Ha vuelto a suceder. El silencio de nuevo lo ha ocultado. No figura en los planes de reconstrucción, en los programas económicos de gobiernos y ayuntamientos ni en las conversaciones que desde hace siete meses todo lo copa. Pero ellos continúan ahí, en la oscuridad personal unos, en la penumbra que les lleva hacia ella otros. Viven en una zozobra individual agitada más que nunca en los últimos meses. Cuando el coronavirus sea historia, los suicidios serán parte del balance de la pandemia que todo lo ha diezmado. La economía se recuperará, la sociedad aprenderá a vivir con la amenaza del virus y la vacuna irrumpirá tarde o temprano como el remedio de todos los males. Para algunos la luz llegará tarde, no estarán aquí para verla, para disfrutarla.
Los expertos insisten en que del pozo en el que no quedan asideros para seguir viviendo también se puede salir. Pero para ello se requieren medios, profesionales formados y recursos, además de oídos que escuchen y manos que impulsen. Los datos de la postpandemia son, hoy por hoy, una incógnita. La única certeza que tienen los expertos es que los suicidios aumentarán, que en España, como en el resto del mundo, ésta será otra de las consecuencias olvidadas del Covid-19.
El planeta tiene asignado este 10 de septiembre como el Día Internacional de Prevención del Suicidio. Algo es algo. El resto del calendario continúa teñido de negro y de silencio. En 2020 el suicidio continúa rodeado de estigmas, de vacíos, de ausencia de planes institucionales para hacerle frente y de demasiados miedos injustificados como para abordarlo con valentía y firmeza. “Es un tema que hay que sacarlo de las catacumbas de la incomprensión en la que se encuentra”, asegura Cristina Blanco, presidenta de la Asociación vasca de Suicidología, ‘Aidatu’.
Sólo en nuestro país en 2019 se registraron 3.145 suicidios, casi el 80% de ellos hombres. Una cifra que triplica la que generaron los accidentes de tráfico ese año. Y esos son sólo los datos oficiales, los suicidios conocidos. Por el momento, las cifras de este año y la evolución que tendrá este drama los próximos meses son una incógnita. Lo que nadie duda es de que el contexto generado por la epidemia, las medidas de confinamiento, los miedos que ha generado y el desgaste social, así como el impacto laboral y económico dejarán un rastro importante en la vida de muchas personas. En los casos más vulnerables será la gota que puede colmar un vaso de abismo que otros factores ya habían llenado. “Lo que nos llega es que en toda esta situación en las farmacias la venta de ansiolíticos y antidepresivos ha aumentado, que en muchas consultas también se ha incrementado el número de pacientes que buscan una ayuda de carácter psiquiátrico”, asegura María José Pérez, miembro de la asociación ‘Aidatu’.
Los duelos prohibidos
El nombre de esta asociación, creada en 2017, significa “remontar el vuelo”, una metáfora de la labor que impulsan para reducir el número de casos: “Debemos ayudar a volver a volar personas afectadas por un suicidio en su entorno y a un superviviente de una tentativa”, recuerdan
El patrón social de lo que en un futuro próximo pueda detectarse no es nuevo, la dimensión, sí. En episodios como catástrofes naturales o grandes desgracias localizadas en determinadas zonas la inestabilidad impacta negativamente en el estado de algunas personas. Ahora el temor es global, como la pandemia. Son miles las personas en nuestro país que han vivido, -en muchos casos continúan viviendo-, situaciones límite o de gran ansiedad y angustia: profesionales sanitarios, responsables de residencias, enfermos, ancianos, etc.
En contra de lo que pueda creerse, son las personas de más edad las que registran mayores tasas de suicidio. El año pasado casi el 40% de los casos fueron de mayores de 60 años. Pérez afirma que lo que ahora es urgente es tomar medidas y abrir un camino que hace tiempo que debería haberse explorado: la prevención. “El suicidio se puede prevenir y en muchos casos evitar. Hacen falta planes y recursos para evitar que las personas más vulnerables no busquen la puerta falsa del suicidio para poner fin a sus problemas”. Una vulnerabilidad especialmente presente en colectivos de riesgo como las personas que han sido víctimas de abusos sexuales, las personas mayores, las mujeres maltratadas, el colectivo LGTBI, quienes viven una difícil situación personal y laboral o con problemas de carácter mental, etc.
Las representantes de 'Aidatu' aseguran que uno de los elementos que mayor impacto tendrá será la dificultad para despedirse de los seres queridos a la que se ha obligado a miles de familias de las víctimas del Covid. Blanco señala que es “inhumano” no haber facilitado, con las medidas de seguridad suficientes, poder despedirse de un ser querido: “Nosotros sabemos lo que conlleva no poderse despedir de un ser querido y es muy difícil de superar. Eso traerá consecuencias. No se puede arreglar una cosa desarreglando otra. Los duelos que ahora tendrán que hacer serán muy complicados, incluso para quienes estén emocionalmente bien armados.”.
Prejuicios y falsas creencias
La formación de los profesionales, y no sólo de la medicina, sino del ámbito de los servicios sociales, la educación e incluso de los medios de comunicación es fundamental. La Universidad del País Vasco (UPV) ha creado este año el primer título de ‘Experto Universitario en Suicidología’. “El suicidio existe desde el principio de los tiempos pero nunca se ha abordado de modo adecuado”, asegura Blanco. La presidenta de ‘Aidatu’ lamenta que en España aún no exista un plan nacional de prevención del suicidio y que apenas se destinen recursos específicos. “En otros ámbitos como el de los accidentes de tráfico o el de la violencia contra las mujeres se han dado pasos muy importantes pero el suicidio sigue siendo un tabú”. Reconoce que en algunas comunidades autónomas sí se han dado pasos pero que siguen siendo insuficientes ya que se abordan aún como un problema de salud mental “cuando debería abarcar de manera multidisciplinar”.
“Del suicido se sigue sin hablar y cuando se hace es a hurtadillas. Somos los supervivientes y las asociaciones las que estamos impulsando que salga de la oscuridad, que se hable y se tomen medidas. Un dato significativo es que en una facultad de Psicología apenas se hable, se trate, el tema del suicidio”. Ese recelo se origina en gran medida en la pervivencia de demasiados prejuicios e ideas erróneas en torno al suicidio. “Se sigue creyendo que es algo marginal, irrelevante. También que pertenece al ámbito privado de la intimidad”, apunta Blanco. “Otro mito muy extendido es que el que quiere suicidarse lo va a conseguir y que quien lo dice no lo hará. No es así. También se continúa respondiendo con frases como ‘no digas tonterías’ o ‘cómo dices eso’ a quien manifiesta deseos suicidas, en lugar de prestarle ayuda. En realidad, está llamando la atención, pidiendo ayuda”.
El triángulo que sumerge en la oscuridad a esta realidad lo conforman la culpa, la cobardía y la valentía. Las tres sobrevuelan a menudo sobre el suicidio. “La sensación de culpa en el entorno familiar que deja el suicida se repite en la mayor parte de los casos. Es lo que a lleva en ocasiones a enterrar bajo un manto de silencio lo sucedido, incluso en el ámbito familiar. Eso dificulta el proceso de duelo y altera a veces las relaciones familiares generando episodios ocultados a hijos o nietos, lo que pueden llegar a atormentarles en el futuro”. La culpa no figura en una muerte por enfermedad o de otro tipo: “Es una culpa que además, de algún modo, se percibe en un sentimiento de incomprensión. ¿Quién es el que se atreve a decir que su marido se ha suicidado? Automáticamente verá en los ojos de a quien se lo dice la pregunta, ‘¿y no te diste cuenta?’. Es otro modo de culpar al entorno”.
Culpa, cobardía y valentía
Después están la cobardía y la valentía, dos caras de una moneda mortal. “Otro error es decir que quien ha intentado suicidarse es un cobarde por no saber afrontar los problemas de la vida. O al contrario, un valiente por haberse atrevido a dar el paso. Llega al punto de que personas que han tenido tentativas de suicidio se ven como cobardes por no haberlo logrado”. Blanco afirma que la incomprensión en la que aún camina el suicidio en nuestra sociedad llega también al ámbito laboral, en el que sigue siendo difícil comprender que el duelo por un suicidio es, en la mayoría de los casos, más complicado que por una muerte natural o por enfermedad, suele requerir más tiempo”.
En España la incidencia del suicidio es desigual en función de las comunidades autónomas. Así, la tasa de casos por cada 100.000 habitantes es en Asturias la más alta, 13,4 casos, seguida con los 10 casos en Galicia y los 9,7 en Aragón. Cifras superiores a las de las regiones que registran una menor incidencia, como Madrid, con 5,2 casos, Navarra con 6 y Baleares con 6,2: “Puede haber muchos factores que expliquen esas diferencias, desde el nivel de acceso a sistemas de salud hasta el nivel de la educación, la situación económica, factores de carácter religioso, la red de apoyos o el grado de aislamiento geográfico de determinadas áreas”, asegura Pérez.
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