Hace tiempo que el pulso del corazón monárquico dejó de ser tomado en nuestro país. Conocer si la fuerza de los pálpitos son más Borbónicos que republicanos, más Juancarlistas que Felipistas o descubrir simplemente que ni uno ni otro bombean ya grandes dosis de ilusión es una cuestión pendiente de un diagnóstico actualizado. El CIS dejó de preguntar por ello hace ya cinco años. Parece que en septiembre volverá a incorporar a la monarquía en sus sondeos. En este tiempo los españoles no han sabido en realidad cuánto de monárquicos son, cuánto de republicanos podrían llegar a ser y si el apoyo a la institución que hasta 2014 encabezó el hoy en paradero desconocido rey emérito Juan Carlos I empieza a diluirse.
El 19 de junio de 2014 Felipe VI asumió la Corona ante la inesperada abdicación de su padre. En Zarzuela la zozobra había comenzado a hacerse insoportable con las informaciones que meses después conocerían el resto de españoles. El abrazo e inclinación de cabeza del padre ante el hijo vinieron de los escándalos, -del corazón y de los millones no declarados-, las cintas de Villarejo, las cartas y correos en los medios y las tertulias televisivas y radiofónicas que ampliaban hasta el extremo lo que no hace mucho era tabú.
Para entonces todo parecía ya planificado. Tras la abdicación llegó la retirada de la asignación y la renuncia a una posible herencia corrupta hecha pública al inicio de un Estado de Alarma que confinó al país. Esta semana, el cortafuegos se ha completado forzando al rey emérito a abandonar Zarzuela, el palacio en el que ha vivido casi 60 años, y poner tierra de por medio como medida de emergencia para salvar la institución y el futuro de Felipe VI.
El balance de daños que hacen expertos constitucionalistas e historiadores consultados por El Independiente no es coincidente, salvo en subrayar que la crisis en la que Juan Carlos I ha sumido a la institución y a su hijo dejará secuelas importantes y difíciles de sanar. Entre las amenazas que refieren figura el oxígeno que este tipo de comportamientos brinda a posiciones anti monárquicas o a partidarios de la república, el distanciamiento de muchos de los que en su día vieron con buenos ojos la institución y de los Juancarlistas, o la urgencia que se impone para trasladar cuanto antes a la sociedad española la idea de que Felipe VI no es su padre y que su modelo de monarquía tampoco se asemeja a la que encarnó el rey emérito.
Ganar adeptos 'uno a uno'
Ganar adeptos a la monarquía y en particular a Felipe VI no será sencillo. En este contexto heredado por los escándalos de su padre aún menos. Ni la situación de la Transición es la actual, ni la realidad social en la que debe desenvolverse el Rey se asemeja a la vivida en aquellos años de estreno de la democracia tras 40 años de dictadura. Ahora la Monarquía ha tocado fondo en el imaginario popular. Lo hace además en un momento muy delicado, con una sociedad inmersa en una crisis económica llamada a agravarse, con tensionamiento social y una fractura territorial profunda en el país.
Los expertos consultados subrayan que al Rey Felipe VI le queda ganarse uno a uno a sus adeptos si quiere sobrevivir y hacerlo sabiendo justificar y defender contracorriente que en la España del siglo XXI la figura de un rey constitucional es necesaria. Y todo con el eco de fondo, que aún se prolongará un tiempo, de la investigación sobre presunta corrupción o irregularidades financieras sobrevolando a su padre.
La operación de protección a Felipe VI ha combinado el cortafuegos respecto a su padre con una campaña de resintonización con el pueblo. El anuncio del abandono de España por parte de Juan Carlos I se hizo público justo después de que concluyera la gira por todo el país iniciada por Felipe VI y la reina Letizia. En ella se han evitado los grandes actos públicos -también obligados por el Covid- que habrían permitido tomar la temperatura del apoyo a la monarquía en la sociedad. Si de los recibimientos debemos concluirlo, el respaldo ha sido desigual, nulo en ocasiones, evitado en otras y más bullicioso puntualmente, pero en ningún caso multitudinario.
“En función de cómo se gestione todo esto, la institución puede salir o muy dañada o incluso algo reforzada”, asegura Antonio Torres del Moral, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Educación a Distancia (UNED). Considera que “la clave” del devenir de esta crisis está, en gran medida, en manos de quien la ha generado, el rey Juan Carlos: “Si empieza a huir, se va, puede ser el final de la monarquía, sería un golpe mortal. Si en cambio regresa, hace frente a sus responsabilidades, se le aplica la pena correspondiente y la cumple, significará que la monarquía hoy en día ya no es clasista ni cosa de aristócratas sino que está sometida al derecho”.
Inviolabilidad acotada
En el particular balance de daños que hace Torres del Moral también incluye el impacto y desprestigio que se está generando fuera de España. Recuerda cómo la figura de Juan Carlos I ha sido muy valorada y apreciada en el exterior “y por eso todo esto convierte la situación en especialmente delicada”: “Ha sido un monarca al que al principio no quería nadie, después se metió a la opinión pública nacional e internacional en el bolsillo y que ahora ha terminado por hacer de su capa un sayo, hasta el desperfecto actual”.
El aliento a las posiciones republicanas y que estas puedan reforzarse lo considera lógico, “si hay dificultades en la monarquía es normal que se reivindique la república”. En su opinión, este contexto obliga a “repensar” bien la figura del rey y de la monarquía que se quiere trasladar en nuestro país. Es fundamental, señala, saberla actualizar y darle un encaje mejor en la Constitución: “Deja mucho que desear en cuanto a la regulación de la monarquía”.
Apunta que se deben poner al día aspectos como los relativos a su inviolabilidad, la sucesión o sus responsabilidades en el ejercicio de sus funciones como rey. “No se trata de plantear una modernización de la monarquía, que es lo que es, sino de regularla de un modo más actual y justo, incorporando elementos democráticos y de mayor apertura”. Por todo ello, Torres del Moral defiende que a medio plazo, “en cuanto pase este alud de acontecimientos”, el Gobierno debería “ponerse manos a la obra” para una reforma constitucional que permita “completar lo que está incompleto y regular lo que no está regulado, como la abdicación que hubo que improvisar”.
El profesor de derecho Constitucional de la Universidad del País Vasco, Javier Tajadura, también concluye que el daño que dejará esta crisis a la institución será severo. Subraya que además llega en el peor momento, “es la tormenta perfecta”, cuando ni la cohesión territorial goza de buena salud en España, ni la crisis sanitaria y económica permiten vislumbrar un futuro tranquilizador: “Si la gente tuviera buenos salarios y la situación fuera otra esto pasaría, pero en este contexto la indignación es mayor, más aún por encontrarnos ante cuestiones de presunta corrupción o de irregularidades financieras”.
"Él no es Juan Carlos I"
Apunta que los pasos dados desde la abdicación de Juan Carlos I en 2014, “que ahora sabemos que fue por todo esto, no porque quisiera”, pueden contribuir a que Felipe VI se distancie de la imagen y pasado de su padre. Tajadura señala que “romper ese vínculo” familiar con su padre no será suficiente para salvaguardar la institución, ya que aún tendrá que “escenificar y trasladar a la sociedad que su monarquía es diferente a la de su padre, que él no es Juan Carlos I sino Felipe VI”.
Si el rey emérito pudo llevar a cabo los comportamientos presuntamente delictivos que ahora se investigan es en gran parte, señala, “porque los pudo hacer, porque no había mecanismos que se los impidieran”: “Un rey no debe hacer negocios ni aceptar regalos. Juan Carlos I pudo hacerlo, su hijo no. La transparencia deberá ser ahora extrema”. Junto a ello, recuerda que uno de los aspectos que también alentó este tipo de comportamientos fue “la vida desordenada que en lo privado llevó el rey anterior” y que considera que ahora no percibe en el caso de Felipe VI.
Para Tajadura, frenar el daño inevitable que esta crisis dejará en la monarquía requiere dar pasos para “demostrar que en el siglo XXI la monarquía aún es útil”: “Su padre ganó mucha legitimidad por ser protagonista del cambio hacia la democracia y lo reforzó por su papel el 23-F. A partir de ahí creyó que podría hacer lo que quisiera. Ahora, Felipe VI lo tiene más difícil, no tiene a su favor haber hecho nada de esa envergadura, tendrá que demostrar que es útil, si no se impondrá el ¿para qué sirve un rey?”.
El papel de arbitraje y mediación que se le asigna al Jefe del Estado en el artículo 56 de la Constitución podría ser una vía de refuerzo para el actual monarca. Tajadura recuerda que España vive un momento de gran polarización, crispación y desestabilización institucional en la que su papel del Jefe del Estado “como una figura neutral” tendría mucho que aportar: "Pero eso hay que saber materializarlo”. En su contra, además de una opinión pública menos afín, se sumará un menor control de los mensajes: “Antes existía un oligopolio de medios que eliminaba gran parte del discurso radical y extremista y garantizaba cierta estabilidad. Ahora, con las redes sociales, eso no ocurre. Es ahí donde debe tener influencia. Si se impone la pasividad o se pasa página el problema continuará”.
Una 'monarquía republicana'
Para este profesor de Derecho Constitucional plantear un referéndum sobre la monarquía como aval para apuntalar a Felipe VI “sería un error mayúsculo”. Recuerda que se convertiría en una consulta sobre la Constitución de 1978 que hoy tiene un mayor rechazo que cuando se aprobó: “Los refrendos son polarizadores. La pregunta es saber si una vez erradicada una Constitución como la de 1978 España sería capaz de consensuar otra con mayor grado de apoyo”.
Uno de los elementos que tiene a su favor es que la debilidad del apoyo a la monarquía no se contrapone con un apoyo mayoritario y organizado en favor de la república. “Ambos tienen pies de barro, la monarquía y la república, nunca han gozado de muy buena salud”, asegura el catedrático de Historia Contemporánea, Antonio Rivera. Insiste en que una de las heridas más graves que va a dejar este episodio del rey emérito es la pérdida de confianza de la sociedad en la institución: “La confianza soporta la democracia, debemos creer en nuestros gobernantes. Tiene aún más relevancia en una institución a la que no votamos y nadie somete a renovación, que es permanente y perenne. Cuando deja de haber confianza la monarquía se cae sola. Recordemos que Alfonso XIII se marchó con la frase de que ‘ya no estamos de moda’”.
Según Rivera, en la España actual la Corona cuenta con el apoyo de un sector de la derecha, “los que apuestan por la línea Borbónica”, pero no lo hace de forma generalizada: “La monarquía en este país se estableció por una cierta rutina, una ‘pereza histórica’ y cierta ineficacia del republicanismo por mostrarse como una alternativa sugerente”. Por ello, no ve mimbres para que se pueda generalizar a corto plazo un apoyo mayoritario a la república como modelo de Estado. Señala que periodos como la II República en España están hoy “muy idealizados como la democracia perfecta, que no lo fue, y demonizada por otros como un periodo de conflicto extremo, que tampoco lo fue”.
La situación actual, con un descenso en el apoyo a la Monarquía que podría haberse agravado con los últimos acontecimientos es, según el profesor Rivera, una “amenaza palmaria” para la institución. Prevé que el apoyo a “una monarquía constitucional que ha sido traicionada por el anterior jefe del Estado” puede dejar el apoyo social “bajo mínimos” y que será a partir de ahí desde donde habrá que intentar remontar el vuelo.
Para Rivera, en este contexto también se puede generar una oportunidad para remodelar el tipo de monarquía vigente y apostar por una suerte de “monarquía republicana”: “Si se aprovecha bien la oportunidad y se termina con esos elementos opacos y oscuros que han existido durante décadas se podría avanzar. Habría que incorporar los valores republicanos de compromiso ciudadano, de transparencia, de apuesta por una democracia radical”. Un modelo similar al de monarquías escandinavas, “monarquías republicanas”, hacia las que encaminarse a medio plazo.
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