Artur Mas dio ayer un paso al que se ha resistido durante meses: la ruptura con Carles Puigdemont y el proyecto con el que su sucesor al frente de la Generalitat intenta fagocitar el PDeCat y la herencia de Convergencia. "Después de 30 años trabajando por la unidad, no puedo entrar en un proyecto que puede llevar a la división", argumentó para explicar su negativa a seguir los pasos de históricos militantes de CDC que se han garantizado el cargo en el Parlament o la Generalitat siguiendo a Puigdemont.
Al final, la la huida en tromba de los actuales consellers, la dirección del grupo parlamentario o incluso los presos, y la expulsión del PDeCat del ejecutivo catalán con la que Puigdemont y sus fieles han abierto el curso político han sido definitivos para que Mas rompiera su silencio. Pero no era la primera vez que daban muestras de sus intenciones.
El primer indicio de cómo imaginaba Puigdemont su futuro lo dio ante las elecciones de diciembre de 2017. Fugado en Bruselas tras la declaración unilateral de independencia y la aplicación en Cataluña del 155, Puigdemont impuso sus condiciones a un PDeCat desesperado ante sus escasas expectativas de voto frente a ERC. Las condiciones eran que solo encabezaría la candidatura del partido si se le permitía definir la lista, que trufaría de independientes fieles solo a su persona, e imponer a la jefa de campaña.
La primera lista
Elsa Artadi dirigió la campaña del PDeCat sin ningún limite apenas meses después de haber roto el carné del partido por sus diferencias con su presidenta, Marta Pascal. Y Laura Borràs, Quim Torra, Eduard Pujol o Josep Costa entraron en lugares preferentes de la lista, y coparon después consellerias o portavocías en el Parlament mientras la nueva hornada de alcaldes del PDeCat quedaba relegada al rincón de pensar. Con dos excepciones, el alcalde de Valls, y generoso apoyo del exilio belga, Albert Batet, que ascendió a presidente del Grupo. Y la alcaldesa de Girona, Marta Madrenas.
Puigdemont venció a ERC, y los puigdemontistas se hicieron con el control del grupo parlamentario, hasta el punto de que la gestión de las subvenciones asociadas derivó en una dura negociación entre el partido -que había cedido subvenciones y derechos electorales solo dos meses antes- y el entorno del ex president. Eso si, se lamentaban desde el PDeCat, ellos seguían pagando la defensa de los ex consellers del partido procesados por su participación en el 1-O.
El siguiente asalto se produjo en julio, cuando Puigdemont y Jordi Sánchez, uno desde Waterloo y el otro desde prisión, lanzaban la Crida Nacional. Un proyecto destinado a convertirse en el partido que superara al PDeCat. El momento de su presentación no fue casual: el Ateneu de Barcelona, a una semana de la Asamblea anual del PDeCat, al que querían forzar a disolverse en el nuevo proyecto puigdemontista.
El PDeCat amagó con el sí, pero su dirección se resistía. Entonces todavía estaban al frente del partido Marta Pascal y David Bonvehí, y al frente del grupo en el Congreso Jordi Xuclà y Carles Campuzano. Todos ellos fueron los responsables de imponer el apoyo de JxCat a la moción de censura de Pedro Sánchez antes de que Puigdemont pudiera maniobrar en su contra. Y Puigdemont no se lo perdonó.
El congreso del adiós a Pascal
La primera en caer fue Marta Pascal, objetivo declarado de Puigdemont y sus fieles en el primer congreso ordinario del PDeCat, celebrado en julio de 2018. La dirigente nacionalista se resistió hasta prácticamente el último día, pero los fieles a Puigdemont, fueron inclementes después de que el ex president la vetara al frente del partido. Uno de los más duros fue, paradójicamente, Miquel Buch, sacrificado apenas un año después por Puigdemont por su papel al frente de los Mossos.
En sustitución de Pascal quedaba Bonvehí, secundado por Miram Nogueras, la más fiel representante de Puigdemont en el Congreso de los Diputados. El grupo en las Cortes fue el siguiente objetivo. Puigdemont y los suyos pasaron cuentas con Xuclà y Campuzano en la confección de la candidatura a las elecciones generales de 2019. En su lugar, Puigdemont impuso a Jordi Sánchez, ex presidente de la Asamblea Nacional procesado por el 1-O, mártir por tanto del procés. Pero también un político con una larga trayectoria iniciada en ICV, cuya ideología, más allá de la independencia, dista mucho de la tradición convergente.
Junto a él, Laura Borràs, que dejaba el Govern para sumir las riendas del partido en el Congreso y Josep Llúis Cleries, otro fiel, en el Senado. De los históricos solo aguantó Ferran Bel, secretario de Organización del PDeCat y mano derecha de Bonvehí.
En las elecciones municipales repetiría la jugada para imponer al frente de la lista por Barcelona a otra de sus más fieles colaboradoras, Elsa Artadi. Neus Munté se había impuesto en las primarias del partido, pero la candidatura oficial de Joaquim Forn, condenado por el 1-O, sirvió de argumento para desbancarla hasta el quinto lugar en la lista y dejar a Artadi como jefa del grupo municipal, pese a su nula experiencia en este ámbito. Tampoco la tenía Borràs en el Congreso.
El papel de Jordi Sánchez
"Vengo de Convergencia, de CiU, de la casa gran del catalanismo, de JuntsxSi que es la gran operación de unidad del soberanismo, y de JxCat, que nació en despacho de Waterloo entre Puigdemont y yo", argumentaba ayer Artur Mas para explicar su rechazo a un proyecto destinado a la división. "No quiero acabar mi trayectoria política con una separación".
Una decisión en la que el ex president sabe que hay una parte de adiós a sus antiguos compañeros, a los que critica veladamente por haberse dejado llevar por los "independientes" de Puigdemont a un terreno que es, en su opinión, el contrario al que siempre cultivó Convergencia. El más coherente es Jordi Sánchez, añadía irónicamente. "Tradicionalmente Convergencia era capaz de atraer a gente como Jordi Sánchez, ahora Jordi Sánchez ha conseguido que un montón de gente de PDeCat se vaya con él, chapeau por él".
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