Si algo funciona, no lo toques. Es una de las máximas de la televisión. Innovaciones, las justas, por muy Netflix que seas. Y la televisión, por naturaleza, es conservadora.

Así que cuando Netflix aterrizó a finales de 2016 en nuestro país, llamó a la puerta de Bambú Producciones (Gran Hotel, Velvet) para hacer su primera serie española, Las chicas del cable, un melodrama de época, ambientado en el Madrid de los felices años veinte, sobre un grupo de mujeres que trabajaban para Telefónica. Gran Hotel y Velvet habían viajado estupendamente por Latinoamérica, así que Netflix jugó sobre seguro y ganó. No cualquier serie dura 5 temporadas y supera los 40 episodios.

Netflix, en su expansión, no jugó a ser HBO. El elenco de Las chicas del cable parecía estar diseñado por el algoritmo, un greatest hits con intérpretes de la casa (Yon González fue el pobre galán de Gran Hotel y ahora protagonizará en Estados Unidos Velvet, el nuevo imperio) e importaciones (Blanca Suárez y Martiño Rivas de El Internado, Ana Polvorosa de Aída, Maggie Civantos de Vis a vis, Ana Fernández de Los protegidos) que apelaban a la señora, o señor, que había suspirado por Miguel Ángel Silvestre en Velvet y al adolescente, ya joven adulto, que había bebido los vientos por los protagonistas de las series juveniles dosmileras de Antena 3. Y con secundarias de lujo, reivindicadas, que apelaban a la nostalgia (puro Bambú): Concha Velasco, Kiti Mánver, Tina Sáinz, Luisa Gavasa, María Garralón… Parecía aquello una reunión de antiguas alumnas de Compañeros. Historia de la Televisión Española.

De Las chicas del cable a Manual para señoritas

Y de aquellos polvos vienen estos lodos. Tras el final hace casi 5 años de Las chicas del cable, Netflix y Bambú no lograban dar con la tecla. No funcionó Alta Mar, un Cluedo a bordo con la hermana de Íñigo Onieva, un intento evidente y lógico por plataforma y productora de apelar al público de Las chicas del cable. Tampoco funcionó Jaguar, un thriller de época (los 60), con Blanca Suárez rodeada de señores vitaminados (Iván Marcos, Óscar Casas, Adrián Lastra) como cazadora de hombres (nazis). Todos estos títulos (Gran Hotel, Velvet, Las chicas del cable, Alta mar, Jaguar…) tenían un nombre y un apellido en común: Gema R. Neira.

Ahora, tras el buen rendimiento hace un año en Netflix de El Caso Asunta (el true crime, documentado o ficcionado, otro clásico de Bambú Producciones), plataforma y productora estrenan este viernes 28 de marzo Manual para señoritas, comedia romántica de época creada por Gema R. Neira (¡check!) y María José Rustarazo (Gran Hotel, Velvet, Las chicas del cable). Esta vez ubican la historia –de amor, de sororidad, faltaría más– en el Madrid de 1880, aunque la colorida ciudad de cuento donde viven las protagonistas fusione sin vergüenza Aranjuez, Barcelona y el Real Sitio de La Granja de San Ildefonso (Segovia), escenario puntual de los seriales de época La Promesa y Valle Salvaje, también producidos por Bambú.

Porque Manual para señoritas no pretende en ningún momento ser una reproducción fidedigna de la época (la dificultad de la mujer por estudiar una carrera universitaria eminentemente masculina, la obligación de las mujercitas por encontrar un hombre de bien con quien casarse), sino pasárselo en grande contando esta historia sobre "la mejor carabina de Madrid" (Nadia de Santiago, de Las chicas del cable), sus compañeras de profesión (Paula Usero, como carabina enamorada de su chica; he ahí un conflicto de intereses) y las tres hijas rebeldes y solteras de un viudo, al que interpreta Tristán Ulloa, chico Bambú (Fariña) y chico Netflix (Berlín). No faltan el galán, un escritor que detesta la zarzuela (un pizpireto Álvaro Mel), y las secundarias de lujo, María Barranco, Gracia Olayo y Carmen Balagué.

Como en toda serie de época producida por Bambú y abanderada del feminismo (La Promesa, La Favorita 1922), la protagonista huye de algo. O de alguien. Pero el pasado siempre es mañana. Y la heroína de Manual para señoritas no es, por suerte para el público, un buen ejemplo, aunque cobre por darlo. Su cometido, como carabina, es acompañar a las dos huérfanas mayores en sus citas con muchachos respetables para dar el parte médico y así evitar la prueba del pañuelo.

Muchos son los aciertos de la última serie española de Netflix: su elenco eminentemente femenino y joven (Isa Montalbán, como la hermana mediana, es la MVP de Manual para señoritas, o sea, la jugadora más valiosa), su duración (8 capítulos de una duración que oscila entre los 37 y los 48 minutos) y, sobre todo, un tono socarrón, burlón, que salva a la previsible trama de caer en la ñoñería y el sentimentalismo. Esperen un triángulo amoroso, que casi siempre es un cuarteto. Y un personaje negro y universitario. Y bollería fina.

Ayuda, y mucho, que la protagonista rompa la cuarta pared (como en Fleabag), hable a cámara y apele directamente, enfadada, al narrador (el actor de doblaje José Posada) y al espectador. La introducción de animación y de situaciones surrealistas o ensoñaciones calenturientas son de buen recibo.

Pero no es oro todo lo que reluce, pues lo peor de Manual para señoritas es su carísima selección musical, no por anacrónica (suena Locomía al inicio del segundo capítulo), pues ya lo hacía Las chicas del cable, sino por recurrir a canciones archiconocidas a nivel mundial.

Tráiler y premisa de 'Manual para señoritas'

En el siglo XIX, una carabina debe encontrarles marido a tres intrépidas hermanas mientras lidia con su propio triángulo amoroso.