"No se tiene que ir a El Hormiguero. Ese señor blanquea el fascismo y blanquea a gente impresentable. La gente de la cultura no podemos ir a El Hormiguero", se ha quejado la actriz Mónica López en una entrevista para el programa La caravana, de la emisora catalana Ràdio Estel. "Veo que todo el mundo a mi alrededor me mira como si yo fuera la loca y pienso que no estoy loca, no se tiene que ir a estos sitios". Unas declaraciones que rápidamente se han viralizado, al considerarse un intento de romper el consenso que parece haber sobre uno de los programas líderes de la televisión.
Nació como un programa de entretenimiento, con entrevistas distendidas, trucos de magia, bailes extravagantes y extraños experimentos científicos. Bajo la premisa de ser un programa vacilón y divertido, El Hormiguero se constituyó como la mejor opción en prime time para la mayoría de los españoles que encendían la tele a esa hora en la que apetece sentarse en el sofá y olvidarse de los problemas del día.
En su origen, El Hormiguero no vivía tanto de la actualidad, más allá de las entrevistas a sus invitados, y basaba su éxito en la capacidad para sorprender con nuevas secciones y pruebas. Se diferenció de otros formatos más políticos como El Intermedio gracias a un contenido más blanco, centrándose así en el espectáculo puramente entendido como entretenimiento.
El Hormiguero se posicionó como un late night más o menos neutral, de temas ligeros y entrevistas amables, donde acababan recalando grandes personalidades nacionales e internacionales. La audiencia lo validó con su respaldo y se convirtió en el espacio nocturno de referencia en España. Invitados de relumbrón, contenido inofensivo y diversión fácil para desconectar. Así captó y consolidó este programa el perfil del español medio.
La polarización también afecta al entretenimiento
La cuestión es: ¿qué ha ocurrido para que, desde muchos sectores de la izquierda, se censure el contenido de El Hormiguero, hasta el punto calificarlo como «un programa que blanquea el fascismo»? La polarización política es un hecho insalvable a nivel global, el enfrentamiento ideológico ha fagocitado la práctica totalidad del espacio público y los medios de comunicación, lejos de mantenerse ajenos a ello, forman parte del proceso.
Santiago Abascal ha acabado sentándose en la misma silla en la que antes se sentó Will Smith. Pero es que las visitas del líder de Vox, como antes las de Iglesias, Almeida o Rajoy, han conseguido algunos de los mejores datos del programa, en un contexto en el que la televisión cada vez tiene menos relevancia. Y es que los líderes políticos han asaltado en los últimos años el ranking de los programas más vistos erigiéndose como auténticos iconos de la cultura pop.
Es cuestión de cifras, pero también es parte de una tendencia en la que el discurso político está ganando cada vez más espacio en la dinámica del programa. Colaboradores como Juan del Val, Cristina Pardo, Miguel Ángel Revilla, el propio Motos o incluso Tamara Falcó intervienen constantemente en debates sobre la actualidad política, cada vez más habituales.
Independientemente del posicionamiento, el hecho es que ya no hay ninguna intención de neutralidad ni de blanquismo. Algo que no ha gustado, sobre todo desde sectores de la izquierda que ven cómo, desde un escaparate tan poderoso como El Hormiguero, se da voz a discursos políticos que califican como reaccionarios.
Inmunidad contra la cancelación
Nada más lejos de la realidad, el propio Pablo Motos fue acusado por el Ministerio de Igualdad de tener comportamientos machistas con sus invitadas, provocando una respuesta airada del presentador. Este enfrentamiento sacó a relucir un debate sobre la posible cancelación del programa que finalmente quedó en nada.
Un simple spot no puede acabar con la hegemonía de un programa que ha sabido adaptar su fórmula a los gustos y preferencias del espectador medio. De poco sirve que salgan antiguas declaraciones de Charlize Theron diciendo que estuvo incómoda durante su participación en el programa, si después consiguen que Rosalía regrese como invitada. El Hormiguero es inmune a la cancelación y su función como escaparate ante más de tres millones de personas diarias lo hace aún más invencible, incluso para aquellos que se posicionan ideológicamente en contra del programa.
Un escaparate irrechazable
Por eso, aunque Mónica López rechace hacer la promoción de Rapa con Pablo Motos, la serie no se puede permitir el desplante y Javier Cámara, que nunca ha escondido su afinidad política, no falta a la llamada. También lo sabe Pedro Sánchez y, en este intento a contrarreloj para remontar en las encuestas, ha comenzado una ronda de entrevistas en grandes medios de comunicación con visita obligada a El Hormiguero.
Sin embargo, el equipo de Pablo Motos es consciente de que el espectador al que aspiran es de corte moderado y, aunque el programa de Santiago Abascal fuese el tercero más visto de su historia, no les interesa dar juego a los partidos que se salgan del espectro político de centroizquierda o centroderecha. Por eso, esta vez han decidido ofrecer su espacio mediático únicamente a Sánchez y a Feijóo, que visitarán el programa el martes y el miércoles próximo, respectivamente, poniendo su granito de arena para el renacimiento del bipartidismo.
Ya sea por mantener relevancia política o por aprovechar una promoción mediática inmejorable, falta mucho para que la izquierda rechace utilizar un escaparate tan poderoso como El Hormiguero. Por mucho que las palabras de la actriz Mónica López llamen a un enfrentamiento directo, la batalla está perdida antes de iniciarse, precisamente porque el mundo de la cultura es el que menos interés tiene en librarla.
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