El jueves por la tarde había un cabreo considerable en alguno de los altos despachos de RTVE. La Academia de Televisión confirmaba que la próxima semana se reunirá con los partidos para limar los detalles del único debate electoral que se celebrará en campaña, mientras algunas tertulias televisivas daban por supuesto que el acto lo organizará esta asociación.
Desde Ferraz, comunicaban su intención de debatir en terreno “neutral”, lo que algunos interpretaron como que Pedro Sánchez quiere comparecer en la televisión pública; y otros como un golpe a RTVE, a la que había orillado, en beneficio de la Academia, y a la que acababa de arrebatar la cualidad de imparcial. Siempre en cuestión, por cierto. Y generalmente con razón.
Unos días antes, Albert Rivera había entrado en cólera -cosa habitual en su partido- porque Rosa María Mateo no le había ofrecido la posibilidad de mantener un 'cara a cara' con Pedro Sánchez durante la campaña electoral. Y, este jueves, el Partido Popular la emprendía contra los socialistas por expresar su disposición a debatir el día 4 de noviembre, en lugar del 5, cuando se podría poner sobre la mesa el último dato del paro.
Los tres párrafos anteriores no describen nada interesante ni decisivo. Son el reflejo de la burbuja que inflan día a día los partidos y los medios, que se marcan la agenda, se retroalimentan e invaden el foro público con argumentos y cuitas que resultan irrelevantes. Con los debates electorales, ambas partes se delatan involuntariamente, pues despiertan una expectación exacerbada sobre un evento que no pasará a la historia, pues los invasivos equipos de campaña de los partidos se encargan previamente de vetar cualquier iniciativa que lleve al libre intercambio de ideas entre los candidatos.
Un género superado
El debate más interesante que se ha celebrado en este particular 'Sexenio Revolucionario' del siglo XXI fue el que organizó Atresmedia en diciembre de 2015. Fue el primero tras la eclosión de Podemos y Ciudadanos; y el menos encorsetado. Aun así, la presencia de cuatro candidatos lastró el intercambio de ideas. Básicamente, porque en el formato a varias bandas resulta demasiado fácil jugar a la defensiva y abusar de las soflamas precocinadas. No ocurre igual en los 'cara a cara', por eso Sánchez se niega a participar en alguno, cuando lo lógico sería que, al menos, se midiera con el primer partido de la oposición.
Mención especial merece la actitud vacilante del presidente del Gobierno en funciones con RTVE. A estas alturas, no quedan muchas dudas sobre la concepción de lo público que se tiene en Moncloa y en Ferraz. De allí se lanzaron hace más de un año varios paracaidistas a empresas y organismos como Correos, Paradores y el CIS. Y desde allí se maniobró para situar a Rosa María Mateo al frente de RTVE con la complacencia de las fuerzas parlamentarias que apoyaron la moción de censura, que no pueden sentirse especialmente satisfechas con los resultados que ha generado su voto a favor.
A estas alturas, no quedan muchas dudas sobre la concepción de lo público que se tiene en Moncloa y en Ferraz. De allí se lanzaron paracaidistas a Correos, Paradores o el CIS. Y se maniobró para situar a Rosa María Mateo al frente de RTVE.
El hecho de que Sánchez no defienda decididamente que el 'gran debate' de la campaña electoral se realice en Televisión Española -con un presupuesto de 1.000 millones anuales- vuelve a dejar claro su poco respeto por lo público, pero también su costumbre de jugar a varias bandas, y siempre con cierto cinismo.
Porque con su actitud vacilante sirve para contentar a las cadenas privadas, que no quieren que el coloquio se celebre en casa de un competidor; y deja la puerta abierta para rectificar y acudir a RTVE en caso de que se produzca un incendio en Torrespaña como consecuencia de este asunto, en plena pre-campaña. Esto último no parece muy probable si se tiene en cuenta la desconfianza de PP y Ciudadanos para con Rosa María Mateo. En todo caso, siempre le podrán ofrecer el premio de consolación del debate a 7 que se ha ofrecido a organizar, con 'segundos espadas'.
Sea como sea, no parece que ningún debate a varias bandas vaya a cambiar nada porque, en el fondo, son concebidos como un asunto incómodo, pero ineludible. Como una visita indeseada de la que salir al paso como bien se pueda. Ensayando frases y muecas; y esquivando cualquier cuestión incómoda con circunloquios insostenibles. El parlamentarismo que han practicado durante los últimos cuatro años los portavoces de los principales partidos denota su incapacidad para el intercambio constructivo de ideas y su mediocridad sobre el atril. Y hace pensar que lo que se verá el 4 de noviembre en la Academia de TV -lo más probable- o en RTVE sea una auténtica pantomima. Una farsa innecesaria.
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