El único consuelo que le queda a Pedro Sánchez de esta noche electoral es la más que posible reedición del gobierno de coalición en el País Vasco, donde suma con el PNV una cómoda mayoría absoluta que en la anterior legislatura vasca se quedó a un escaño. No es que sea gran cosa, aunque gane un diputado, pero lo demás es un desastre para olvidar. El PSdG demuestra, otra vez, que ni está ni se le espera en Galicia. Pero, además, el sorpasso del BNG constituye la peor de las noticias para Moncloa. Porque aun en el caso de que Alberto Núñez Feijóo no fuera el gran triunfador de la jornada -no sólo por revalidar su cuarta mayoría absoluta en época de fragmentación política sino, incluso, mejorar resultados- , el candidato de Sánchez debería haber cedido la presidencia a los nacionalistas en caso de que el bloque de izquierda hubiera tenido alguna oportunidad.
Claro que si la jornada de ayer fue azul oscura en Ferraz, fue negra, muy negra, para los de Pablo Iglesias. Unidas Podemos no rentabiliza ni un ápice su presencia en el Gobierno central. Ni su "escudo social", ni su andanada contra la Monarquía parlamentaria, ni su arremetida contra la prensa y las "cloacas" por el "caso Dina", han servido para levantar ninguna de las dos campañas.
Tampoco la más carismática de las ministras de Unidas Podemos, la titular de Empleo y gallega Yolanda Díaz, ha conseguido evitar la enorme debacle en su territorio. Las crisis continuas del partido allí -con Carolina Bescansa de damnificada- las decisiones "manu militari" de Iglesias, se han dejado sentir en un electorado que ha huido, literalmente, a las filas del BNG. Se quedan fuera del parlamento gallego después de perder 14 escaños. Un fracaso sin paliativos.
El nacionalismo e independentismo crecen tanto en Galicia como en el País Vasco
Y aunque en Euskadi no se han convertido en extraparlamentarios, el electorado también les ha castigado con dureza. Los de Iglesias pierden casi la mitad de su representación al pasar de 11 escaños a 5. En definitiva, noche amarga para Unidas Podemos que ha confirmado los vaticinos de los sondeos, con una caída en el País Vasco y una debacle sin paliativos en Galicia a favor del BNG. La formación de Pablo Iglesias no sólo no ha rentabilizado su entrada en el Gobierno, sino que se ha visto claramente perjudicado, aunque lo cierto es que sus socios socialistas tampoco pueden presentar unas buenas credenciales.
Los electores de Galicia y País Vasco han castigado al gobierno central a pesar de la insistencia de Sánchez en repetir que la coalición ha salido más fuerte tras la gestión de la crisis del Covid-19. Y aunque el voto autonómico siempre tiene unas dinámicas distintas al nacional -idea en la que insistió anoche una y otra vez el secretario de Organización socialista, José Luis Ábalos, hablando de la "singularidad" de ambas comunidades- la tendencia que marcan son muy preocupantes para Sánchez e Iglesias, cuyas ejecutivas deberán analizar los resultados y, llegado el caso, tomar decisiones. Ayer, Iglesias en Twitter asumía la "derrota si palitativos" y anunciaba una "profunda autocrítica y aprender de los errores que, sin duda, hemos cometido". Y si hay una lección que pueden sacar de esta noche electoral es que a ninguno de los dos les conviene tensionar a la coalición de Gobierno y abrir el melón de unos comicios generales.
Unidas Podemos se hunde -sus sondeos también les augura una pérdida de la mitad de sus votos, según informó El Independiente- pero de esa fuga no se benefician los socialistas. Es más, las tres líneas conductoras entre ambas consultas son la pérdida de representación de la izquierda de ámbito estatal, el reforzamiento de los respectivos presidentes autonómicos, que no sufren desgaste, y el crecimiento del nacionalismo e independentismo, con EH-Bildu en crecimiento y el BNG "sorpassando" a los socialistas.
Es por ello que Sánchez e Iglesias necesitan perentoriamente asegurarse unos Presupuestos Generales del Estado con los intentar garantizarse la legislatura, al menos, hasta 2022. Todo lo demás es entrar en terreno pantanoso.
La sombra de Núñez Feijóo vuelve a ser alargada sobre el liderazgo de Pablo Casado
Por su parte, para los populares ha sido una noche agridulce. El triunfo incontestable de Feijóo permite a Pablo Casado mantener su feudo histórico gallego mientras que en el País Vasco están en el último lugar de las preferencias de los electores a pesar de su alianza con Ciudadanos. Pero a nadie se le escapa que el presidente de la Xunta vuelve a convertirse -aún de manera involuntaria- en la larga sombra que se proyecta sobre el liderazgo de Casado. Es la bala en la recámara, aupado por un resultado incontrovertible a pesar de la inaudita campaña de la izquierda gallega, intentando que naufragara la participación electoral, azuzando el miedo sobre todo entre el electorado de más edad. De hecho, han acudido a las urnas más votantes gallegos que hace cuatro años.
Pablo Casado, por su parte, felicitó públicamente a Feijóo vía Twitter, pero sin grandes alharacas. Destacó de él la "brillante gestión y entrega a los gallegos" y a Carlos Iturgaiz "por liderar el constitucionalismo en el País Vasco y defender la libertad, la igualdad y la unidad nacional".
Si para PSOE y Unidas Podemos este 12-J tiene una lectura en clave electoral, para el PP lo tiene en clave de liderazgo. Sánchez e Iglesias carecen de recambio, Casado, no, y no se le escapa al entorno del líder popular que muchos territorios pueden volver los ojos hacia el gallego. Bien es cierto que el PP nunca ha sido un partido de asonadas, de rebeliones internas ni de conspiraciones, pero la política ha introducido nuevas dinámicas, muchas de ellas inéditas.
Mientras, en Euskadi, el PP, que llegó a ser la segunda fuerza política en 2001 con Jaime Mayor Oreja, ve mermar aún más sus exiguos 9 diputados. El regreso de Carlos Iturgaiz tras la dimisión de Alfonso Alonso no ha servido de revulsivo a un electorado que les ha ido abandonando. Los cinco escaños son una magra cosecha, aunque al menos les queda el consuelo de casi haber empatado con Podemos. Pero lo más reseñable es el fracaso de la fórmula de listas conjuntas entre el PP y Ciudadanos y la posibilidad de que en Cataluña no se repita a tenor de los resultados vascos y con ello, dé al traste le objetivo de Casado de ir yendo hacia una confluencia del centro-derecha.
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