Es el quinto de los siete hijos de Karlos Arguiñano y se está echando a sus espaldas el peso del apellido. La productora, los fogones, los libros y la fama. Todo está alineado para que este cocinero vasco de 37 años sea el rostro del futuro de una marca indisociable de la cocina y de lo vasco. Y Joseba es muy cocinero y muy vasco: muy Arguiñano.
No quería seguir los pasos de su padre de ninguna manera. “Cuando eres joven pues quieres hacer lo que no hace el aita, que es hacer todo lo contrario. Quería ser mecánico, quería ser bombero, quería ser artista, músico.. Pero oye, pues al final me metí en la cocina de lleno, aprendí a cocinar”, asegura el joven Arguiñano que acaba de presentar su primer libro Cocina con Joseba Arguiñano (Planeta).
El Joseba adoloscente quería una moto y le preguntó a padre: “Aita, ¿cómo hacemos para la moto? ¿Cómo hacemos? Un par de veranitos aquí a trabajar y yo te compro la moto”, cuenta que le contestó el padre. “Así empecé aquí a echar una mano, primero con el botillero y los pinchos, poco a poco y así, ya con 14 años todos los veranos me tocaba venir”, relata.
Su padre también le llevó a la tele a participar en un programa de televisión, para que se viera que cocinar era muy sencillo. Era 1999 y estaba muy nervioso. Más de 20 años después tiene dos programas de televisión en la ETB, uno de cocina y otro de entretenimiento -Historias a bocados- en el que viaja por pueblos del País Vasco y retrata a sus gentes y a sus tradiciones. Ninguno de estos programas es de Bainet la productora que creó Karlos Arguiñano, y el de cocina coincide en franja horaria con el de su padre. Le hace la competencia, pero a Arguiñano padre le brilla el rostro hablando de su hijo Joseba. Tiene muchos ingredientes del padre, comunicativo, abierto, divertido y gusta mucho; el comentario “pues es muy guapo” le acompaña allá por dónde pasa. En lo fundamental, la cocina, la tiene bien incorporada desde pequeño. Un trabajo a fuego lento de Karlos y Luisi, su madre.
Sus padres pueden estar satisfechos, todo lo que han creado está y estará en manos de sus siete hijos algún día y Joseba puede mantener el pulso mediático del apellido para que todo siga funcionando. Casi todos están relacionados, directa o indirectamente, con negocios familiares. Eneko, Zigor y María, trabajan en el restaurante del padre en Zarautz, ubicado el hotel familiar cuya administración recae en Martín. Amaia, ingeniera, se ha metido en la bodega de txakolis K5, que montó Arguiñano con su cuadrilla de amigos. Y por último está Txarli que es director de fotografía y lleva años en producciones de series y televisión. No trabaja en la productora familiar, pero conoce el negocio.
"El aita es lo que nos han enseñado, que hay que ser un tío echao palante y que con sacrificio y trabajo salen las cosas",
J. ARGUIÑANO
“Nuestra madre nos ha inculcado muy bien que todos tenemos nuestras virtudes y nuestros defectos. Que no hay que achacarle al otro el defecto todo el rato. Porque yo también tengo mis defectos y a mí no me están todo el rato echándome ese defecto en cara, sino que entre todos tenemos que hacer un buen equipo, entre todos hay que llevar el barco. Y si tú no vales para remar, pues agarra la vela. Y si tú no vales para la vela, pues vete engrasando el motor”, explica Joseba. Su padre, asegura, es de pocas palabras: “Él más que jefe es un animador, siempre nos ha animado a hacer las cosas, a darnos con un canto en los dientes y a darnos cuenta de los errores”.
De tanto seguir los pasos del padre, que no quería seguir, todas las miradas están puestas sobre él. No sabe si dará el salto a la televisión nacional, como no sabe si va tener un restaurante propio, los periodistas queremos saber de él ya cosas que podría hacer que hizo antes su padre, lo que ni él sabe. Reconoce que hace dos años le preguntaban por hacer un libro y decía que no. “Al final en la vida las cosas vienen como vienen, a nosotros, el aita es lo que nos han enseñado, que hay que ser un tío echao palante y que con sacrificio y trabajo salen las cosas. Pero igual me jubilo yo antes que el aita, a este paso”. Pero no cierra puertas a nada y tira de refranero como buen Arguiñano: “¿El salto nacional? Nunca digas de este agua no beberé”.
Después de muchos años trabajando los postres con su tía Eva se animó a montar un obrador, pero no calculó bien la jugada. "Me dije pues voy a montar un obrador donde desde ahí voy a abastecer al restaurante con las tartas, los hojaldres, todo lo que era en bruto que aquí se iba a rematar las jugadas y hacer. Y así estuve un año entero, pero luego en invierno llegaba octubre, noviembre, diciembre, enero, febrero, marzo. Meses de invierno que aquí me pedían ocho panes, una tarta de ocho, cuatro palmeras y decía jope, así no puedo llevar yo el obrador palante con esto. Entonces abrí mi primera tienda de pastelería JA, para darle continuidad todo el año".
Aprendió y se echó palante. La filosofía de vida con la que su padre, el icónico Karlos Arguiñano, viene aliñando sus programas de televisión está incorporada en su hijo que tiene ya en la cabeza a su familia y habla en plural. “No tengo idea de abrir mi propio restaurante, no digo que no. Pero aquí tenemos este restaurante en marcha, el restaurante de la escuela en marcha, tenemos el obrador en marcha.. y lo que creo que tenemos que hacer es seguir tirando el carro y que esto vaya maquinando bien y cuando vengan los nietos del abuelo, pues igual, que monten ellos”. Joseba también pone el futuro a fuego lento.
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