Un batacazo electoral, un proyecto alternativo pendiente de articular, varias contiendas internas, dos corrientes en plena reconciliación y varios socios ni del todo cómodos ni tampoco incómodos. Se cumplen dos años del congreso del PP en el que un joven candidato, identificado con la que comúnmente se conoce como corriente aznarista, se impuso nada menos que a la ex vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, después incluso de haber perdido contra ella en las primarias del partido, celebradas sólo unas semanas antes.
Los apenas 1.500 votos de ventaja de la ex dirigente del PP no fueron suficientes para frenar las aspiraciones del actual presidente, que en cuestión de semanas logró cerrar una alianza con el resto de contendientes -especialmente con los delegados que apoyaban a María Dolores de Cospedal y que recelaban de Santamaría- para hacerse con las riendas del partido.
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En el ecuador de su mandato, Pablo Casado sigue con un lastre a sus espaldas con el que carga prácticamente desde el primer día, cuando, en contra del criterio del sector marianista reabrió las puertas de Génova al ex presidente del Gobierno, José María Aznar -cuya influencia continúa muy presente-, así como a una larga lista de acérrimos defensores de "refundar la derecha" y hacerlo "sin complejos", véase Cayetana Álvarez de Toledo o Javier Fernández-Lasquetty, hoy consejero de Hacienda de Isabel Díaz Ayuso, cuya candidatura al frente de la Comunidad de Madrid no estuvo exenta de polémica.
Los vaivenes entre los dos modelos en liza, uno 'duro' y el otro moderado, siguen dejando un reguero de episodios de alto voltaje y, en suma, la sensación de un proyecto incompleto, aunque de puertas para afuera quiera exportarse la imagen de una batalla "inexistente". De hecho, la falta de definición de una u otra estrategia ha sido explotada hasta la saciedad por Vox, cuando Casado prefería la mano amiga de Ciudadanos y se le acusaba de formar parte del 'consenso progre' o de falta de contundencia frente a un Gobierno "comunista" y "populista"; y por la izquierda, cuyo principal argumento para debilitar al PP en los últimos meses ha sido el de equiparar, que no comparar, a Pablo Casado con Santiago Abascal, con la constante advertencia de que el votante suele optar por la versión original.
De la derecha al centro, ¿y vuelta a empezar?
La estrategia durante la etapa inicial de Casado era evidente: intentar desactivar a Vox discurriendo por su misma acera, y recuperar a votantes que un día pertenecieron al PP con un bronco discurso durante la campaña del 28-A, en que los populares azuzaron el miedo a "comunistas y batasunos" con un programa electoral plagado de guiños a Santiago Abascal por la desbandada que ya pronosticaban las encuestas.
El golpe de gracia se asestó prácticamente en la recta final, en que el discurso del PP respecto a Vox transitó de las peticiones a las cesiones ante el imparable avance de la extrema derecha: de solicitar la retirada de los de Santiago Abascal de las provincias pequeñas para evitar la división de voto se pasó directamente a ofrecer ministerios a Vox para evitar un Gobierno de PSOE, Podemos y los nacionalistas. Nada sirvió. Los 71 diputados que el PP perdió la noche del 28 de abril de 2019 aún duelen en Génova. Ciudadanos, hoy convertido en una sombra de lo que fue, se situó al borde del sorpasso, con 57. Y Vox firmó su entrada en la Cámara Baja con una marca de 24 escaños.
El lavado de cara fue casi inmediato. En tan sólo unos días, Casado pasaría de tender la mano a Abascal para un pacto de Gobierno -truncado por el descalabro del PP- a tildar a los de Vox de "extrema derecha" y de haber vivido de "chiringuitos y mamandurrias". Y fió su destino a la moderación que ya exigían barones críticos presentando una enmienda a la totalidad a la estrategia anterior: para las elecciones del 26 de mayo -ni un mes después de las generales- presentó al PP con el lema Centrados en tu futuro, que ya utilizó Mariano Rajoy en los comicios municipales y autonómicos de 2011.
Desde entonces, la dirección popular se centró en pescar no tanto en la bolsa de Vox como en la de Ciudadanos, y logró enderezar el barco rumbo a la recuperación: el 10-N Casado escaló hasta los 89 escaños a costa del hundimiento de Albert Rivera, pero no logró frenar el meteórico ascenso de Vox. Y los 137 que firmó Mariano Rajoy antes que él también quedaron muy lejos.
La pandemia resucita las 'dos almas' del PP
Desde que la pandemia comenzase a marcar sus primeros compases en España, desde el PP se ha abrazado la tesis de la "mano tendida" al Gobierno y la puerta abierta para llegar a "grandes pactos de Estado", pero no se ha abandonado prácticamente hasta ahora -una vez constatada la victoria de Alberto Núñez Feijóo, uno de los máximos exponentes del sector moderado y defensor del diálogo y la centralidad, también durante la crisis sanitaria- el tono bronco y frentista contra el Ejecutivo, con el que llegó a volar todos los puentes y retirar su hombro a partir de la cuarta prórroga del estado de alarma.
42 escaños y un récord al nivel del histórico dirigente del PP, Manuel Fraga, ha sido suficiente como para que la dirección nacional modere de nuevo el tono y compre la estrategia de la templanza como hoja de ruta para llevar a Casado al Palacio de la Moncloa. Y perfiles como el de Álvarez de Toledo, que tanto destacaron durante la pandemia para ejercer una oposición sin cuartel contra la "negligencia" del Gobierno, se han ocultado en favor de otros activos políticos identificados con el discurso moderado y pactista, como el de la ex presidenta del Congreso, Ana Pastor; o la ex alcaldesa de Logroño, Cuca Gamarra.
"Nadie nos tiene que llevar a la moderación, porque siempre hemos estado en ella", repetía Casado hace unos días, con el objeto de acallar precisamente los rumores sobre la división del PP. La articulación de un proyecto alternativo definitivo al desgaste del Gobierno de coalición que mire hacia el centro se entiende ahora como una de las grandes asignaturas pendientes del partido de cara a una futurible apertura de urnas.
Los retos...
Casado ha cerrado este curso con varios desafíos en trámite. El primero al que deberá hacer frente será la pugna por liderar el partido en Euskadi que, de nuevo, enfrenta a las dos corrientes del partido: por un lado, Génova apoyará la candidatura de su apuesta para el 12-J, Carlos Iturgaiz, después de que desde Madrid se fulminase a Alfonso Alonso, identificado con el sector moderado, por discrepancias con la dirección.
Precisamente, no se descarta que el ala 'alonsista' representada por la presidenta interina del PP vasco, Amaya Fernández, presente batalla al candidato de Casado después de "un resultado malo, sin excusas" de la coalición PP+Cs en las autonómicas vascas. Fernández ha pedido públicamente una "reflexión" a su partido que de momento no ha llegado, y ha defendido recuperar un proyecto "de Euskadi desde Euskadi", en una crítica clara a las imposiciones de Génova.
Es presidenta casi sin esperarlo. Ocupó el cargo de forma interina tras la dimisión del presidente del partido en el […]
La alianza con Ciudadanos y su posible extrapolación a las elecciones catalanas, previstas para el próximo otoño, se encuadra como otro de los grandes retos que tendrá que afrontar en breve Casado, quien deberá elegir entre seguir adelante con su proyecto estrella -el líder del PP ha querido 'fagocitar' a los liberales desde el pasado año, cuando registró la fallida marca de España Suma- o reconocer que fue un error y que, como defienden diferentes barones del partido, el pacto con Inés Arrimadas resta más que aporta, habida cuenta del drástico acercamiento de Ciudadanos al PSOE.
Desde que comenzase su estancia como jefe de la oposición, Pablo Casado ha ido logrando otros hitos. Y ahora, una vez superada la peor parte de la pandemia, piensa pasar por caja.
El coronavirus no le ha pasado factura. Al revés. Ya no son ni uno ni dos los sondeos privados que pronostican un subidón del PP en unas hipotéticas generales, hasta el punto de que el sorpasso en votos al PSOE como primera fueza comienza a ser una realidad.
Los populares se centran ahora en allanar el camino de Casado hacia Moncloa, no perder los enteros ganados y consolidarse como alternativa real "frente al radicalismo del tándem Sánchez-Iglesias", como el partido "que siempre ha sacado a España de la crisis", como hogar de "constitucionalistas moderados" y de "socialistas descontentos" y como "ejemplo de gestión durante la pandemia". Y todo ello, claro, evitando ya mirar a Vox por el retrovisor.
Un batacazo electoral, un proyecto alternativo pendiente de articular, varias contiendas internas, dos corrientes en plena reconciliación y varios socios ni del todo cómodos ni tampoco incómodos. Se cumplen dos años del congreso del PP en el que un joven candidato, identificado con la que comúnmente se conoce como corriente aznarista, se impuso nada menos que a la ex vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, después incluso de haber perdido contra ella en las primarias del partido, celebradas sólo unas semanas antes.