Netflix se ha subido a la cresta de la ola de las adaptaciones literarias. Lo demostró el pasado diciembre con su versión de Cien años de soledad, la eterna novela del colombiano Gabriel García Márquez; lo afianzó con el éxito cosechado a raíz de la popular serie Los Bridgerton, que lleva a la pequeña pantalla las historias escritas por la estadounidense Julia Quinn; y, ahora lo abandera con el estreno de El gatopardo, la miniserie de seis capítulos que adapta el libro póstumo y homónimo del italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, para muchos una de las mejores novelas italianas de todos los tiempos.
La historia nos traslada a los tumultuosos años de la unificación y el risorgimento. Ahora se recuerda en buena medida como una época heroica que satisfizo los anhelos de los italianos, pero lo cierto es que fue un caos. Y ante el ímpetu romántico y estatalista de los garibaldinos, las pequeñas dinastías que desde siglos atrás dominaban los reinos italianos ambicionaban seguir gozando de sus privilegios.
En mayo de 1860, mientras el ejército de Garibaldi avanza por Sicilia para anexionar el territorio del sur peninsular al incipiente Reino de Italia, el príncipe Fabrizio Salina y su familia observan los acontecimientos desde la calma de su palacio. Pero este noble siciliano, culto, melancólico y distante, es consciente de que el mundo está cambiando y que la casta a la que pertenece, la aristocracia que ha poseído durante décadas un territorio inmóvil y levítico, está perdiendo el poder ante la emergente burguesía.
Todo cambia, todo sigue igual
Su sobrino favorito también lo ha entendido. Tancredi Falconeri se une a los garibaldinos convencido de que es la mejor manera de asegurar su futuro en el nuevo orden. "Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie", proclama este joven ambicioso y encantador, en una frase que quedará acuñada como símbolo de ese gatopardismo representado por los viejos aristócratas que tratan de medrar en el nuevo contexto político y social. Lo ideal para seguir mandando es adaptarse a los cambios y no resistirse a ellos.
Para ello, Tancredi no duda en casarse con Angelica Sedara, la hermosa hija de un rico burgués, perteneciente a una clase que los suyos habían despreciado siempre. El príncipe Salina transige con la unión por razones puramente prácticas: su linaje solo podrá sobrevivir si se une a la nueva clase dominante. La decisión es hábil, pero marchita el pobre corazón de Concetta, la hija favorita del príncipe, que está prendada de su primo.
Netflix lo ha dado todo para poner en pie esta serie anglo-italiana, demostrando, una vez más, que sus productos son algo más que seriados y breves: se trata de una superproducción al más puro estilo hollywoodiense, rodada a lo largo de 105 días en 50 localizaciones, con 5.000 extras, 6.000 trajes, 15.000 velas repartidas en más de 50 salones antiguos... Toda una demostración de poder de la plataforma digital, que no obstante tendrá que soportar las inevitables comparaciones con la adaptación previa de la novela de Lampedusa, considerada "una de las mejores películas de la historia" ni más ni menos que por Martin Scorsese.
A la medida de Visconti
Fue en 1963, cinco años después de la publicación de la novela y seis después de la muerte del autor. Por entonces, El gatopardo, el libro, rugía de contento, orgulloso de sus cincuenta ediciones. Un dedo divino apuntó a Luchino Visconti para dirigir la adaptación cinematográfica. El minucioso director de Senso y Rocco y sus hermanos era sin duda el hombre ideal para hacerse cargo del proyecto.
La película fue un exitazo: se hizo con la Palma de Oro en el Festival de Cannes y llenó todas las salas de cine europeas. El poder, el amor y el precio del progreso retratados con sutileza y contundencia de la mano de un trío de personajes inolvidable a los que ponían rostro Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale. Estos dos últimos eran considerados los actores "más atractivos" de la época, el summum para señalar el auge de una familia y, por contraste, su posterior caída.
Porque si algo demuestra la trascendencia de El gatopardo es la eterna fascinación del público por una buena decadencia familiar. En este caso la de los Salina. La de aquellos que se aferraron a los valores aristocráticos y no supieron adaptarse a los nuevos tiempos, como demuestra el final de la historia de la mano de Concetta, anciana y soltera, recordando las glorias del mundo de ayer.
El príncipe se sentó a escribir
El príncipe de carne y hueso que fue Lampedusa consagró los últimos años de su vida a escribir una novela que fue rechazada por las principales editoriales italianas. Solo en 1957, un año después de su muerte, encontró editor y mereció el prestigioso premio Strega. Se convirtió en un superventas.
¿Pero quién era Giuseppe Tomasi di Lampedusa? Pues un príncipe. Titulo nobiliario oficial, ojo. Nacido en Palermo en 1896, era príncipe de Lampedusa y duque de Palma di Montechiaro. Se convirtió en hijo único tras la muerte de su hermana de corta edad y, si bien se mantuvo muy ligado a su madre, no se puede decir lo mismo de su padre, un hombre frío y desapegado. Con una infancia entre palacios, el principito encontró refugio en la lectura.
Pasaron los años y Lampedusa cursó estudios de Letras en Roma y Palermo. Fue llamado a filas tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial, aunque en ambas ocasiones logró escaquearse, ya fuera desertando o tirando de influencias. En 1932 contrajo matrimonio con la psicoanalista letona Alexandra Wolff Stomersee, conocida familiarmente como Licy. Esta era también noble: su padre había sido un alto funcionario en la corte del zar Nicolás II.
Su vocación literaria le llegó tarde: se dice que no fue hasta 1954 que comenzó la redacción de El gatopardo, tras codearse con autores contemporáneos durante un viaje a una entrega de premios literarios. Demasiado tarde para ver cómo su único libro se convertía en un clásico capaz de alumbrar otro, la película de Visconti, que ahora ilumina el camino de una jugosa serie de Netflix.
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