los sondeos: 9 escaños actuales frente a los 5 o 6 estimados.
Cuando los informativos y medios de comunicación muestren esta mañana la escena más singular de la campaña, quizá ni Rivera ni Alonso se sientan identificados con ella. Será la imagen de un PP ‘foralista’ fagocitado por Génova, y de un Ciudadanos reconvertido en defensor del Concierto Económico que avala el Cupo y arropa el roble centenario. De pie, sonrientes, quizá cogidos de la mano y bajo el Árbol de Gernika, -símbolo del autogobierno vasco-, así será la síntesis del final de un camino tortuoso hacia un tiempo incierto en el centro-derecha constitucional vasco.
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