Conviene reservar hoteles con televisor cuando se viaja lejos porque, tarde o temprano, se reproduce el típico momento 'berlanguiano' y todo cobra sentido y lo pierde al mismo tiempo. No hace mucho, aparecía en un canal tailandés una reportera, al borde del llanto y de riguroso luto, hablando del rey difunto, Bhumibol Adulyadej, mientras se mostraban unas imágenes en las que el pobre hombre tocaba el saxofón con una casaca blanca y un sombrero en dorado. Lo hortera y lo lacrimógeno no suelen maridar muy bien, de ahí que la escena fuera difícil de interpretar.

El costumbrismo es traicionero, pues hace que la mirada se acostumbre a imágenes que para el local son parte de su día a día, pero, para el foráneo, pura extravagancia. Estos días, cualquier extranjero que no esté familiarizado con el culebrón hispánico se habrá preguntado cuántos años tiene aquel anciano que cazaba perdices en blanco y negro, pescaba salmones con rictus serio y ya agonizaba en la década de 1970. Se diría que murió hace muchos años, pero parece más vivo que nunca, dado el constante afán de unos cuantos de recurrir a su enclenque figura.

Con Franco ocurre como en Plácido, y es que por alguna razón siempre hay alguien dispuesto a sentarlo a la mesa en la cena de Nochebuena. El extraño, con la familia, pese a llevar más de 40 años bajo tierra.

Este viernes por la mañana, aparecían en un par de canales de televisión imágenes de su entierro, a todo color. Brazos derechos en alto, banderas de la Falange; Arias Navarro, rudo, un hombre del régimen, conteniendo el llanto frente al ataúd; y multitudes de esas que enflaquecieron poco después cuando unos cuantos de sus miembros comprobaron que tocaba ponerse el traje de demócrata. Ahí se incluyen, por cierto, algunos de los más venerados periodistas patrios, hoy venerados, más por sus canas que por sus logros, como suele ocurrir por aquí.

Quizá el foráneo que sintonice las cadenas generalistas españolas durante estos días se pregunte qué demonios hace esta gente desenterrando antiguos fantasmas -y no sólo el de Franco- cuando existen tantas incógnitas que resolver en el presente y en el futuro más cercano. Pero el asunto de su exhumación se ha convertido en un tema capital en el país, en el que hay quien tiene más interés en hablar del pasado que del presente. Y no por nostalgia o afán de revancha, sino por sus ganas de ocultar, durante un período electoral, los otros cadáveres que acumula en el armario.

Desahucio de Cuelgamuros

Chirría el hecho de que el cuerpo del dictador se encuentre en el gigantesco conjunto monumental de Cuelgamuros, para algunos (pocos), convertido en lugar de peregrinación. Pero también rechina el hecho de que el espíritu de Franco sea de habitual presencia en los hogares, como los lares lo eran en Roma. Sostiene una parte de la izquierda de que el franquismo sociológico y 'político' no ha desaparecido. Desde ese punto de vista, quizá sería más conveniente centrar su batalla en las causas vivas que en los huesos de su líder. En lo material frente a lo simbólico.

Una de las lecciones que España no ha aprendido del franquismo es la que permite apreciar que cuando un gobernante apela a los mitos o a los enemigos pasados de una patria, conviene desconfiar. Pedro Sánchez recurrió a Franco tras alcanzar el Gobierno porque sabía que en la resurrección del dictador estaba la suya en unas futuribles elecciones.

Podemos había reclamado esa causa con una mayor intensidad desde su fundación, pero el líder del PSOE la asumió porque sabía que la dictadura es todavía un arma potente para movilizar al votante de izquierda, desencantado con los socialistas, especialmente (aunque no únicamente) desde que estalló la crisis.

Sánchez recurrió a Franco tras alcanzar el Gobierno porque sabía que en la resurrección del dictador estaba la suya en unas futuribles elecciones.

En principio, lo hizo con la vista puesta en abril de 2019, pero el asunto de la exhumación se ha estirado como un chicle y, caramba, ha llegado hasta la actual pre-campaña, en la que a Sánchez podría salirle una jugada redonda si logra paliar el efecto negativo que ocasionará la condena por sedición y malversación a los líderes del procés -según han publicado varios medios- en la izquierda amoratada con el desenterramiento de Franco.

Si a esto se suma el hecho de que el traslado del cadáver puede contribuir a retener voto en Vox, del que pensaba regresar al PP, miel sobre hojuelas para el PSOE. Sobra decir que los socialistas también confían en pescar voto de Ciudadanos, pero para eso han lanzado sus faroles sobre el artículo 155, convenientemente amplificados por su prensa afín.

La gran mentira

Ciertamente, cuando el patriotismo o la ideología se introducen dentro del cóctel político, a veces cuesta ver que las cosas no son lo que parecen. Hasta hace no mucho, los socialistas y los sindicatos mineros peregrinaban en septiembre a Rodiezmo, apelaban a la lucha obrera y cantaban La Internacional, puño en alto. Aquello se suspendió después de que se descubrirera que José Ángel Fernández Villa, el exlíder del SOMA y el gran cacique asturiano durante muchos años, tenía la mano larga. El año pasado fue condenado por ello y próximamente será juzgado por el presunto desvío de subvenciones. No eran "pobres del mundo" los que buscaban justicia, como tampoco Sánchez busca actualmente reparación, sino votos.

Lo que ocurre lo describió el cantante de Los Nikis cuando le preguntaron por su famosa El imperio contraataca. Dijo que la compuso para burlarse de las hazañas pasadas del Imperio español, tan manidas durante el franquismo, pero que se había convertido en un himno para los pijos madrileños y nostálgicos de barra de bar. La ideología trastorna y nubla la vista y con eso juega Sánchez al desenterrar a Franco. Lo demás, le importa un bledo.