Donald Trump se hunde en los sondeos, pero al final no serán éstos, ni los medios de comunicación, quienes descarrilen su campaña. Sus insultos a colectivos clave, como mujeres e hispanos, y su falta de organización de cara a la jornada electoral, serán fatales.
EEUU es muy país muy extenso, y los recursos de las campañas son limitados. De ahí que los candidatos siempre se centren en los estados cuyo resultado es más incierto, los denominados battlegrounds (en 2016: Arizona, Carolina del Norte, Florida, Georgia, Iowa, Nevada, New Hampshire, Ohio, Pensilvania y Wisconsin). Lograr la victoria en estos campos de batalla política requiere una cuidadosa estrategia y suficiente maquinaria electoral sobre el terreno.
Hillary Clinton ha aprendido de sus errores en las primarias de 2008 y ha construido una campaña más sólida desde el principio, que bebe de los éxitos organizativos de Obama hace cuatro años. Y es que hace cuatro años, su reelección se sustentó en una coordinación milimétrica en los condados clave. Esfuerzos de campaña y de miles de voluntarios que estuvieron ayudados por las nuevas tecnologías y un magistral empleo del microtargeting: localizar con nombres y apellidos al votante indeciso, convencerle de que vote e incluso facilitarle que acuda a la urna.
Hillary Clinton ha construido una campaña más sólida, que bebe de los éxitos de Obama hace cuatro años
Clinton no tiene una infraestructura como la de Obama hace cuatro años, pero su ajedrez electoral es elocuente. A comienzos de octubre, Clinton tenía 489 oficinas, y Trump 207, según FiveThirtyEight. Asimismo, bate a Trump en organización en todos los battlegrounds incluso en Pensilvania, donde el multimillonario neoyorquino ha destinado numerosos recursos (y donde, por el momento, Clinton lidera las encuestas por 6,2 puntos).
Trump está concentrando menos esfuerzos que Romney en 2012, quien a pesar de una mejor organización sufrió una severa derrota. El excéntrico magnate ha preferido delegar en buena medida la tarea de movilizar votantes a un Partido Republicano que descarta su victoria, y que centra esfuerzos en evitar que el tsunami de rechazo a Trump se lleve por delante sus mayorías en la Cámara de Representantes y en el Senado.
Hillary Clinton necesita una amplia victoria para que Trump no pueda cuestionar sus resultados, y no está dejando nada al azar. Cada voto cuenta, sobre todo en estados como Arizona, tradicionalmente un bastión republicano que en este ciclo electoral puede ser la gran sorpresa, y cambiar a demócrata (Clinton tiene una ventaja de 1,3 puntos en los sondeos). Para lograrlo, necesita que colectivos esenciales, como los hispanos -que constituyen el 31% de la población-, acudan a las urnas de forma masiva. En este sentido, recientemente ha anunciado que amplía el presupuesto destinado a ganar ese estado.
Trump venció en las primarias renunciado a las reglas tradicionales, siendo un candidato “diferente”, y cree que la misma estrategia le dará la victoria el 8 de noviembre. Un error que esta vez presumiblemente será letal en las urnas.
*David Iglesias es periodista, consultor de Comunicación en GAD3.
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